La calle del Evangelio, en el extremo norte del distrito XVIII, alberga un raro tesoro que ha causado la admiración de numerosos artistas, como Marcel Aymé, Pierre Brasseur o Yves Montand
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“Es un barrio puro, a la vez rico y apretado, enemigo de Dios y del esnobismo”, escribía en 1939 Léon Paul Fargue, para evocar este barrio popular de Saint-Denis la Chapelle en el distrito XVIII, donde el comunismo arraigó fuerte.
Sin embargo, este barrio, presentado como hostil a toda presencia divina, alberga un auténtico tesoro: el último crucero parisino, la cruz del Evangelio, situada al final de la calle homónima.
Una cruz en el campo
La historia de esta cruz se remonta al siglo XVI, en 1540, en una época en la que se extendía una gran llanura entre los pueblos de Saint-Denis, La Chapelle y La Villette, que por entonces estaban en el exterior de los muros del a ciudad de París. Esta cruz era ya en su época un punto importante de veneración. Todos los años, una gran procesión efectuaba un trayecto triangular entre Saint-Denis, la cruz del Evangelio y La Villete. El crucero ─nombre que recibe una cruz colocada en un cruce de caminos─ era un lugar de veneración imprescindible para los habitantes.
Oasis de luz en las tinieblas
Durante la Revolución de 1789, casi la totalidad de las cruces parisinas fueron demolidas. Solo la del Evangelio fue reconstruida en 1860 (la estatua que se ve actualmente data de esa última restauración).
Debido a un fuerte crecimiento demográfico, la zona de Saint-Denis la Chapelle poco a poco fue absorbida por la ciudad de París. Se realizaron numerosos ajustes para conseguir organizar el crecimiento de la capital. La cruz se cambió de lugar, a la acera de enfrente, luego algunos metros más lejos. El crucero da nombre a la calle en la que se encuentra instalado todavía hoy día, la ‘calle de la cruz del Evangelio’ que, por simplificación, se acortó en ‘calle del Evangelio’.
Durante mucho tiempo, la ‘rue de l’Évangile’ fue considerada la calle más oscura de todo París, un lugar peligroso por excelencia. Flanqueada por dos altos muros, inspiró a Marcel Aymé a escribir en su novela Rue de l’Évangile: “La calle del Evangelio huía entre dos altos muros ciegos que bordeaban, a la derecha, con la cuneta de los ferrocarriles del Este y, a la izquierda, con el vasto barrio de los gasómetros, cuyas altas y monstruosas campanas parecían dominar y aplastar la calzada. Este largo camino encerrado, sin casas, sin transeúntes, […] a algunos cientos de metros de la plaza Hébert, se desviaba un poco hacia la derecha y parecía perseguirse sin fin entre sus dos muros unidos para perderse en sí misma”. La presencia de una cruz en este siniestro lugar aportaba algo tranquilizador, luminoso.
Una fuente de inspiración
Esta cruz y la calle del Evangelio han supuesto una fuente de inspiración para numerosos artistas, en especial para Marcel Carné y su película de 1946, Las puertas de la noche (Les portes de la nuit, en el original), con guion de Jacques Prévert, música de Vladimir Cosma y con actores de la talla de Serge Reggiani, Pierre Brasseur e Yves Montand. En su película, Marcel Carné decide rodar una escena fundamental de su historia a los pies de la cruz del Evangelio.
Hoy en día la cruz continúa al final de la rue de l’Évangile, a dos pasos de la estación RER Rosa Parks, entre latas vacías de cerveza, escombros y olor a agrio por tubos de escape. Sin embargo, todos los días acuden fieles discretos para renovar las flores y las ofrendas a los pies de la cruz, a pesar del vandalismo habitual. Algunos se santiguan al mirarla; otros, cansados por las noches errantes de borrachera, descansan sus pies exhaustos sobre su zócalo de piedra. Cada uno encuentra alivio a su manera. A imagen de la presencia de Cristo entre los hombres, el crucero ofrece una presencia humilde, fuerte y conmovedora en este barrio del distrito XVIII de París.