En nuestro compromiso por llevar una vida centrada en Dios, todos debemos hacernos cada día una pregunta
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Nos impactó la entrevista al Rabino Daniel Cohen, autor del libro What Will They Say About You When You’re Gone?, en la que le pedimos que nos compartiera algunos pensamientos sobre este tiempo santo, en que se celebra tanto la Pascua judía como la cristiana.
El mundo necesita esperanza y amor. Tanto el judaísmo como el cristianismo buscan elevar e inspirar a cada ser humano hacia la vida sobrenatural.
Sobre la estela de la convergencia entre la Pascua judía y la cristiana, teniendo en cuenta el mensaje de la vida incondicional de Dios, oramos para que nuestros principios compartidos puedan inspirar nuestra vida.
La fiesta de la Pascua cristiana sigue un periodo de 40 días y el Yom Kippur, el Día de la Expiación, sigue un periodo de 40 días, cada uno de los cuales representa una oportunidad de transformación personal.
Las dinámicas para obtener el perdón son radicalmente distintas, pero ambas hablan a la llama divina en la humanidad y a nuestra capacidad de rectificar nuestros caminos y renovar nuestra vida espiritual. Cada mañana, afirmamos que Dios nos ama y que cree en nuestra capacidad de ser santos y realizar nuestro potencial divino. Nunca tires la toalla contigo mismo. Todos estamos programados para la grandeza.
En nuestro compromiso por llevar una vida centrada en Dios, todos debemos hacernos cada día una pregunta: ¿vivimos para nuestra gloria, o para la gloria de Dios? Usando las palabras del pastor Greg Doll, mi co-conductor en la radio, hay una Persona que cada día ve nuestras acciones. El principio de la misma ley judía afirma, de manera clara y firme, este principio. Recordemos que Dios siempre está frente a nosotros, en lo privado y en lo público.
Finalmente, nosotros, personas de fe, dedicamos todo lo que somos para reparar el mundo, hecho pedazos. Nuestra misión es construir una sociedad basada en el amor de Dios, en el amor al prójimo y en el amor al extranjero. No hay causa más noble y santa que luchar por los derechos humanos, por la dignidad, por el respeto y por la igualdad.
Tenemos que construir una comunidad consciente. Cada uno de nosotros debe hacer oír su propia voz y luchar para que todas las religiones vivan sin miedo. Tenemos que trabajar junto a todas las comunidades religiosas para unir nuestras voces contra cualquier forma de racismo, y tomar una postura frente al mal que amenaza nuestro mundo.
Citando al rabino Jonathan Sacks: “El gran desafío de las religiones en esta era global es lograr hacerse espacio unos a otros, reconociendo la imagen de Dios en quien no es igual a nosotros”.
En cuanto portadores de esta misión, nuestras comunidades de fe están llamadas no solo a combatir la oscuridad, sino también a llevar luz. Cada uno de nosotros es un agente moral, y en esto reside nuestra dignidad única de seres humanos; estamos obligados a llevar el cielo a la tierra.
Dios nos promete que, si abrazamos nuestra misión, unidos alrededor de los valores compartidos, seremos reforzados en nuestra tarea cada día. Como afirma el profeta Isaías: “Los que esperan en Yahveh él les renovará el vigor, subirán con alas como de águilas, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse.” (Is 40,31).