Consecuencias de la nueva mensajería instantánea
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La escena nos resulta familiar. Estamos en una comida familiar, o de trabajo, y la gente está supervisando, respondiendo y usando continuamente el móvil, y normalmente se usa la aplicación Whatsapp. El profesor y periodista Fernando Martínez Vallvey, catedrático de la Facultad de Comunicación de la UPSA (www.upsa.es), experto en periodismo digital, nos cuenta la relación entre la maleducación y este nuevo inquilino en nuestra vidas llamado Whatsapp.
Whatsapp: mensajería instantánea que se ha convertido en una obsesión. ¿Por qué es tan adictivo?
La comunicación es una realidad muy importante en la vida de las personas, es una necesidad vital. Debemos comunicarnos con los demás para cuestiones prácticas como el trabajo, realizar una tarea, poder jugar con otros; y para cuestiones de carácter inmaterial, espiritual o trascendente como el amor, el arte… La comunicación permite dar sin perder, por ejemplo. Comunicarnos con otras personas nos resuelve problemas, nos facilita la vida y nos da compañía. La comunicación es un regalo y una forma de completarnos como individuos en el día a día, en nuestra personalidad.
Con esta premisa se entiende que aquella comunicación que atiende a estas realidades de forma permanente puede ser bien recibida por la mayoría de las personas. Saber dónde está la persona que debo recoger, pedir que traigan algo a casa que se me ha olvidado, recordar a otro una tarea que debe realizar, o enviar un mensaje de cariño, y todo ello de forma gratuita, cómoda y rápida es genial.
La obsesión aparece cuando una persona se siente vacía porque hace rato que su teléfono no suena y siente que está perdiéndose algo. En ese momento, la comunicación, que es algo bueno, se convierte en un peligro. Nos sentimos vacíos. Podríamos compararlo con una comida compulsiva. Comer es bueno: lo necesitamos para nuestras tarea físicas y para vivir; pero si comemos más de la cuenta… comienzan los problemas. La persona debe buscar siempre un equilibrio entre su bienestar interior (su capacidad de estar cómodo consigo mismo) y su relación exterior. Por qué es adictivo: porque no cuesta nada y da mucho.
El Whatsapp y el continuo manejo de las redes en la mesa, en el transporte público, en el cine… ¿está convirtiendo a la gente en maleducada?
Es verdad que hay ocasiones en que alguien, al estar tan atento al teléfono, no se percata de una falta de educación, como pedir perdón si hemos molestado a un compañero de asiento o dejar de saludar a alguien por la calle. Más grave es cuando nuestra forma de comunicar impide a otro o le molesta ver una película con tranquilidad.
Desde luego lo que hace esta obsesión es estar menos atentos a lo que ocurre a nuestro alrededor. Nos perdemos lo inmediato por saber lo lejano. Lo más grave se produce cuando una comida, por ejemplo, se ve permanentemente interrumpida y se impide el diálogo entre los presentes porque alguien esta comunicándose de forma permanente con otras personas ausentes. Un tipo de mala educación se da en las aulas, cuando los alumnos no paran de mirar sus pantallas sin atender a lo que dice un profesor o un compañero que participa en la clase.
El Watsapp y la escritura: ¿vamos de mal en peor?
La comunicación por WhatsApp se asemeja mucho a la comunicación oral, por lo que no se suelen cuidar tanto los aspectos de escritura. Los problemas fundamentales se producen por la falta de puntuación correcta.
Por ejemplo, muchas personas no indican con una coma el vocativo; en otros casos, no se colocan comas o puntos y el receptor debe leer varias veces el mensaje para entenderlo bien, y si no lo hace, puede que exista un problema práctico de comunicación. En cuanto a la ortografía, hay menos problemas de los que se daban antes con los MSM, ya que no hay límite de caracteres y tiene autocorrector. Ahora bien, el que no sabe ortografía, cometerá faltas en el whatsApp o en folio o en un mural.
¿Se creará un protocolo de uso o norma-manual del uso correcto del Watsapp en educación, horarios, en trabajo…?
Desconozco si se hará, aunque estaré a favor de que entre todos pongamos un poco de límite a algunas cuestiones, como se hace en otros ámbitos (la comida compulsiva, ya mencionada). Los problemas de comunicación son muchos. Por ejemplo, las familias que almuerzan frente al televisor. Eso también es un problema. Algunas familias que quieren comunicarse, contarse lo que han vivido ese día, esa mañana… no encienden el televisor.
Desde luego, el trabajo puede que existan limitaciones, aunque también es una herramienta de trabajo por lo que podría ser complicado. En cuanto a los protocolos quizá se debería pensar en general en cómo debemos ser educados con los demás: prestarles atención cuando estamos juntos, tener tiempo para ayudarles, no encerrarnos en nosotros mismos y en nuestro mundo…
La educación normal nos dice muchas cuestiones que deberíamos aplicar cada día en muchos campos y momentos de la vida. Por ejemplo, la violencia doméstica. Una persona que es educada sabe que debe respetar a los demás, en primer lugar, a los que quiere, por lo que no puede pegarles o dañarles psicológicamente. La educación es pensar en cómo facilitar la vida a los demás, respetarles… Estos días ha saltado a la vida pública un debate sobre las personas que se sienten “despatarradas” en un lugar público. No sé si es micromachismo, desde luego es mala educación. Si entre todos somos más educados en todos los ámbitos de la vida, también lo seremos con el teléfono.
Por lo tanto, ¿en qué medida mi uso del teléfono puede estar faltando el respeto a otros, molestándoles en un momento determinado? Esa es la pregunta que debemos hacernos para comenzar cualquier protocolo de educación, como debemos hacer en otros ámbitos de la vida: saber estar bien sentado en el transporte público, por ejemplo.