Edmund Husserl -filósofo alemán-, escribió en su Lógica formal y lógica transcendental que "el pensamiento siempre se hace en el lenguaje y está totalmente ligado a la palabra. Pensar, a diferencia de otras modalidades de la conciencia, es siempre lingüístico, siempre un uso del lenguaje". Esto es, que el órgano propio de la conciencia es, precisamente, el lenguaje.
Desde luego, no fue Husserl el primero en señalarlo. Una larga tradición filosófica, que incluso podríamos rastrear, digamos que genealógicamente, hasta llegar a Aristóteles, apunta a una estrecha relación entre el pensamiento, el habla y la escritura, casi como si fuesen una y la misma cosa.
A propósito de esto se ha escrito hasta el cansancio, pero quizá una de las frases más sugerentes sea aquella de Wittgenstein, en la que el también filósofo –austríaco- afirmaba que los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro mundo.
Pasar de la lectura a la escritura
Así, la necesidad de generar un hábito de lectura se hace bastante evidente -con miras a ensanchar nuestros propios horizontes vitales- pero, quizá, la de escribir aún no tanto. ¿Por qué necesitaría uno instalarse a escribir, además de a leer?
Como señala el filósofo e historiador jesuita Walter Ong, la escritura es una tecnología que ayuda a formar, no solo la conciencia, sino los procesos de pensamiento, y el paso de la cultura oral a una cultura escrita causó un efecto tan profundo en la humanidad que la conciencia humana cambió para siempre.
El asunto es que escribir, de entrada, no es tampoco tan sencillo. Lo sabe cualquiera que lo haya intentado. Si bien leer y escribir son capacidades relativamente bastante extendidas en el mundo contemporáneo, leer bien y escribir con propiedad ya son otro asunto. Ser un buen lector no es un asunto de cantidad, y ser un buen escritor es bastante más complejo.
Sin embargo, eso no quiere decir que, por ejemplo, el ejercicio de llevar un diario no sea suficiente para comenzar a estructurar nuestra conciencia en formas más, digámoslo así, "sólidas", ayudándonos a pensar mejor. No sólo es un asunto de orden, sino de formación de la propia conciencia. Al menos, según Ong.