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Voy a morir, así que he pensado hacer esto por mi hijita

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Hillary Schave | Azena Photography

Heather and Brianna McManamy share a hug.

Heather MacManamy - publicado el 25/05/17

Heather McManamy no tuvo tiempo de decir a su hija todo lo que quería, así que ideó un plan mejor

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Me encantaba mi vida. Era perfecta. Era una esposa de 33 años con un marido maravilloso y la madre de la niña más hermosa del mundo. Tenía un trabajo que me apasionaba. Teníamos un hogar modesto, cómodo. Sinceramente, estaba viviendo un sueño, más teniendo en cuenta que venía del viejo barrio de clase obrera de la localidad de West Allis —“Stallis”, como lo llamamos allí— , en el condado de Milwaukee, Wisconsin (EE.UU.).

Pero entonces, una noche, estalló la bomba: tumbada en mi cama, sentí un bulto en mi pecho.

“¿Qué es eso?”, exclamé a Jeff incorporándome. Ninguno de los dos lo habíamos visto antes. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? Me pasé el resto de la noche buscando en Google ‘bulto en el pecho’, tratando de encontrar alguna información que no lo relacionara con la palabra ‘cáncer’.

Fui al médico al día siguiente y entonces empezó a descarrilar todo. Me diagnosticaron cáncer de mama en estadio II. Poco menos de cuatro semanas más tarde, me sometí a una doble mastectomía. A continuación me traté con quimio durante más de un año, pero no funcionó. El cáncer se había extendido a mis huesos y mi hígado. Me diagnosticaron estadio IV, terminal, con dos años más de vida como máximo.

Cuando mi oncólogo me dijo que estaba en fase terminal, me advirtió sin rodeos sobre lo que me esperaba: “Va a ser una montaña rusa de mil demonios”, me dijo. “Te van a llegar malas noticias una detrás de otra, constantemente. Céntrate en resistir fuerte tanto como puedas”.

… Y así, tan cabezota como soy, decidí que si volvía a tener la oportunidad de recuperar el control sobre cualquier cosa, la aprovecharía.

Creando recuerdos

Mucho antes de que se me ocurriera comprar tarjetas donde escribirle a Brianna, reuní otros souvenirs para ayudarle a recordarme. Todo empezó con unos álbumes de fotos de Shutterfly y Snapfish repletos de fotos con nosotras juntas. Cuando empecé con la quimio, antes de la certeza de que este cáncer terminaría conmigo, reorganicé mis horas de trabajo para poder tener libres todos los lunes para pasarlos con Bri. Empezamos a conocer esos lunes como “Lunes con mamá” y duraron más de un año, hasta que entró en preescolar.

Ocupábamos todos los lunes con clases de baile, gimnasia, una visita al zoo, juegos, visitas de chicas a parques acuáticos, películas y salones de belleza. Acumulamos toneladas de diversión y capturamos gran parte de ese espíritu en fotografías.

Luego empecé a producir vídeos. Me sentaba sola en el sofá, micrófono en mano, y le charlaba a la cámara sobre quién era yo, qué me encantaba de Bri y cuánto la echaría de menos, etc. Por fin tuve que gritar “¡Corten!”, porque incluso la cámara parecía aburrida. Me preocupaba que Bri escuchara todo tipo de cosas maravillosas y fantásticas sobre su madre (espero) por boca de otras personas pero que no pudiera ver a esa misma mujer vibrante en vídeo.

Foto cortesía de Sourcebook. Jeff, Brianna y Heather McManamy en su patio en Wisconsin con una de las tarjetas que escribió Heather a su hija

De modo que redirigí mis esfuerzos y decidí hacer algo más parecido a un reality show. Con la hermana y el cuñado de una amiga con la cámara y la dirección, me grabaron a Bri y a mí haciendo cosas cotidianas por la casa: jugando a las muñecas, viendo el fútbol, preparando la cena, leyendo o simplemente hablando de cosas divertidas o interesantes que nos habían pasado durante nuestros días juntos. Nada demasiado emocionante, sino vídeos de la vida real que muestran la interacción y el amor entre nosotras.

Pronto pasé a grabaciones de voz, todas muy aleatorias. Me grabé a mí misma leyendo algunos de sus libros favoritos, le cantaba canciones, incluso una que cantaba cuando era un bebé, Good Night to You, que compuse con la melodía de Cumpleaños feliz. No canto bien  —de hecho canto fatal—, pero podía crear nanas improvisadas que funcionaban bien cuando mi bebé lloraba y no podía dormir. Por supuesto, grabé también la charla sobre la menstruación y la del sexo para cuando llegara el momento en su vida. También realicé algunas minientrevistas con ella. Hablábamos de su primer día de preescolar y del viaje que hicimos a Disney World cuando tenía tres años…

Por descontado, (también) reservé algunas de mis posesiones para Bri, como mis joyas, un diario que escribí durante mi embarazo y montones de cuadernos que las dos garabateamos durante los últimos dos años. Todo lo que le he dejado, estas posesiones, los vídeos, las grabaciones de audio, están bajo el cuidado de Jeff. Depende totalmente de él elegir el momento, si llega, en que ella vea estas cosas.

Y también se incluyen los famosos mensajes en tarjetas.

Palabras desde el corazón

Empecé comprando unas 40 tarjetas. Ahora hay cerca de 70. Preparé unas cuantas para Jeff, para futuras ocasiones especiales en su vida. También preparé unas cuantas para amigos, que Jeff entregará cuando yo muera, en las que básicamente les doy las gracias por ser tan buenos amigos y quizás aprovechar para dar alguna puntada (así es como se consigue tener la última palabra). Pero la grandísima mayoría de las tarjetas son para Bri.

Mi experiencia escribiendo mensajes para ella en las tarjetas era como todo lo demás en la vida que nos resulta difícil hacer: la anticipación de hacerlo fue mucho peor que el hecho en sí. No compré las tarjetas, volví a casa y las rellené alegremente con la imaginación. Las compré, volví a casa, las contemplé mucho tiempo preguntándome por qué las había comprado y cómo diantres pensaba que iba a poder soportar emocionalmente el escribirlas; luego las guardé durante semanas.

No podía ponerme a escribirlo todo del tirón. Parte del proceso era encontrar la finalidad de cada una. ¿Cómo felicito a mi hija por su cumpleaños cuando sé que no estaré allí con ella? Otra parte del proceso era preocuparme por cómo reaccionaría ella cuando recibiera una tarjeta. ¿Qué digo en una tarjeta de felicitación de bodas cuando no tengo ni idea de cómo será ella de aquí a dentro de dos o tres o las décadas que sean, o siquiera si yo le seguiré importando?

Traté de superar ese obstáculo y reorientar mi modo de pensar, dejando atrás el miedo y la duda y centrándome en la potencial perspectiva de asombro y entusiasmo de Bri cuando recibiera una de las tarjetas. La imaginé en el día de su boda, sentada sola con su precioso vestido en una habitación silenciosa, reflexionando sobre la vida y la ceremonia que estaba a punto de tener lugar. Su padre entra con una gran sonrisa cálida. Le da un abrazo enorme y le dice lo orgulloso que está de ella y lo extremadamente orgullosa que estaría su madre. Es un momento cariñoso, conmovedor, entre padre e hija. Entonces Jeff se lleva la mano al interior de su esmoquin y saca mi carta.

En el sobre se lee “Brianna” escrito de mi puño y letra. Se la entrega a Bri… y ella explota. Solo ver la carta la hace llorar con gemidos descontrolados, minutos antes de que tenga que recorrer el pasillo hacia el altar. Las lágrimas hacen que su maquillaje, antes impecable, se emborrone por su cara y manche su vestido. Le grita a Jeff: “¿Cómo puedes hacerme esto?”, arroja la tarjeta sin abrir al suelo, la pisa, se rompe un tacón y se marcha dando un portazo…

¡Para! ¡Deja de pensar eso!

Esto me tenía que seguir repitiendo durante este proceso cuando mi mente vagaba por las peores situaciones ficticias. Luché con muchísimas emociones mientras escribía estas cartas, sobre todo miedo y duda. ¿Cada tarjeta añadiría alegría a la vida de Bri o la interrumpiría? ¿Los mensajes la harían feliz, triste, enfadada? Con Jeff como protector de las tarjetas y sabiendo que usaría cada una en particular cuando lo creyera más oportuno, me convencía continuamente de que el potencial bueno superaba con creces el potencial malo. Imagina que recibes una carta de una persona que te amaba más que a la vida misma, años después de que esa persona falleciera. ¿Existe mejor regalo? Sabía que tenía que hacer esto.

Saqué el montón de tarjetas del cajón, me puse cómoda en la cama de Bri un día en que ella estaba en el colegio y empecé a escribir. Mis mensajes no eran largos, excepto el de la boda, que me requirió un poco más de papel para poder decir cuánto esperaba que fuera el día más glorioso de su vida. No me preocupaba que mis palabras sonaran o no poéticas o profundas. Simplemente hablé desde el corazón y dije lo que habría dicho si la hubiera tenido delante.

Las horas pasaron mientras me sumergía completamente en el momento. La mayoría de las dudas se fueron atenuando gradualmente con cada tarjeta. Fue una de las mejores formas de terapia a las que me he sometido. Experimenté una sensación de libertad y alivio sabiendo que, aunque me estaba muriendo, sería capaz de hablar con mi hija mucho tiempo después. Y, lo que es más importante, Bri podría escuchar la voz de su madre.

La firma

La única duda que persistía con todas las cartas era: “¿Quién seré yo para ella cuando lea esto?”. No sabía cómo firmar algunos mensajes. ¿Seguiría siendo “mamá” para ella? Si Jeff vuelve a casarse, ¿será su nueva esposa “mamá”, relegándome a mí a “Heather” o a “la mujer que me dio a luz”? Si tiene una nueva madre, ¿no estaría yo sobrepasando mis límites al firmar como “mamá” o incluso al darle siquiera una carta? Pensamientos como estos hicieron brotar más de un sollozo espontáneo.

Entiéndase que la idea de dudar de si todavía sería “mamá” o no no era algo negativo, simplemente era complejo. Para mí, el que Bri tuviera una nueva madre que cuidara de ella sería la mejor de las situaciones. ¡Me encantaría sinceramente que sucediera! ¡Quiero que me depongan! Pero el estar aquí ahora, tratando de dilucidar cómo referirme a mí misma en un futuro en el que hará mucho que yo ya no esté y en el que Bri tenga una madre nueva, a eso le llamo yo una “alegría agridulce”. Una alegría agridulce muy compleja.

Sin embargo, como hice con todas las intensas emociones que he sentido con esta enfermedad, simplemente me senté a experimentarlas. Sostenía la tarjeta en mi regazo y el bolígrafo en la mano, lo lloraba todo hasta que pasaba la emoción y luego empezaba a escribir de nuevo.

Por difícil que resultara escribir cada carta, la experiencia valió la pena sin ninguna duda. Espero que Bri disfrute los vídeos, los audios y las cosas que he preparado o dejado para ella, pero no puedo imaginar nada que tenga más impacto que un mensaje personal escrito a mano de mi parte en algún día especial o en un momento en el que le haga falta el amor de su madre. No será un beso ni un abrazo ni una charla cara a cara, pero es lo mejor que puedo hacer. Y si no quiere una tarjeta en particular o ninguna de ellas, pues no pasa nada en absoluto. Estarán ahí para ella si en algún momento las quiere o necesita. Solo con saber que existen podría resultar suficientemente terapéutico para ella.

Después de que se le diagnosticara un cáncer terminal, Heather decidió escribir una memoria llamada ‘Cards for Brianna’, sobre su decisión de escribir cartas a su hija. Vivió en Wisconsin con su esposo, Jeff, y su hija Brianna. Falleció en diciembre de 2015.
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