La falta de perdón llena el corazón de rabia y de odio, siempre se puede optar
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¿Cuáles son las fuentes en las que bebo para tener una alegría duradera? ¿En qué fuentes interiores descansa mi alma? Cada uno podría hacer su lista de fuentes de alegría. Cada uno le puede poner nombres y descubrir el camino original por el que Dios le conduce. ¿Cuido las fuentes de la alegría que Dios me ha regalado? El perdón es una gran fuente de alegría. Es el mayor don que Dios me puede conceder.
En primer lugar el perdón que recibo de Dios en la confesión cada vez que me alejo de Él y me enfrío. Ese perdón de su misericordia me limpia por dentro, me sana, me da fuerzas para luchar.
Pero también sé que necesito perdonar siempre y a todos. Si lo lograra sería más feliz. Aunque no lo consigo. Guardo rencores en el alma. La memoria logra que olvide algunos. Pero siempre vuelven a aflorar esos sentimientos de rabia y violencia.
La rabia por el perdón que no logro dar se acumula en mi alma. Mis reacciones son a veces desproporcionadas. Reacciono mal sin motivo. Guardo rencores en el corazón. Me lleno de tristezas y amarguras.
Decía Miriam Subirana: “El odio es una emoción “incendiaria”, destruye la concentración y mata la capacidad de actuar con dignidad y excelencia. Unas sabias palabras dicen: – ¿Quieres ser feliz un momento? Véngate. ¿Quieres ser feliz siempre? Perdona”.
El perdón me libera. Me permite nacer de nuevo. Me llena de paz. Me quita tanto peso. Necesito dar el paso de perdonar con la voluntad. La gracia del perdón vendrá más tarde por obra de Dios.
El primer paso es reconocer los perdones que no he dado. Descubrir los rencores que me duelen. Aceptarlos, entregarlos y pedirle a Dios que me ayude a perdonarlos.
El perdón es un bien en sí mismo. Me hace bien a mí. No perdono para que el otro esté bien, sino para estar yo bien. Son esas heridas que guardo en el alma.
También necesito perdonarme a mí mismo, por mis fallos, por mis errores, por las decisiones tomadas. El perdón por mi forma de ser. Por mis debilidades. El perdón a mi vida tal y como ha sido. Una vida distinta a la que yo soñaba.
También necesito perdonar a Dios. Sé que es bueno. Pero necesito perdonarle porque mi vida no ha sido como soñaba. Ha sido distinta. Ha sido más dura.
El perdón es una gracia de Dios que tengo que pedir sin cesar. Doy el primer paso. Perdono con voz audible. Ante Dios. No hace falta que nadie sepa a quién perdono. Lo que importa es hacerlo ante Él y que me pueda conceder con el tiempo la gracia del perdón.
Creo en la misericordia. Y sé que la capacidad de perdonar me hace feliz. Es fuente de mi alegría. Cierra el año de misericordia pero no acaba. La misericordia es una puerta abierta que nunca se cierra.
El papa Francisco en Amoris Laetitia comenta: “Saber perdonar y sentirse perdonados es una experiencia fundamental en la vida familiar. El difícil arte de la reconciliación, que requiere del sostén de la gracia, necesita la generosa colaboración de familiares y amigos, y a veces incluso de ayuda externa y profesional”.
En la vida familiar es importante aprender a perdonar y ser perdonados. Pedir perdón, reconocer con humildad mi culpa. Es un arte difícil. “Algunas familias sucumben cuando los cónyuges se culpan mutuamente”.
¡Cuánto cuesta perdonar y pedir perdón! ¡Qué difícil ceder, reconocer con humildad los errores, aceptar la responsabilidad, querer iniciar un camino de reconciliación!
El perdón es fuente de alegría familiar. La falta de perdón llena el corazón de rabia y de odio. Hay dos caminos. Siempre se puede optar. Depende de mí.
¿Sé pedir perdón? ¿Me resulta fácil perdonar?
¡Cuánto cuesta el perdón! ¿Lo pido con humildad? Que Jesús me enseñe a perdonar. Que se rompa la rabia y la violencia. Que pueda dejar lo que me separa. Que surja la fuente del perdón para toda la familia. Que al herir pida perdón en seguida. Que al decir algo duro a alguien sepa reconciliarme e iniciar un camino de perdón. Es la fuente más pura de la alegría.