La sorprendente experiencia de organizar una adoración perpetua en tu parroquia
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“En realidad es un código binario, cero-uno: o creemos que Dios está, o que no está. No hay término medio. Y si creemos que Jesús está presente en la Eucaristía, no podemos vivir de espaldas a Él”. Así explica Enrique González, párroco de San Germán, las razones de la apertura, hace pocos meses, de la cuarta capilla de adoración eucarística perpetua que hay en Madrid.
Para Enrique, el principal obstáculo que vivimos los cristianos es que “organizamos nuestra vida y nuestros proyectos como si Él no existiera”. Sin embargo, con la adoración “le devolvemos al Señor su puesto y nos ponemos a su escucha”.
Después de estos meses con la capilla abierta de día y de noche, “nuestra experiencia es que las personas que comienzan a hacer adoración comprueban que es un caudal enorme de vida y de gracia. Es una apuesta segura: a cualquiera que le propongas hacer un rato de adoración lo notará sin duda, por la presencia del Señor tan fuerte y la intimidad que provoca, y por la alegría que les transforma. Por decirlo así, la adoración engancha a quien lo prueba”.
Junto al párroco, los responsables de que cada hora de la semana esté cubierta con al menos un adorador son varios laicos encargados de turno.
Para José Antonio, uno de ellos, todo surgió de manera muy natural: “La gente fue llenando poco a poco los turnos que habíamos abierto durante el día. Y nos preguntamos: ¿por qué no damos un paso más y la hacemos perpetua? Y en dos meses se completaron los turnos. No hubo que hacer casi nada…”.
Allí muchos encuentran la misma experiencia de Amaya: “La adoración te cambia la forma de ver tu vida. No te quita los problemas, pero te da la fuerza para seguir amando a quien a lo mejor te hace daño, o te das cuenta de que los problemas empiezan a perder importancia”.
O la de Amalia: “Yo me metí en esto por casualidad, para ayudar a organizar los turnos. Pero la primera vez que estuve en una adoración…, aquello me impactó. “Yo quiero más”, pensé. Es que engancha. Voy y le cuento mis cosas, y Él lo va transformando todo”.
“No puedo seguir mirándole estando así”
Pero no todo se queda en el provecho propio. José Antonio lleva ya muchas madrugadas ante el Señor y destaca que “cuando estás por la noche y suena la puerta y te das cuenta de que viene alguien…, eso a mí me emociona. Para eso estoy aquí, no solo para mi satisfacción personal, sino para que otros puedan ver la puerta abierta y encontrarse con el Señor”.
Además, curiosamente los beneficios de la adoración no se quedan solo en el ámbito de la parroquia o del templo que tiene al Señor expuesto 24 horas, sino que se extienden al barrio y a otras parroquias del entorno. Como dice Amalia: “Esto no quita fieles a las parroquias vecinas. Al contrario, es un fenómeno expansivo: los fieles del resto de parroquias también quieren adoración”.
Lo confirma Jorge González Guadalix, párroco de la Beata Ana María Mogas, que inauguró su capilla hace casi cuatro años: “Varios sacerdotes de parroquias cercanas me han dicho: “Ni se te ocurra cerrar la capilla, no sabes las confesiones que me llegan desde allí””.
Y para ilustrar el fruto de conversión que da la capilla cuenta el caso de un joven que llegó un día a confesarse llorando: “Él no era practicante, pero iba habitualmente a la capilla porque decía que allí se encontraba bien. Pero un día decidió subir a confesarse porque decía: “Yo no puedo seguir mirándole estando así”. La adoración desde luego que cambia la vida”.
Zombies en la noche madrileña
Historias como esta son habituales también en la capilla de adoración perpetua de la parroquia de la Encarnación del Señor, la pionera en Madrid, con doce años de actividad.
El párroco, José Carlos González, cuenta que la capilla es, sobre todo, “un lugar de paz. Hay gente que viene a altas horas de la noche solo para encontrarla. Hay un señor que suele venir a las dos de la madrugada y que reconoce: “Yo no soy cristiano, pero este es el único lugar donde encuentro paz”.
“Hay otro señor, viudo, que no es habitual de la Iglesia, pero cuando entra se pone de rodillas delante de Dios y le habla en voz alta de su mujer y de todo lo que han vivido juntos”, recuerda.
Esta capilla acoge también historias muy bonitas, como un hombre que solía venir a adorar y que, al morir, pidió que las flores de su funeral adornaran la capilla; u otro anciano al que, al enfermar y no poder andar bien, su hijo llevaba a rezar; o trabajadores de empresas cercanas que se toman un bocadillo en la puerta y entran a adorar; o curas de otras parroquias que se acercan para estar con el Señor un rato…
En la capilla de Cachito de Cielo, en pleno barrio de Chueca, hay un hombre que acude cada noche, de lunes a domingo, de dos a cinco de la madrugada. “Mis hermanas me dicen: Te estás matando. ¡Pero yo lo necesito!”, confiesa.
Y otro reza también todos los días de cinco a ocho, y luego se va a trabajar. “¡Te vas lleno!”, le dicen las religiosas que llevan la capilla.
“Curiosamente –explica el párroco de San Germán–, la adoración tiene mucha fuerza entre la gente que acaba de llegar a la fe. Es como lo de María Magdalena: “Dime dónde está que necesito verle”. Muchos van buscando capillas de adoración como locos, parecen zombies en la noche madrileña [risas]”.
La adoración al Santísimo no es una oración cerrada, individualista o intimista, sino todo lo contrario. Lo explica el párroco de la Beata Ana María Mogas: “Todos los voluntarios de Cáritas de mi parroquia, los que dan catequesis, los que llevan el economato… son adoradores. De turno fijo o no, todos tienen sus ratos de adoración en la capilla”.
Y esto se nota: “En el economato hemos pasado de atender a 60 familias a 105 en este momento”. Pero no solo eso: “Durante estos años la parroquia ha cambiado, en formación y en trato con el Señor. Ha ganado hondura y se ha hecho más profunda. Se cumple lo que contestó santa Teresa de Calcuta cuándo le preguntaron qué había que hacer para cambiar el mundo: “Abrir más capillas de adoración perpetua””.
En San Germán, “la adoración es el pulmón por el que respira la parroquia”, explica su párroco. Y José Antonio apostilla: “Me cuesta mucho pensar en alguien que venga a la adoración y que no esté involucrado de una u otra manera en alguna otra actividad de la parroquia. Casi todo el mundo que está ahí está en alguna otra cosa más”: cursos prematrimoniales, de preparación al Bautismo, visitas a residencias de ancianos…
“La adoración es como la gasolina para la parroquia”, dice Amalia. Y además “hace comunión, porque conoces más a la gente de la parroquia, sobre todo a las personas de nuestro turno. Esto nos hace sentirnos más familia y está siendo muy bonito”, explica Amaya.
Vas con el Señor… y cambias
Al final, “el encuentro con Cristo es hoy el mismo que hace 2.000 años: el que se encuentra con Él cambia de vida y comienza a hacer cosas que antes no hacía. Esto pasa también hoy. La secuencia no es: cambias y vas con el Señor. Es al revés: vas con el Señor…, y cambias. El corazón cambia cuando vives dejándote amar por el Señor y confiando en Él”, dice Enrique.
A su vez, la adoración de Cachito de Cielo nació como una oración encarnada en los pobres: a las misioneras del Santísimo Sacramento las llaman las monjas de pan y huevo, por los bocadillos que llevan dando desde hace su fundación a los más necesitados.
Hace pocos años, esta labor tomó la forma de un comedor para personas sin techo en el que se ofrece también comida a familias en apuros. Y no solo eso: esta capilla en el centro de Madrid es un imán para quienes sufren otro tipo de pobreza: muchos acuden allí a hablar con las monjas para contar sus penas, desahogarse y recibir consejo.
Evangelizando en Chueca
Además, desde hace dos años los adoradores salen a evangelizar por la zona, como una consecuencia natural de la intimidad con el Señor. Noemí Saiz, la responsable de estas salidas junto a las religiosas, es adoradora y también lleva la página web vocacional buscoalgomas.com.
Una noche cada dos o tres meses salen “a presentar a la gente, con sencillez, un Dios que les ama”. A primera vista no es fácil, pero ocurren muchas sorpresas.
“Una noche nos acercamos a un grupo de mujeres y una de ellas nos dijo: “Somos lesbianas”. Y les dije “Yo no te he preguntado y nadie te lo va a preguntar, solo te he invitado a entrar a rezar”, y entraron las cuatro…”, cuenta Noemí.
Dentro les espera una capilla a la que los madrileños han llamado desde su inicio cachito de cielo por su belleza, junto a una música bonita, unas velas y unos papeles para escribir peticiones para el Señor. “Es muy bonito comprobar que la gente entra, y ellos mismos salen sorprendidos y te dan las gracias”.
Hora y media llorando
En otra ocasión rondaba la capilla un adolescente con un monopatín. “Miraba desde fuera y nos acercamos para invitarle a entrar. Nos dijo: “No voy a la iglesia desde la Primera Comunión, voy en chándal”. “No pasa nada”, y le hicimos ver que ser parte de la Iglesia no consiste en ir repeinado a Misa el domingo”, recuerda Noemí.
Y las religiosas también cuentan que una noche unas jóvenes rechazaron la invitación: ““Somos lesbianas y la Iglesia no nos quiere”. “Dios sí te quiere, y queremos rezar por vosotras y por vuestras intenciones”, les dijimos. Y al final entraron”.
Dentro, son muchos los que lloran, los que se dirigen al Señor en voz alta… “Una noche una chica entró con muchas pintas y se quedó de rodillas una hora y media llorando. Es impresionante ver cómo se ponen de rodillas delante de Dios. Es Él el que hace las cosas”, atestiguan las religiosas.
Y concluye Noemí: “Nosotros lo que hacemos es solo lo que nos pide el Papa: salir a la calle y abrir nuestras puertas. Y lo hacemos de manera literal».