Busca hacerse un lugar en el mundo de la moda y gracias al apoyo del Servicio Jesuita a Refugiados puede seguir adelanteEsta es la historia de Lina Mercedes Caro Banquez, oriunda de María La Baja (Bolívar-Colombia) y nacida el 26 de septiembre de 1968. Esta morena alta, de sonrisa amplia se caracteriza sobre todo por su espíritu inquebrantable que le ha permitido permanecer fuerte en las adversidades.
“Hago de mis debilidades una fortaleza”, señaló en una oportunidad, pues, a pesar de tener una vida de mucho sufrimiento, la supo llenar de luz y esperanza.
Lina ha constatado una y otra vez que es capaz de levantarse y por su experiencia de vida ha querido ponerse al servicio de los demás, sobre todo con otras víctimas del conflicto armado colombiano.
Ella colabora, a parte de sus trabajos domésticos, en la Oficina de Atención a las Víctimas y visita colegios, orienta a los jóvenes motivándolos a que no opten por la vida fácil y no dejen que el miedo les paralice, ya que por su propia experiencia sabe que una decisión puede cambiar la historia.
Cuando la vida es gris
Lina ha sido protagonista de una historia con varios capítulos dolorosos y angustiantes, la historia de su propia vida. “Trabajaba en el chance (trabajo casual), que era lo único que podía hacer en el pueblo, además de ir al campo. De un momento a otro aparecieron los paras (paramilitares) y luego la guerrilla. A mi hijo lo reclutó la guerrilla y me tocó rescatarlo del otro lado de la represa de San José del Playón”.
Como buena madre, Lina no tuvo otra alternativa que hacer un compromiso, que nunca cumpliría, con la guerrilla. Pidió que le devolvieran a su hijo hasta que cumpliera la mayoría de edad y que al cumplir 18 ella lo entregaría. La guerrilla creyó y cedió al trato. Los planes de Lina fueron otros, apenas su hijo cumplió 18 años lo presentó al Ejército.
Cuando tuvo a bien pasar este primer trago amargo continuó su vida en su pequeño pueblo y dedicada la venta del chance, ayudaba también en el aseo de la oficina de la empresa para la que trabajaba. Así tenía un ingreso fijo. Pasado un tiempo a raíz de la muerte de sus padres tuvo que bajar el rendimiento en su trabajo, motivo por el cual la despidieron.
Este hecho injusto la movió a demandar a la empresa y fue suficiente para abrir otro capítulo angustiante en su vida en la que al borde de la muerte huyó en busca de tranquilidad.
Lina llegó a Bogotá, con nieta en brazos, huyendo de una condena a muerte de un grupo armado fuera de la ley. Su arribo a la capital fue en septiembre de 2008. Llegó angustiada y confundida pues no sabía hacia dónde dirigirse.
Esa fría noche, entre lágrimas, conoció a una señora que vivía en la localidad de Soacha y la motivó para que hiciera su declaración en la Unidad de Atención al Desplazado (UAO). Ahí recibió atención como desplazada y con las ayudas que le brindaron pudo pagar una pieza y la alimentación. Teniendo para lo básico empezó a amoblar su pieza y pensó en invertir en pequeños oficios que le generaban ingresos para sostenerse a sí misma y a su nieta.
Luego de dos años, en 2010, Lina empezó a experimentar cansancio excesivo y dificultad para respirar. Le diagnosticaron hipertensión, pero con el tiempo aparecieron otros síntomas que arrojaron la presencia de un tumor maligno en la tiroides y fue operada de inmediato, debido a que la recuperación no fue positiva le recomendaron que por su salud cambiara de clima. Ella decide irse a Sincelejo.
Allí le tocó empezar desde cero nuevamente: “La salud fue como esperaba, no necesité de drogas para la hipertensión. El problema fue con los familiares de quien luego sería mi esposo. Como que yo no era la persona que esperaban, me discriminaban por ser mayor que él y por negra. Fueron tantos los problemas que mi esposo se aburrió de tanta cantaleta y dijo ‘vámonos para Bogotá’. Yo no quise, le contesté: ‘Váyase, pero me quedo sola, no tengo miedo. Me quedé durmiendo entre cartones”, consideró.
Frente a esa situación una vecina le extendió la mano y le prestó un termo para que hiciera tinto y lo venda en la calle. Como era de esperarse, Lina emprendió su negocio de venta de café y llegó a tener 56 termos. Así nuevamente empezó a administrar sus ingresos para tener un lugar digno donde vivir. En seis meses estaba totalmente acomodada y sin necesidad. El viento nuevamente soplaba a su favor.
En Sincelejo, el microtráfico se mueve mucho y la red de personas que están involucradas en el negocio de la droga es grande. Y muchos son obligados a ser parte de esta asociación criminal y Lina no fue la excepción.
“Primero me pedían de a 2.000 pesos para dejarme vender los tintos (café), pero después me dijeron que vendiera droga, que ellos me decían a dónde llevarla y me señalaban a los potenciales consumidores. Les dije que me sentía cómoda lo que me ganaba. Pero al pasar unos días, presencié dos asesinatos a tiros y me fue dando miedo, hasta que llegó el día en que un tipo me dijo, ‘negra o te metes o te metes, mira lo que le paso al Richard y al señor de allá’”, expresó.
Lina con miedo, pero decidida, comunicó lo que estaba pasando a los vigilantes de la zona y a la Policía. Lo que originó que las amenazas en contra de su vida acrecentaran.
Luego de las denuncias y los esfuerzos por cuidar su integridad la trasladaran a Bogotá donde, por seguridad, cargaba chaleco anti balas para evitar su muerte en caso de atentar contra ella, pues no dejaron de buscarla.
Volvió a Soacha donde estuvo resguardada en un albergue. Y ahí la ayudaron a contactar a su pareja, quien se hizo cargo de ella y la acompañó a pesar de haber escuchado las declaraciones de su historia pasada que él no tenía conocimiento.
Lina había sido violada en su infancia y este hecho la llevó a crecer con cierto resentimiento frente a la vida y los hombres.
“Comencé a ver a los hombres como lo peor, sentía repugnancia. Llevé una vida desordenada, pero con el fin de vengarme de ellos. Los enamoraba y los dejaba”, manifestó.
Ya en 2013 se casó con aquel hombre que conoció en Sincelejo y reencontró en Soacha. Ella ahora vive feliz.
La alegría y esperanza
Lina reconoce con gratitud la ayuda de muchas personas que aparecieron en el momento que más les necesitaba. Y hoy por hoy ha encontrado en el Servicio Jesuita a Refugiados un apoyo psicosocial para seguir hacia adelante.
Los jóvenes voluntarios estudiantes de Psicología y Trabajo Social tienen como primera tarea realizar un acompañamiento individualizado que les permita estabilizar la salud emocional de quien han sido desplazados, para que puedan enfrentarse así a los desafíos que la vida no deja de presentar.
Lina, aún con una salud frágil y ya con un futuro incierto, no deja de sonreír, pues tiene la certeza que todo lo que ha vivido le ha hecho más fuerte.
“Vivir así, al extremo, me hace sentir viva y útil. Cada día mi salud empeora, pero mientras yo respire no hay nada perdido”. Es por ello, que cada día es un nuevo comienzo en el que llena de esperanza sus sueños y con ímpetu se lanza a conquistarlos.
El año pasado le regalaron una unidad productiva de confección de ropa que ubicó en su casa para realizar los trabajos que le fueron encomendados. Ella aspira a consolidar su negocio soñando grande: “Me veo de aquí a unos años despachando mercancía a todo el país y, por qué no, exportando a Europa”. Y va dando pasos de gigante.
Hace unos meses, Lina fue convocada por una prestigiosa Escuela de Diseño en Colombia que estaba realizando una selección de prendas de vestir diseñadas por mujeres víctimas de la guerra.
Al pasar el proceso, con la confección de pijamas, le ofrecieron una capacitación para aprender nuevas técnicas y diseños. Esto le amplío el horizonte a Lina, quien dice: “De aquí a unos años quisiera vender mucha ropa y ser una reconocida diseñadora de modas. Estoy luchando por salir adelante a pesar de ser una mujer desplazada y con una enfermedad terminal (cáncer papilar). Eso, por el contrario, me motiva a demostrarles a los demás que soy una guerrera”.