Hasta que no me acepte a mi mismo/a, no me quiera, no me admire, no dejaré que otra persona lo haga
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Hace unos días encontré el último número de la revista “Tu Estilo”. En la portada aparece (la actriz polaca) Anna Dereszowska con un vestido de flores de color cereza y bajo el título: “Es una lástima que nunca haya sido una single”. Mi corazón se agitó y dije en voz alta: “Realmente es una lástima, Anna, una lástima que no lo fueras…”…
Ser un single puede ser a veces una maldición o una bendición.
Para mí, durante largos años fue una piedra a mis pies, que no me permitía avanzar, como una maldición condenándome a la tristeza y a las lágrimas, como prueba de que algo no iba bien conmigo. Me parecía que yo era diferente al resto de las personas. Estaba convencida de que faltaba algo en mí, que en algún lugar profundo dentro de mí había “algo” misterioso, algo vergonzoso. No necesito mencionar cuál era mi deseo de parecerme físicamente a las modelos de las portadas ultra retocadas con PhotoShop.
Quién de vosotras cree que alguna parte de vuestro cuerpo no es demasiado gruesa o demasiado delgada, ¡que lo escriba en el espacio dedicado a los comentarios!
Es la plaga de nuestros tiempos – insistimos haciendo pruebas fallidas para encajar en el patrón dictado por la moda. Yo era demasiado perezosa para seguirlos. No me dejaba llevar por las dietas extremas, y sólo de pensar que tenía que salir a correr, me entraban escalofríos. Seguía viviendo insatisfecha con mi propio cuerpo. Hoy en día, no me sorprende que no saliera entonces con chicos. Y no me refiero a las “deficiencias” superfluas.
¿A quién le gustaría salir con la persona que no se siente a gusto consigo misma?
Bueno, también los hay valientes. Conocí a varios hombres a los que no les molestaba mi actitud repulsiva hacia mí misma. Por desgracia, no les di ninguna oportunidad, por más mínima que fuera, de pasar juntos el tiempo, de llegar a conocernos, de estar cerca. ¿Por qué? ¿Cómo es posible? La primera razón fue que yo jugaba a ser Dios. ¿Cómo fue? Simplemente, después de tres segundos mirando a un hombre, estaba convencida de que sabía todo de él. Incluyendo la idea de lo insuficientemente atractivo que resultaría como marido (en mi cabeza aparecían escenas de películas sobre las bodas). ¿Suena injustamente? Creo que era injusto.
La segunda razón voy a describirla con un ejemplo. Hace exactamente un año, en la boda de unos amigos, mientras hacía cola para felicitar a lo novios, se me acercó un guaperas sonriendo. Durante una breve conversación me preguntó si había venido acompañada de un amigo, un chico que estaba al lado. Le contesté que no y él me dijo: “Entonces te voy a secuestrar”. ¡Una escena de película!
Por desgracia, después ya no pasó como en una película. Me quedé clavada en el suelo. Aunque por dentro sentí la emoción y el deseo de aventura, no lo expresé ni con un gesto, ni con una palabra, ni una sonrisa. No se me movió ni un pelo. Durante aquellos pocos segundos, cuando el chico estaba esperando mi respuesta, apareció un comentario negativo en mi cabeza: Creo que se confunde. Este tipo de cosas suceden sólo en las películas.
No, es imposible que ALGUIEN así se interese por mí. Al no haber visto ningún interés por mi parte, el chico pensaría que yo era una chica bastante creída o aburrida… ¿Fue así? No lo sé. Tal vez algún día me atreveré a preguntárselo. La historia termina aquí. El chico desapareció, no hubo secuestro. Me quedé sola con la decepción y algunas preguntas sin respuesta: ¿Por qué no creía que podía gustar a alguien, a pesar de no parecer una millonaria?
¿Qué puedo hacer la próxima vez cuando alguien me quiera conocer más de cerca? La respuesta fue simple: amarme a mí misma. Entendí que mientras no me aceptara a mí misma, no me amara, no me admirara, no dejaría que otra persona lo hiciera conmigo. Como dice el mandamiento: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22:39). Pero, ¿de dónde sacar ese amor a uno mismo? ¿Se puede “fabricar” de alguna manera? Me dirigí al Principio de la Creación. Me convencí de que Dios es amor y que un día se tomó un tiempo y me creó. Me diseñó y disfrutó con ello.
Pintó todos los colores de mi personalidad y los codificó muy bien. Tal vez suena a cuento de hadas, pero me funcionó. Empecé a conocerme, a descubrir el secreto de mi ser. A descubrirlo delante de mí y lo que es importante, delante de otras personas. Hoy siento que hay mucha belleza en mi interior y de la antigua oscuridad vergonzosa no queda nada.
Al aceptar todos los aspectos de mi personalidad: los defectos, las ventajas, la sexualidad y los sentimientos; no necesito parecerme a alguien que no soy.
No me convierto ya en una estatua de sal, sino doy gracias con alegría, cuando alguien me dice que soy hermosa.
Ya no quiero colocarme en el lugar de Dios y decidir quién es el modelo defectuoso y quién es el perfecto.
¿Y cuál de ellos seré yo? Prefiero estar delante de la persona y disfrutar de ese milagro, que esperar que tenga que quererme, gustarme, llenar el vacío o darme algo. Y esta es mi bendición de ser una single. Si estás leyendo esto, es probable que también lo seas. ¿Te atreves a descubrir lo maravilloso/a que eres?