Una rica comida de olla y un paseo por el río también pueden hacer recordar la libertad
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A las afueras de Bogotá, en la vía Villavicencio-Acacias, se encuentra una cárcel que suele llamar la atención porque carece de muros grandes e imponentes, no es color gris y tampoco está rodeada por alambres. Fundada en 1930 cuenta con 4.200 hectáreas y tiene capacidad para albergar a 1.200 internos aproximadamente.
Llama la atención la libertad con que se trata a los internos, a pesar de estar ocupada en su mayoría por delincuentes de Bogotá. Daniel Ortiz, director de la cárcel Colonia Agrícola de Acacias, dice que esta es única en Colombia.
Respirando y volviendo a vivir
Muchos de los internos que hoy pagan su condena en la Colonia Agrícola han estado en la cárcel vecina, Alcatraz (Penitenciaría Nacional de Acacias), establecimiento de mediana seguridad llamado así por los mismos reclusos. Por este motivo, con justo conocimiento, hablan de la Colonia Agrícola como lo más semejante al paraíso.
Este lugar, la cárcel Colonia Agrícola de Acacias, permite el contacto con la naturaleza puesto que la construcción de los siete campamentos que la conforman se encuentra inmersa en la espesa selva, en una de las montañas entre la llanura y la cordillera.
En uno de los campamentos donde se ubican a los reclusos que padecen el flagelo de la drogadicción se encuentra John Jairo, quien después de haber estado en la cárcel Modelo y Picota de Bogotá siente estar ahora en algo cercano a la libertad.
Este señor carga con el drama de haber perdido a muchos de sus seres queridos y reconoce que en varias ocasiones la soledad y su estilo de vida le ha llevado a pensar en el suicidio como opción. Sin embargo, guarda en el corazón momentos que le han recordado la posibilidad de ser feliz.
Cuenta que una madrugada los dragoneantes (guardias carcelarios) les vendaron los ojos y los pusieron a caminar en las afueras durante largo tiempo.
Al terminar el recorrido, ya al amanecer, los guardias les quitaron las vendas y estos cayeron en la cuenta que habían llegado a orillas del río donde les habían preparado un delicioso sancocho (una sopa tradicional, también conocida como cocido o puchero). La felicidad fue grande al recordar momentos de su infancia cuando iban de paseo en familia. Este evento marcó la vida de aquellos reclusos que participaron.
El trabajo humaniza
Durante el día los reclusos no están encerrados en patios ni salen por momentos a ver la luz del sol, sino que dentro del programa que realizan tienen horas laborales a las afueras de los campamentos. Ahí los capacitan y les promueven el amor por el trabajo honesto volviéndoles así la dignidad que por sus crímenes aparentemente han perdido.
Jairo ha aprendido a hacer con envolturas de dulces algunos accesorios como bolsos. También hace parte del equipo de reclusos encargados de construir la cancha de fútbol de la colonia.
Unos podan el pasto, otros trabajan en carpintería y también hay quienes trabajan en la panadería.
La confianza te recuerda que eres bueno
Fuera de las particularidades de la cárcel en su estructura, su estilo campestre, llama la atención también algunas normas que parecerían que sería imposible mantener en una cárcel. La Colonia Agrícola ha logrado que al interior se respire confianza y sinceridad. Los casilleros no tienen candados y nadie coge lo que no les pertenece ni ocultan aquello que no se permite.
Asimismo, la comunidad de Acacias ha permitido que 105 reclusos participen del desfile de carrozas, evento cultural del pueblo. Así como, durante la Fiesta de las Mercedes, se les da el permiso para que participen de la maratón.
Finalmente, vale reconocer que el trato humano que se le da a los reclusos puede hacer mucha diferencia en su rehabilitación y toma de conciencia frente a los males cometidos en su vida pasada.
A veces el trato poco digno acrecienta el rencor y les confirma que el mal tiene más opciones. La cárcel Colonia Agrícola de Acacias en Colombia da testimonio que los frutos son distintos cuando se reconoce en el “criminal” a otro persona.