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¿Qué hacer cuando se es demasiado “original”?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 12/05/17
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No tengo que imitar a otros para recibir amor y aceptaciónMe gusta observar la vida en su diversidad. La naturaleza, el paisaje. Los animales, mi entorno. Me gusta comprobar que no todos ven las cosas como yo las veo. Ven matices diferentes. Se apasionan en lugares que a mí no me apasionan. Y vibran con una música con la que yo no vibro.

No a todos les gusta lo mismo. A mí me gustan otras músicas, otros paisajes, otros matices. No todos toman las mismas decisiones que yo. No todos prefieren lo que yo prefiero. A veces me cuesta ver las diferencias. A veces me cuesta aceptar lo diferente.

Quiero aprender a alegrarme con la diversidad, sin querer buscar la uniformidad. Aceptar que no soy igual a otros, ni lo pretendo. Ni los demás piensan como yo.

En ocasiones me descubro comparándome con otros. Y quiero hacer lo que los otros hacen. Vivir de su misma manera. O pretendo que ellos hagan lo que yo hago. Porque lo mío es lo bueno. No sé. ¿Quién soy yo de verdad? ¿Dónde está mi originalidad? ¿Por qué cuesta tanto aceptar las diferencias?

Me gusta pensar que Dios ha pensado mi forma original de amar, de vivir, de pensar. Dios ha creado las diferencias. Ama las diferencias. Yo no pienso como Dios. Me gustaría. Igual que veo su mano tejiendo mi alma mientras yo duermo. Soñando una vida plena antes de comenzar yo el camino.

Quiero pensar en la mirada de Dios mientras pensaba en mí. Y se alegraba al ver todo lo que podría llegar a ser a partir de una pobre semilla. Un Dios que ama las diferencias. Me conmueve pensar en su creatividad. Todo lo hace nuevo en mí. Comienza desde mi pobreza una forma nueva de vivir. Y sueña con una obra de arte original e irrepetible.

Y tal vez yo no quiera que las cosas sean tan originales. Veo el mundo que busca la uniformidad más que la diferencia. Las mismas modas. Los mismos hábitos. El pensamiento único, masificado. Un mundo que se alegra con los que entran en un mismo esquema antes que con los que se salen de la norma.

No es tan fácil ser original y ser aceptado. Seguir su propio camino. Cuando alguien piensa de forma original digo que es raro y lo aparto un poco. Lo encasillo en la casilla rara. Cuando una persona actúa de una forma diferente, la tacho de excéntrica.

Me gusta lo distinto hasta que choca con lo mío. Entonces dejo de admirarme ante esa belleza rara que no es la mía. Y defiendo mi gusto como si fuera el único válido y verdadero. Y descalifico a otros por el mero hecho de ser diferentes.

El otro día leía: “En el reino de Dios, la verdadera identidad consiste en no excluir a nadie, en acoger a todos y, de manera preferente, a los marginados”[1]. Respetar al diferente y acogerlo.

Se habla hoy mucho de tolerancia. Pero sólo hasta que tengo que tolerar al que piensa distinto a mí. Entonces cuesta más ser tolerante.

¡Cuánto cuesta educar en la originalidad, respetar al original y amar al diferente! Respetar a los que se comportan de acuerdo a su original forma de ser. Aunque esa forma no sea la mía. Una forma de ser que me cuesta y no acepto.

Hace falta una conversión del alma para querer al que es diferente, al que no actúa, ni siente, ni piensa como yo lo hago. Es un acto de misericordia que muchas veces no logro.

Pero ante todo quiero también ser cuidadoso con mi propia originalidad. No tengo que imitar a otros para ser querido y aceptado. Tengo que ser yo mismo aunque a veces sienta que no me entienden o no me aceptan.

Decía el padre José Kentenich: “No queremos abandonar nuestra individualidad, el cuño que por naturaleza caracteriza nuestro ser y nuestro actuar. No debemos moldearnos todos según la misma horma. No debemos ser la simple imitación de un modelo. No debemos ser una copia, cada uno debe ser un original[2].

Soy original. No soy copia. Eso es así. No lo olvido. No quiero adaptarme a lo que todos hacen. Vestir como todos. Pensar como todos. Actuar como todos para no desentonar. Porque el que llama la atención es molesto.

Como el clavo que sobresale por encima de la madera. Un martillazo y vuelve al mismo nivel. Ya no sobresale ni molesta. Así hago a veces con otros cuando me incomodan. Así hacen a veces conmigo cuando yo molesto. Demasiado original, pienso.

Pero, ¿quién puede decir cuándo algo es demasiado original, distinto, propio? No hay ese límite. Cada uno está llamado a ser fiel a sí mismo, no importa si a mí me molesta. Yo estoy llamado a ser yo mismo, sin importar si molesto a otros. No soy la copia de nadie.

Quiero conocerme para poder darme. Quiero saber quién soy para no compararme con otros. Creo que todos tenemos en el alma un germen de lo que podemos llegar a ser. No lo conocemos del todo. Es una semilla que sólo si muere da fruto.

Puedo ser mucho más de lo que ahora soy. Más yo mismo. Más fiel a mi verdad. Quiero ahondar en mi alma y ver cómo resuenan las cuerdas ocultas en lo más profundo. Tengo un gusto particular por la vida, por la belleza, por las personas. Tengo una capacidad muy original de amar y de entregar la vida.

El otro día leía: “Hay algo en la raíz del ser de la persona que es absolutamente original, totalmente original. Esa es una originalidad nuclear y fundante, sobre la que se asienta luego cualquier otra. Cada persona se nos revela única”[3].

Tengo una forma propia de pensar y entender la vida. Una forma única de ser. Sólo necesito conocer mi verdad más profunda para poder tener paz y no vivir en tensión con el mundo, con los hombres. Ser fiel a mí mismo. Para poder darme de acuerdo a la tonalidad que llevo impresa en mi alma. El color de mi alma.

Quiero ser yo mismo sin imitar a nadie. Que mi forma de ser y de amar se pueda extender más allá de mí mismo. Mi manera de hacer las cosas. Mi luz, mi belleza escondida. Mi vida engendra vida. Crea.

Me gusta creer que dentro de cada uno hay escondida una misión única. Lo que yo no haga, lo que no realice, nadie podrá realizarlo de la misma manera. Eso me gusta. Soy imprescindible para Dios.

[1] José Antonio Pagola, Jesús, aproximación histórica

[2] J. Kentenich, Textos pedagógicos

[3] Javier Barraca Mairal, Originalidad e identidad personal, 72

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