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Los abuelos, la continuidad en el amor

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Orfa Astorga - publicado el 03/01/17

Los niños son niños que no saben nada, los ancianos son niños que se saben al final de su camino

Los ancianos,  como los niños, necesitan protección, seguridad, ayuda, comprensión, compañía y sobre todo el más auténtico amor.  Pero suelen sufrir abandono cuando más en deuda se está con ellos.

No sabemos de un niño que no ame a los abuelos si tiene la oportunidad de convivir con ellos. Y si  después de sus padres, a quienes más aman son a ellos, entonces… ¿Qué sería de los niños si no tuvieran abuelos?

Imagínense por un instante que fuera legal y obligado suprimir a los ciudadanos que alcanzaran la tercera edad (la idea puede de no ser  tan original, pero de momento a Dios gracias solo está en el campo de la ficción)… ¿Qué sucedería?

Los niños perderían  la más rica encarnación de la escuela de la vida, pues se aprende más de dos abuelos que de diez expertos en temas familiares, por lo que son personajes fundamentales en la convivencia familiar.  Más grave aún, automáticamente se les cerraría la visión de futuro, pues pensarían que después de sus padres ya no existe nada, solo un angustioso y misterioso vacío.

No ha de ser así, pues conociendo que estamos precedidos en el amor, aceptamos y valoramos luego el ser su prolongación, creando el sentido armónico de la continuidad de la vida.

Aquí algunos testimonios sobre la continuidad en el amor por los abuelos, aportados por quienes tuvieron la fortuna de convivir con ellos:

  • Cuando mis abuelos me cuidaban, me daban una gran seguridad y confianza, pues se daban por entero a mí.
  • De ellos aprendí otros hábitos, otra forma de vida y maneras de hacer. Sobre todo a interesarme por las personas  de la manera más natural y sencilla.
  • Mis padres seguían los consejos de los abuelos, pues ellos por su edad tenían ya mucho sentido común y experiencia de la vida, les enseñaban con humildad hablando de sus errores y evitándoselos.
  • Siempre estaban dispuestos a escuchar mis infantiles aventuras y  ellos a su vez contarme  cuentos e historias (incluidas las famosas cacerías y pescas del abuelo).
  • No solo festejaban mis ocurrencias,  sino que las  aprovechaban para ayudarme  a desarrollar mi inteligencia e imaginación.
  • De  ellos también aprendí a no dejarme  llevar solo por lo que me gustaba, no eran tan consentidores.
  • Era muy positivos al enseñarme, diciéndome: tu papa haría las cosas de esta manera, pero yo las hago de esta otra y ambas son buenas; pero en este caso concreto, veamos cual es la más conveniente. Eso ayudo al desarrollo de mi  espíritu crítico.
  • Con su talante sereno y campechano, me dieron un sentimiento de apaciguamiento y de seguridad.
  • Seguían las directrices de mis padres, reforzando el sentido moral y el respeto a las reglas de la convivencia.
  • Eran mi paño de lágrimas cuando de niño estaba triste o lloraba.  Me consolaban e igual me corregían. Al final lograban hacerme sentir amparado y tranquilizado.
  • Los lazos de afecto entre mis padres y abuelos me dieron un ambiente feliz, así comprendí la importante noción de los que es una familia.
  • Cuando me hablaban de “cuando éramos pequeños como tú”, me aportaban la idea del tiempo, de la continuidad de la vida.
  • Cuando perdí a mi padre, lo sustituyeron consiguiendo suplir la figura parental ausente.
  • Aun de adulto, cuando necesito paz, siguen siendo mi amor refugio.

La principal forma de honrar a nuestros abuelos es reconocer su derecho a vivir y morir con dignidad en el seno amoroso de nuestra familia.

Su derecho a vivir con dignidad en su relación con sus hijos y sus nietos, entre muchas cosas,  significa principalmente:

  • Evitarles vivir de la caridad y de la compasión.
  • A no cobrarles facturas por sus errores como padres, negándoles el amor de los nietos.
  • A reconocer que más importante que el amor que les ofrecemos, es sobre todo aceptar  el que ellos siempre están dispuestos a darnos.
  • Apoyarlos a que mientras puedan, sigan trabajando en los suyo y cobrando su sueldo.
  • Cuando jubilados, a que tengan actividades gratificantes y se conserven autónomos.
  • A participarles nuestras vidas, a poner mucha atención cuando nos hablan, a aceptar sus opiniones, consejos, y sobre todo, a aceptar su vejez sin hacerlos sentir viejos.

Una vida larga ya no es privilegio de pocos, sino destino de muchos.

Los adultos  mayores son los transmisores de las tradiciones, los guardianes de los valores ancestrales, el eslabón que une a las generaciones dando e inspirando benevolencia, tolerancia; capaces aun de participación y creatividad, viviendo hasta el final como un proyecto de vida valioso e insustituible.

Por Orfa Astorga de Lira. 

Máster en matrimonio y familia, Universidad de Navarra. 

Escríbenos a: consultorio@aleteia.org

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