Cómo no abdicar ante la dictadura de las redes y la presión social
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“Absuelta de maltrato tras quitarle el móvil a su hijo para que estudiase” es el chocante titular que a muchos nos sorprendió la semana del 28 de febrero. Un deja el móvil, un ponte a estudiar, una pequeña discusión y de repente te encuentras acusada de maltrato por tu hijo adolescente frente a un juzgado.
Llegados a este punto vale la pena plantearse qué nos conmociona más: la noticia o esa normalidad con la que empezamos a aceptar la proliferación de conductas como esta. ¿Cómo es posible que se esté llegando a tal punto que existan teléfonos de asistencia a padres y profesores? ¿A qué se deben estos casos nunca escuchados hace cuarenta años?
“Durante las últimas tres décadas se ha producido una enorme transferencia de autoridad desde los padres hacia los hijos” afirma Leonard Sax en “El colapso de la autoridad”, de forma que plantea la idea de que, en el núcleo de la familia moderna, son los hijos los que ejercen el poder sobre sus padres.
Esa figura clásica de autoridad y respeto que infundían unos progenitores a los que difícilmente se les rechistaba ha ido desvaneciéndose con el paso del tiempo. Pero ¿son ellos los que han cambiado o son los niños del siglo XXI? Sería interesante contemplar el resultado de un padre de los años sesenta pidiendo a su hijo que deje de jugar con la consola o de chatear por el móvil.
Sin duda, ahora la paternidad se enfrenta a nuevos retos que afronta con menos herramientas que en generaciones anteriores. No obstante, el declive de esta educación no puede remitirse únicamente al ámbito familiar de niños y adolescentes. La comunidad que acompaña a los padres en este proceso es un factor influenciable; al igual que el colegio.
El aula se ha constituido como un participante más en la construcción personal de los niños y jóvenes en un rol que se ha ido abandonando de forma gradual. Aparentemente, puede llegar a ser menos problemático centrarse en lo meramente académico sin tratar de dar lecciones de vida a los alumnos; postura que se ha tomado, por ejemplo, a raíz de ofendidas protestas de padres, injustificadas desde su punto de vista, ante castigos o llamadas de atención a sus hijos. Con esto lo que se consigue es menoscabar la autoridad del profesor mientras se serena al niño asegurándole que no ha cometido ninguna falta.
En contraposición, hallamos también la figura del profesor que no se molesta en establecer ningún tipo de conexión con los alumnos; de manera que cualquier niño difícil puede acabar con algún diagnóstico de esos desconocidos hasta hace poco, como déficit de atención o hiperactividad.
La obsesión con los videojuegos, la necesidad de imitar a los amigos y la adicción al móvil son sólo algunos de los principales detonantes de conflicto entre padres e hijos. Las prohibiciones ‘deja el juego’, ‘no vas a salir hasta las 6 de la mañana’ o ‘te quedas sin teléfono’ podrían parecer las frases más recurrentes por los padres contemporáneos. Sin embargo son restricciones que no se dicen con la convicción suficiente si en el fondo se lidia con la duda terrible de ser llegar a ser muy duro o demasiado blando.
La paternidad actual lidia con una lucha interna en la que siente que ha de elegir entre el bando de ser estricto o ser cariñoso, lo que no debería resultar incompatible.
Al ejercer la función de padres es necesario asumir que, en algún momento, los hijos se enfaden con nosotros al grito de que nos odian y de que les estamos arruinando la vida. Puede parecer angustioso pero no tanto si tenemos en cuenta que, según están las cosas, podría darles por denunciarnos ante la ley por intentar criarles lo mejor posible.
“Tu trabajo como padre o madre es educar a tu hijo para que llegue a ser la mejor persona que pueda, y la retribución es saber que lo has conseguido”, así de categórico es el especialista americano, Leonard Sax, cuyo libro ‘El Colapso de la Autoridad’ aborda problemas y soluciones en una guía de gran utilidad ante los nuevos retos de la paternidad moderna.
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