Acoger a niños requiere mucho amor y altruismo. Pero en Los Angeles hay quien ha ido más allá, cuidando niños que están por morir:
Mohamed Bzeek, en los últimos años ha adoptado y acogido a muchos niños gravemente enfermos.
“La cuestión es amarlos como si fueran míos”, declaró Bzeek a Los Angeles Times. “Se que están enfermos. Sé que van a morir. Como ser humano hago lo mejor que puedo, y dejo el resto a Dios”.
Bzeek, que hoy tiene 62 años, llegó a Estados Unidos desde Libia en 1978 como estudiante universitario. Si no fuera por su ex mujer, probablemente no habría respondido a su llamada. Los dos se conocieron en los años 80 gracias a un amigo en común. Los abuelos de ella habían acogido a algunos niños, y Mohamed hizo suyo este gran amor por los más pequeños. La pareja decidió concentrarse en los niños enfermos terminales hacia mediados de los años 90, tras la muerte de una niña que habían acogido.
Cuando aún estaba en el vientre materno, la pequeña había sufrido los efectos de los pesticidas que respiró la madre, jornalera del campo; nació con una espina dorsal tan deforme que tuvieron que ponerle un yeso completo. Bzeek cuidó de la niña durante un año. “Sufrí mucho cuando murió”, dijo a Los Angeles Times mostrando una fotografía de ella en el ataúd, rodeada de flores.
El único hijo biológico de Bzeek, Adam, nació en 1997. Afectado de enanismo, tenía los huesos tan frágiles que se podían romper sólo de cambiarle el pañal o quitarle los calcetines.
Ahora Adam tiene 24 años y pesa alrededor de 65 kilos. Estudió informática en el Citrus College, y fue a clase con su silla de ruedas eléctrica. Era el estudiante más bajo de su curso, dice Bzeek, “pero es un guerrero”.
En el 2000 su mujer Dawn se enfermó gravemente. Las frecuentes crisis epilépticas la debilitaban mucho, obligándola a estar en casa durante días. Su matrimonio se resintió muchísimo, y se separaron en 2013. Dawn murió poco después de un año.
Otro de los niños de acogida –internado 167 veces y fallecido a los 8 años– nació con el síndrome del intestino corto. No podía comer. Pero a pesar de eso Bzeek quería que se sintiera parte de la familia, y lo hacía sentarse a la mesa, junto a los demás, con un plato y una cuchara.
Luego Bzeek cuidó a una chica que nació con encefalocele, condición que la ha vuelto mental y físicamente subdesarrollada. De su cráneo salían partes del cerebro, que luego se quitaron quirúrgicamente. No ve ni oye, tiene todas las extremidades paralizadas y sufre de continuas convulsiones. Mohamed la cuida, buscando darle todo el afecto y consuelo posibles.
“Se que no puede oír ni ver. Pero yo le hablo siempre. La abrazo, la acaricio… Tiene sentimientos. Tiene alma, es un ser humano”.
Los médicos perdieron la esperanza cuando la niña tenía dos años.
La única forma de comunicarse con ella es a través del tacto. “Quiero que sepa que hay alguien aquí para ella. Alguien la ama. Ella no está sola ", dijo Bzeek.
Hay una necesidad desesperada de padres adoptivos que cuiden niños en estas condiciones. Y en Los Angeles hay sólo una persona dispuesta a hacerlo: Mohamed Bzeek.
“Si nos llaman y nos dicen: ‘Este niño no puede estar aquí, debe regresar a casa’, hay un nombre en el que pensamos, dijo Melissa Testerman, coordinadora del Departamento de asuntos sociales del condado, encargada de encontrar un hogar a los niños enfermos. “Él es el único dispuesto a cuidar a un niño que corre el riesgo de morir”.
"No necesito palabras para saber que son felices"
"Sus vidas tienen valor: estos niños me hacen feliz al ver sus sonrisas y saber que están felices y contentos", dice Bzeek. Y agrega: "No necesito palabras para saber eso".
Mohamed dice que se siente honrado de que los niños estén bajo su cuidado y que pueda mostrarles compasión y garantizar que se respete su dignidad en los últimos meses y años de vida. “Cuidé a los niños que vinieron aquí con todo, desde espina bífida hasta daño cerebral. Muchos de ellos ni siquiera tenían nombre. Así que les puse un nombre. Y cuando llegó el momento de su muerte, sus nombres fueron recordados. Nunca han sido olvidados. Ni por un momento”, enfatiza Bzeek. El hombre dice que despedirse de sus hijos adoptivos es muy doloroso.
“Morir es parte de la vida, y no puedes comprarte un minuto cuando llega el momento. Así que les doy a estos niños lo que tengo que ofrecer en el poco tiempo que están aquí. Se van de aquí sabiendo que son amados”, dice.