La desaparición del lago Poopó (Bolivia) deja a sus pobladores en una situación vulnerable y en la búsqueda de nuevos horizontes En 2016 la noticia conmocionó a la región. Las imágenes difundidas por la Agencia Espacial Europa (ESA) hablaban por sí solas. El lago Poopó -el segundo más grande de Bolivia luego del emblemático Titicaca- había desaparecido. ¿Los motivos? La falta de lluvia que provocó una extensa sequía en la región, aspecto vinculado nada más ni nada menos que al cambio climático, además de otros factores como la contaminación minera.
Pasó el tiempo y en enero de este año el anuncio de que el lago estaba recuperando el 70% de su caudal de agua hizo crecer la esperanza y colmó las expectativas de muchos que consideraban que ya todo estaba perdido. Sin embargo, recientemente se confirmó que el lago se vuelve a secar.
Esta situación produjo hasta el propio pronunciamiento del presidente boliviano, Evo Morales, que estuvo recorriendo la región de Oruro para comprobar en carne propia lo que estaba acontecido.
Acabo de verificar e inspeccionar el Lago Poopó en #Oruro: al este y al oeste sin agua, y al norte con poca agua pero secándose.
— Evo Morales Ayma (@evoespueblo) February 12, 2017
Y con ello un pueblo entero que sigue sufriendo y que se ve obligado a buscar nuevos horizontes. “Es un desierto. Solamente un desierto”, expresa acongojado Valerio Rojas Flores, un aimara de 55 años.
“Por primera vez desde niño estoy viendo el lago completamente seco”, prosigue.
Su testimonio fue brindado a Univisión, que realizó un informe especial denominado “Los huérfanos del lago Poopó” (dividido en tres capítulos) y que deja de manifiesto la dramática situación de un pueblo entero que gracias a la desaparición del lago se ve inmerso en la pobreza.
Principalmente porque estos “huérfanos” pertenecen al pueblo de los aimaras de Untavi, donde, si bien están dedicados a tareas agrícolas, la dependencia del lago es enorme. En otros casos, para sus vecinos, los urus, la pesca significa el sustento diario.
Desde la obtención de de huevos de flamencos (que con la desaparición de lago se fueron) hasta la pesca de especies como el pejerrey, karachi, trucha y mauri, estos pobladores se encargaban de llevar lo que conseguían a otros pueblos para venderlo.
Valerio fue uno de los primeros que alertó a la prensa local sobre la situación dramática del lago ya en diciembre de 2015, noticia que luego tendría eco internacional.
“Después hemos pensado: ‘retornará, volverá el lago’. Algo va a entrar y se va a reproducir, vamos a esperar. Pero el año pasado tampoco ha llovido, y no hemos vuelto a pescar nada”, aseguró Valerio.
“Quisiera irme a Chile a trabajar… por lo menos algo puedo ganar para mis hijos. Tampoco puedo irme y abandonar a mis hijos. El gobierno no nos atiende, nos dice, siempre se va a secar. No sé. Yo me siento muy triste”, señaló Cristina Mamani Choque, la esposa de Valerio.
Valerio y su esposa Cristina, mientras tanto, siguen en el lugar a la espera de que suceda algo extraordinario y que regrese el agua como una bendición. “El lago tiene que volver”, enfatiza Valerio.
Pero otros pobladores no tienen más alternativa que buscar nuevos horizontes, por ende, migrar. De las 200 familias que había en el pueblo actualmente quedan 60 y el silencio es una de los rasgos más distintivos del lugar.
¿Alguien se acordará de estos habitantes? La interrogante queda en el aire y resta esperar que haya alguna respuesta para ayudarlos en sus necesidades.