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Arzobispo de Tánger: “El inmigrante no da miedo”

SANTIAGO AGRELO MARTÍNEZ

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Miriam Díez Bosch - publicado el 15/06/17

Monseñor Santiago Agrelo, uno de los obispos más cercanos a la inmigración

Es uno de los obispos más cercanos a la inmigración. Vive en el Norte de África. Desde su diócesis, sólo 14 kilómetros separan al continente negro de la esperanza europea. En esta entrevista, monseñor Santiago Agrelo habla sin tabúes. “El Cristo de nuestras eucaristías no hace ruido, no mancha, no huele… La verdad es que estorba tan poco que ni siquiera le prestamos demasiado caso”, denuncia.

El inmigrante da miedo y por eso se le cierran puertas y fronteras. ¿Estamos deshumanizados?

El inmigrante no da miedo. Cualquiera lo puede comprobar acercándose al primer emigrante que encuentre.

Lo que da miedo es lo diferente, lo desconocido y, sobre todo, lo que en nuestro interior ha sido deformado y demonizado desde la política y la información.

Si al inmigrante no lo identificásemos por rasgos raciales, color de la piel o, tratándose de pobres –que es otro tipo de emigrante- por vestidos de indigencia, nadie diría que le dan miedo. Pero los vemos en su diferencia, y eso, a nuestros ojos, los deshumaniza, los priva de su inalienable dignidad humana, y los reducimos a la categoría deshumanizada de ilegales, irregulares, invasores.

Y, al deshumanizarlos a ellos, nos deshumanizamos también nosotros.

En algunas ciudades se han abierto iglesias 24 horas para indigentes, refugiados… y muchas personas se quejan por la higiene, el ruido, la inseguridad…. ¿qué les diría?

Conozco de cerca a los habitantes de los bosques en torno a las ciudades autónomas de Ceuta y de Melilla. Sé de penurias, enfermedades, mutilaciones, infecciones que padecen los que allí esperan una oportunidad de pasar a suelo español. Sé de hambre y de sed, de higiene lamentable, de pies descalzos en los caminos del bosque, de harapos, de calzado que lo fue alguna vez y ya no es nada, de intemperie, de…

Si alguien sabe todo eso, entonces un campo de refugiados, aunque sea un lodazal, aunque bajo las tiendas no haya más que la tienda y una comida asegurada y agua para beber y para lavarse, ya es como quien ha llegado a un hotel.

Así que imagina lo que puede representar ¡una iglesia!: Un palacio.

Yo comprendo: el Cristo de nuestras Eucaristías no hace ruido, no mancha, no huele… La verdad es que estorba tan poco que ni siquiera le prestamos demasiado caso. Así es que, cuando se le da por hacerse ruidoso, ensuciar y oler mal, nos falta costumbre de verlo en esos paños, y no lo reconocemos. Y si no lo reconocemos, lo natural es que protestemos.

Pero alguien habría de explicar a los discípulos de Jesús que, el resucitado no huele, no sangra, no come, no bebe, no necesita agua para ducharse, pero que el crucificado –es siempre el mismo Señor- huele, sangra, come, bebe, y necesita agua para la higiene personal. Y habría que subrayar que, para su vida, el resucitado se las arregla sin nosotros, y que el crucificado, para la suya, nos necesita más que nunca.

Hallan 44 migrantes muertos en el desierto, algunos bebés. Y usted dice: ¡Y hay cristianos que piensan que no es el Señor!. Es verdad. Hay cristianos que no ven en estas muertes a Jesucristo…

Si quienes nos decimos cristianos tuviésemos una visión sencilla de la vida y de la fe, si tuviésemos mirada limpia para ver a Cristo en el necesitado, si nos sintiésemos tan obligados al cuidado de Cristo en el pobre como a la veneración de Cristo en la eucaristía, los pobres sufrirían mucho menos y la eucaristía sería mucho más honrada y venerada y adorada.

Usted es un hombre de esperanza, y se nota en lo que dice hace y predica. ¿Cómo mantener la alegría ante tanta desolación?

No sé cómo será en el cielo, cuando todo llegue a su perfección. Aquí la alegría va asociada a lo imperfecto, a lo poco, a lo inesperado…

Secar una lágrima, vendar una herida, aliviar un sufrimiento, mitigar el hambre o la sed, cubrir una desnudez, secar una gota de sudor, dar un abrazo, hacer que retrocedan, que den un paso atrás, miedos y tristezas… Todo eso son alegrías que nacen de casi nada, y se quedan en el alma en forma de luz, de paz, de esperanza.

Se multiplican los atentados indiscriminados por parte del ISIS. ¿Cuál es su visión ante este fenómeno del terrorismo?

En la pregunta van incluido varios conceptos que pudieran parecer bien definidos, pero que no lo están realmente: “atentado”, “indiscriminado”, “terrorismo”…

No hay una definición aceptada de “terrorismo” porque no hay ninguna definición posible que deje fuera del concepto a los países llamados civilizados, en primer lugar a los Estados Unidos de América.

Si por terrorismo se entiende “ejercer el terror contra la población civil”, es obvio que el terror padecido por los ciudadanos de países europeos es insignificante –es infundado- si se lo compara con el que padecen desde hace años países enteros como Siria o Sudán de Sur y una fila escandalosa de países del África.

El terrorismo legal es una fábrica natural de terroristas ilegales.

Y mientras las naciones y los individuos, para resolver sus diferencias y sus problemas, continúen recurriendo a la violencia, la matriz continuará generando violentos.

Es una cuestión cultural, y la Iglesia está llamada a desempeñar un papel creador de una cultura de la no violencia. La Iglesia se ha de hacer portadora de un mensaje nítido: Violencia jamás.

Finalmente, como franciscano, como obispo, como persona humana: ¿cree que estamos mejor como sociedad que hace 100 años?

No sé si estamos mejor. Pero sé que somos más conscientes de los males que afligen a la humanidad. Creo que nos hemos hecho más sencillos al leer el evangelio de nuestro Señor Jesucristo, y que su mensaje resuena más límpido en nuestro interior.

Creo que el mundo respirará mejor si los creyentes nos tomamos en serio el evangelio. Creo que se multiplicará la alegría tanto cuanto se multipliquen los que aceptan el mandato nuevo del amor. En nuestras manos está que haya una sociedad mejor. Es una cuestión de amor.

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