El intercesor fue el gran san José, que nunca deja de ayudar a quien se lo pide
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San Luis y santa Celia Martín, padres de santa Teresita del Niño Jesús, tenían otras hijas. Una de ellas, llamada María, se estaba preparando para la Primera Comunión. En esa misma época, la hermana Maria Dositeia, tía de la pequeña, sufría tuberculosis. Uno de los consejos más vehementes que Celia le daba a su hija era rogar a Dios por la curación de la Hermana Dositeia.
Ella repetía cada vez: “El día de la Primera Comunión se alcanza todo lo que se pide”.
La niña así lo entendió. Estudió el catecismo con entusiasmo e hizo una verdadera “ofensiva” de oraciones y sacrificios. Estaba segura del milagro, como si ya se hubiera realizado. Lo que ella quería, en su ingenua obstinación, era, si fuera necesario, hacer cambiar la voluntad de Dios. San José le servía de abogado.
Llegó al final el gran día de la Primera Comunión: 2 de julio de 1869. La pequeña aún no tenía nueve años y medio. Hablando de la neo-comulgante, decía la madre:
-¡Ah, qué bien preparada estaba! ¡Parecía una santita! El padre capellán me dijo que estaba muy satisfecho con ella y le dio el primer premio de catecismo.
María, después de la comunión, dijo que había rezado tanto por la tía Dositeia que estaba segura de haber sido escuchada por Dios.
Realmente la tía empezó a mejorar: las lesiones pulmonares fueron cicatrizando rápidamente. Más tarde, diría a su sobrina:
-Es a ti a quien debo estos siete años de vida.
La pequeñita, por su parte, atribuía las honras de la curación a san José, hasta tal punto que, en la Confirmación, quiso añadir a su nombre el de Josefina.
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A partir de “Tesouro de Exemplos”, del padre Francisco Alves