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La guerra empieza en el corazón del hombre. Por esto todos somos responsables de custodiar la paz. Lo dijo el papa Francisco en la Misa del 16 de febrero de 2017 en la Casa Santa Marta del Vaticano.
El Pontífice puso el acento en el sufrimiento de tantos pueblos que se ven involucrados en las guerras por parte de los poderosos y de los traficantes de armas.
También contó cómo vivió, cuando era niño, la noticia del final de la guerra [cuando terminó la Segunda Guerra Mundial Jorge Mario Bergoglio tenía 9 años, n.d.E.]
La paloma, el arco iris, la alianza: papa Francisco se detuvo en estos tres puntos, tres imágenes presentes en la Primera Lectura, tomada del Libro del Génesis, donde se narra cómo Noé libera la paloma después del diluvio.
Esta paloma, que vuelve con el ramo de olivo, es “el signo de lo que Dios quería después del diluvio: paz, que todos los hombres estuvieran en paz”.
“La paloma y el arco iris –explica el Papa– son frágiles”. “El arco iris – añade – es hermoso después de la tempestad, pero cuando viene una nube, desaparece". También la paloma, dijo, es frágil.
El Papa recuerda cuando hace dos años, en un Angelus, una gaviota mató las dos palomas que había liberado junto a dos niños desde la ventana del Palacio Apostólico.
La gente muere por las guerras queridas por los poderosos y los traficantes de armas
“La alianza que Dios hace es fuerte -comentó- pero como nosotros la recibimos, como nosotros la aceptamos es con debilidad. Dios hace la paz con nosotros, pero no es fácil custodiar la paz”.
“Es un trabajo de todos los días –añadió– porque dentro de nosotros aún está esa semilla, ese pecado original, el espíritu de Caín que por envidia, celos, avaricia y deseo de dominación, hace la guerra”.
Francisco observó así que, hablando de la alianza entre Dios y los hombres, se hace referencia a la “sangre”.
“De vuestra sangre –se lee en la Primera Lectura– yo pediré cuentas; pediré cuentas a todo ser vivo y pediré cuentas de la vida del hombre al hombre, a cada uno de su hermano”.
Nosotros, observó el Papa, “somos guardianes de los hermanos, y cuando hay derramamiento de sangre hay pecado, y Dios nos pedirá cuentas”.
Custodiar la paz, la declaración de guerra empieza en cada uno de nosotros
“¿Cómo custodio yo la paloma?”, se pregunta el Papa. “¿Qué hago para que el arco iris sea siempre una guía? ¿Qué hago para que no se derrame más sangre en el mundo?”.
Todos nosotros, reafirmó, “estamos implicados en esto”. La oración por la paz “no es una formalidad, el trabajo por la paz no es una formalidad”.
Y añadió con amargura que “la guerra empieza en el corazón del hombre, empieza en casa, en las familias, entre los amigos, y después llega a todo el mundo”.
¿Qué hago yo, añadió, “cuando veo que viene a mi corazón algo que quiere destruir la paz?”
El recuerdo del fin de la guerra en el recuerdo de cuando era niño
“La sangre de Cristo –añadió– es la que hace la paz, pero no la sangre que yo derramo de mi hermano” o “que derraman los traficantes de armas o los poderosos de la tierra en las grandes guerras”.
Francisco confino una anécdota personal sobre la paz, de cuando era niño.
“Recuerdo, empezó a sonar la alarma de los Bomberos, después de los periódicos y de la ciudad… Esto se hacía para llamar la atención sobre un hecho o una tragedia.
Y en seguida escuché a la vecina de casa que llamaba a mi mamá: ‘Señora Regina, ¡venga, venga, venga!’.
Y mi mamá salió un poco asustada: ‘¿Qué pasó?’. Y esa mujer desde la otra parte del jardín le decía: ‘¡Acabó la guerra!’ y lloraba”.
Francisco recordó el abrazo de las dos mujeres, el llanto y la alegría porque la guerra terminó.-
“Que el Señor – concluyó– nos dé la gracia de poder decir: ‘Terminó la guerra’ y llorar. ‘Terminó la guerra en mi corazón, terminó la guerra en mi familia, terminó la guerra en mi barrio, terminó la guerra en mi lugar de trabajo, terminó la guerra en el mundo’. Así será más fuerte la paloma, el arco iris y la alianza”.