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¿Qué pasa que mis hijos no me obedecen?

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Valery Sidelnykov

Luz Ivonne Ream - publicado el 06/06/17

¡Quizás es que no sabes darles órdenes correctamente!

Es la eterna pregunta y sabes, la respuesta es muy sencilla y tiene todo que ver con la educación que estamos dando a nuestros hijos y el tiempo que les estamos invirtiendo en ellos. Muchos dicen que la educación de antes era mejor y que los hijos obedecían tan solo con la mirada. Puede ser que sí. Aunque en mi opinión la educación de generaciones pasadas también tenía enormes áreas de oportunidad, como la tiranía que ejercían algunos padres al sentirse un poco dueños de sus hijos o el famoso “obedeces porque lo digo yo”.

Pero, ¿en qué radicará que antes sí obedecíamos a la primera y ahora no? Entre otros, en que la gran mayoría tenían padres presentes. Si no ambos, por lo menos uno. Los hijos, su educación y bienestar eran su prioridad. Se enfocaban más en el “ser” que en el “tener”. Hoy estamos casi al otro extremo y muchos niños están creciendo solos, en abandono, no solo físico, sino emocional. Les están educando terceras personas o herramientas como las guarderías, la televisión y el internet.

Recordemos a Aristóteles con su maravillosa definición de amar: “Amar es buscar el bien de otro en cuanto otro”. Educar es amar, siempre buscando el bien de esas personas que Dios nos confió y prestó por un período limitado de tiempo.

Amar es educar. Nuestros hijos no nos están obedeciendo porque lo papás no tenemos claro ni “qué” es educar ni “para qué” educamos. Es decir, cuál es el fin de la educación. Damos órdenes y no hay manera de hacerles obedecer. ¿Por qué? Entre otras -repito- porque no estamos presentes y con eso perdemos algo clave para educar: autoridad. La autoridad se ejerce con sabiduría únicamente buscando el bien de los hijos, de manera activa y personal, y no a larga distancia o por temporadas.

La palabra educación viene del latín: “educere” que significa guiar, conducir o “educare”, formar, instruir. Los padres somos los principales educadores y debemos busca guiar y formar a la persona, en este caso nuestros hijos, para que sean “lo mejor posible” en cada una de sus dimensiones personales: la afectiva, la intelectual y la social.

La educación no se limita al conocimiento, sino a todo lo que compone a la persona. ¿Y para qué les educamos? Para que alcancen la plenitud que es el último fin del hombre mediante el uso de su libertad, misma que tiene que ir de la mano de la responsabilidad.

A los animales se les domestica. A las personas se nos educa. Todas las personas tenemos una maravillosa cualidad que es la educabilidad. Esta educabilidad se transforma en educación con la participación activa del educando -hijos- y con la tarea del educador -padres-.

Te comparto algunos puntos básicos a saber para inculcar la virtud de la obediencia en tus hijos, que como te digo, tiene muchísima relación con tu capacidad de educar y tu presencia activa.

  • Aquel que tiene un por qué y un para qué encontrara cualquier cómo. Hay que saber es que como padres si no tenemos claro el “para qué” vamos a educar nos vamos a perder en el camino. Pregúntate: ¿para qué educo? ¿Lo hago nada más para cumplir con códigos de conducta y para que sean bien vistos y aceptados por los demás? Te repito, educación viene de educere que significa entre otras cosas, “sacar de adentro”. Y eso es lo que hay que hacer como educador primario, sacar lo mejor de ellos y moldear lo que traen. Nuestros hijos ya traen un temperamento, a nosotros nos toca moldear ese temperamento y apoyarles a que forjen un carácter, el mejor.
  • Se valora aquello a lo que le dedicamos tiempo. A los hijos no se les puede educar a distancia. Es tan importante la cantidad como la calidad de tiempo. En la medida de las posibilidades hay que ser papás presentes. Mamás modernas, la educación es un trabajo de tiempo completo donde no hay descanso. Todo es sustituible. Lo único que nada ni nadie puede suplir es tu presencia en el hogar y tu lugar como madre. Recuerda que nada vale más que tus hijos. Perdemos autoridad cuando también perdemos presencia ante ellos. Tus hijos necesitan sentirse valiosos porque tú les das tu tiempo.
  • Sembrar. Una vez que tenemos claro que voy a educar a mis hijos para que saquen lo mejor de ellos siendo ciudadanos responsables y respetables, mujeres y hombres de bien y de servicio voy a sembrar en ellos virtudes y valores. Los vicios jamás pueden ser opción porque no se estaría haciendo buen uso de la libertad. El que nuestros hijos hagan lo que quieran y no les ponemos límites estamos sembrando vicios. Por ejemplo, el que no recojan sus tiraderos. Si no les exigimos que lo hagan con amor y autoridad estamos alimentando en ellos el vicio a que sean flojos. Si exigimos lo contrario educamos en virtudes y estas hacen del ser humano una persona madura, plena y capaz de dar lo mejor de sí y solo así podrán serán personas felices, plenas.
  • Para dar una orden esta debe tener las 3 c´s: Clara, Concreta, Cambio de tema
  • Evitar ser padres rolleros: Si vamos a dar órdenes o a poner reglas que estas sean pocas. Importante: que no sea todo el día mandar y mandar. Pueden decir algo así: “A las 7 de la noche todas las muñecas en su lugar, en su cajón azul. Yo vendré a avisarte a la hora que sean las 7”. Y es todo lo que tienes que decir. No más palabras, no más rollos… A un hijo se le regaña solo por una razón: la orden que se le dio y que fue buscando su bien, la desobedeció.

Y, si eres creyente, da un paso más:

  • Oración. Antes de haber sido nuestros hijos fueron hijos de Dios. Por lo tanto, pregunta a Él en oración, ¿Tú qué quieres que haga yo para educar a este hijo que me has confiado? Escucha la respuesta y pon manos a la obra. Porque eso es tu hijo, tu gran obra maestra. Recuerda que a un hijo se le educa de rodillas. Es decir, habla más a Dios de tu hijo que a tu hijo de Dios.
  • Confiar. Como padres de esos hijos cuentan con todos los talentos y capacidades necesarios para sacarlos adelante y llevarlos al cielo. Descubran tus dones y échenlos a andar al servicio de ellos. No están solos en esta gran aventura llamada vida. Les repito, antes de haber sido sus hijos, fueron hijos de Dios. Que cosas tan maravillosas vería Dios en ustedes para haberles elegido precisamente a ambos como padres de esos niños. ¡Venga! ¡Sí se puede!

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