Me invitó una familia maravillosa y descubrí por qué son tan felices
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Ya tenía tiempo que doña Estela me insistía en que fuera a comer a su casa. Me había prometido un sabroso mole (un platillo mexicano espectacular), pero por distintas razones no había podido aceptar. Al fin se dio la oportunidad y acordamos que iría el siguiente domingo.
En cuanto entré a la casa varios niños fueron a darme la bienvenida, y me di cuenta de que no solo estaba doña Estela y familia, sino que habían ido también las familias de sus yernos, así que éramos un montón: papás, suegros, hijos, nietos y hasta bisnietos.
Ya con las tortillas calientes probamos el mole, el arroz, el chicharrón, los frijoles, las salsas… y los postres: arroz con leche, helado de chocolate, pastel de elote… ¡Todo estaba riquísimo!
¡Pero hubo algo mejor que aquel banquete! Quedé asombrado por la convivencia familiar, y es que aunque eran cuatro familias reunidas todos se esforzaban por tener un rato agradable, los rostros lucían alegres, se animaban entre ellos, es más, hasta las suegras y nueras estaban bien felices…
Fue una tarde fantástica. No se hacían lío de nada, las bromas iban y venían, no faltaba quien ayudara a servir o recoger, literalmente todos, hombres y mujeres, chicos y grandes ayudaban a que la convivencia fluyera tranquila y alegre. Estuvimos más de 6 horas en la comida y nunca vi una cara enojada o triste, menos un grito o una mala broma.
Pero, en medio de esa fiesta tan bonita, venían a mi mente los cientos de personas que llegan a mí llorando porque sus fiestas familiares se vuelven grandes pesadillas: hermanos que no toleran una broma, padres nerviosos que no saben pasar un momento sin pelear, suegras o nueras que buscan cualquier momento para echar indirectas, aquellos que no saben beber alcohol y amargan la fiesta, los que se la viven burlándose de los que no tienen tanto como ellos, los que no saben olvidar y se llenan de coraje por lo que pasó hace tantos años,…
Sé de familias que simplemente no pueden estar juntas, los padres deben citar a sus hijos en días diferentes, hijos que no visitan a los papás por no discutir, nueras y yernos que de plano no se arriesgan a estar con la familia política, hermanos que tienen años sin hablarse,…
Cuánto deseaba que todas esas familias con conflictos estuvieran presentes para que vieran que es posible relacionarse y ser felices con los parientes, y en un momento oré en silencio:
Padre bueno, Te pido por esta familia, que nunca les falte alegría y deseos de estar bien, nunca les quites estas ganas de ser familia.
Tu que fuiste Hijo de María y José te pido por todas las familias que sufren violencia, en especial por las que han llegado con lágrimas ante mí. Tú que con una sola mirada cambiaste la vida de Zaqueo muéstrales tu rostro y enséñales a sonreír, a desear la paz y a ser familia.
Santa Trinidad, modelo de hermandad, enséñanos a ser familia y con tu poder detén a los que quieran ofender, discutir o pelear, sana los corazones heridos de tristeza, soledad, odio o venganza y guía nuestra vida para que descubramos que seremos más felices, más fuertes y más abundantes si promovemos la paz en nuestras familias.
Terminé esta plegaria y me despedí. En eso escuché: “Padre, ¿podría hacer una oración con nosotros?”. Maravilloso, acabo de descubrir porqué son tan felices, vuelvo a comprobarlo: a una familia que ora unida, Dios la mantiene unida.
Y mientras rezamos pude escuchar a Jesús decirme: “Anuncia mi Evangelio, no te canses, todas las familias que entren a tu vida deben ser así”.
Escribo este testimonio para decirte: ¡No pierdas la esperanza! Dios tiene el poder de unir y dar paz a tu familia, no te canses de rezar. Tal vez tú no puedas evitar las discusiones de los tuyos, pero Cristo ¡sí puede!
Oremos más por nuestras familias,
Padre Sergio
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