Aristóteles sale al rescate con una definición del verdadero amor que sigue siendo vigente después de siglos
Como coach matrimonial y de divorcio, esto me lo preguntan muy seguido, ¿cómo evitar el divorcio? Pues muy fácil… El divorcio se evita no divorciándose, sencillito… Así es, no siendo opción. Desde mi punto de vista, un divorcio jamás es la solución para los problemas matrimoniales, y mucho menos si en este matrimonio existe un vínculo sacramental; porque lo que para el hombre es imposible, para Dios no lo es.
Un divorcio siempre será una historia con un costo y este costo es altísimo, haya o no haya hijos y si hay hijos es aún más alto el precio que se paga. El divorcio duele tanto que se siente -literal- como si te amputaran una parte de tu cuerpo. Sobrevives, pero queda menos de ti… Duele tanto que, de hecho, es el duelo número 2 por debajo de la muerte de un hijo.
El primer paso para evitar el divorcio es conocer cuál es el plan de Dios para tu matrimonio. No hay mucha ciencia en esto porque detrás de todo matrimonio hay un plan perfecto de unión, procreación y ayuda mutua donde las promesas y el amor que se profesen sea hecho de manera libre, total, fiel y fructuoso. Suena lindo y hasta romántico, ¿verdad? Pero, ¿cómo lograrlo? Teniendo claro que -como bien dijo Aristóteles- amar es querer el bien del otro, en cuanto otro.
Así es, estos son los 3 elementos que definen el amor auténtico: “El querer, el bien, en cuanto otro”. Si todos los tuviéramos claros y, mejor aún, los lleváramos a la práctica, no solo habría menos divorcios, sino que nuestras relaciones interpersonales serían más exitosas.
“El querer” al que se refiere esta frase es que con pleno uso de mi libertad decido poner mi voluntad al servicio del amor para cumplir la palabra dada. Y esto no tiene nada que ver con una apetencia sensible, sino con mi decisión de amar y de ser mejor persona para otros, en este caso, mi cónyuge. Quiero lo mejor para el otro, por lo tanto, yo me esfuerzo para ser cada día mejor persona y dar lo mejor de mí por amor y no por conveniencia. Quiero cumplir mi palabra dada de ser fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad. Amarle y respetarle todos los días de mi vida. Lo sienta o no…
El amor siempre busca el “bien”, es decir, aquello que perfecciona a la persona que se ama, que la dignifica, que la hace ser más libre, más persona. Esto es maravilloso porque el amor mejora, pule, refina a los que se aman. Es querer ser mejores también buscando el bien de los demás sabiendo que “el Bien” absoluto es Dios. Esto es muy importante que lo tengamos claro los matrimonios y que se reflexione profundamente. En realmente querer el bien de mi cónyuge no puede tener cabida el egoísmo ni actuar por miedo.
El amor busca el bien para otro “en cuanto otro”. Esto significa que el otro -por el simple hecho de ser- es merecedor y digno de todo amor y respeto. Es decirle, te amo a ti por ser quien eres, por ser tú y no por lo que me ofreces.
Amar es el acto más humano que existe porque es un acto donde ponemos a trabajar nuestras potencias, exclusivas del ser humano, la inteligencia, voluntad, libertad, responsabilidad, etc. El amor dentro del matrimonio es un ser vivo que se compone de cuerpo, mente y espíritu en unidad y al que hay que cuidar y alimentar como tal para que no muera. El enamoramiento es gratis, simplemente sucede. En el amor se trabaja para que crezca.
Una manera de alimentarlo espiritualmente es teniendo a Dios como centro de su relación. Hagan oración juntos. Ya sé que se escucha “santurrón”, sin embargo, es cierto porque en una relación donde Dios es el pilar y se hace oración en pareja esta será mucho más llevadera y plena. Esto no quiere decir que los problemas no se presentarán, lo que quiere decir es que cuando estos se presenten tendrán la certeza de que Él lleva la carga junto con ustedes.
También, hay que alimentar el vínculo con el cónyuge para que el afecto crezca entre ambos, es decir, seguir encontrando temas en común y que sean puntos de unión y encuentro. En un matrimonio sano, ni ella deja de ser ella, ni él deja de ser él; sin embargo, hay un vínculo que les une y en el cual hay que trabajar para que cada vez sea más fuerte, capaz de soportar cualquier eventualidad o crisis matrimonial.
El fin de los vínculos es unir y crecer en el amor. Sé que si les preguntara qué vínculos les unen a sus cónyuges de inmediato responderían que los hijos. Entonces, si de verdad son un vínculo tan sólido e irrompible ¿por qué sigue habiendo tanto divorcio? Entre los esposos se trata de generar vínculos afectivos, emocionales, espirituales, de comunicación, etc., como pareja, entre 2 personas que juraron amarse eternamente.
Otro punto importante es que siempre recuerden que antes de ser papás son esposos. Salgan, platiquen y eviten temas referentes a los hijos. Hablen más de sus cosas personales, de sus necesidades, de sus miedos y necesidades.
El amor a veces hay que razonarlo. Reflexiona, ¿por qué amas a tu cónyuge? Enfócate en las cosas positivas y aliméntalo de detalles. Piensa, yo te doy porque yo te quiero hacer feliz a ti. Si tú no eres detallista no me importa, yo a ti te demuestro con detalles que te amo.
Este último punto es por demás importante. Trabajar en mi capacidad de renunciar a mis derechos por el bien del otro. Es decir, renuncio a mis gustos y deseos por ti, porque tú lo vales, porque tú vales más en este momento que mi tiempo y mis deseos. Es decir, yo te doy, tú no me quitas.
San Juan Pablo II escribió de los actos de servicio en una Carta a las Familias. Habló muy bello sobre la capacidad de renuncia y decía algo parecido a esto: “No es igual que me exijas que te dé y que yo te exija que me des a que yo -teniendo ese derecho- renuncie a este por amor a ti”. Por ejemplo, aquella madre que se levanta a altas horas de la madrugada a alimentar a su pequeño. Ella tiene derecho a ese sueño. Sin embargo, renuncia al derecho del descanso por la vida de su hijo, por amor, por el bien del otro.
Así que ya sabes, rescatar tu matrimonio y a tu familia está en tus manos y si se lo permites, en las de Dios.