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Las 10 razones por las que Jesús es signo de contradicción

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Henry Vargas Holguín - publicado el 20/12/16

¿Por qué dijo Jesús que no vino a traer paz, sino espada? Descúbrelo de la mano del padre Henry Vargas Holguín

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En primer lugar hay que tener en cuenta que Jesús no vino al mundo para establecer una paz mundial a la fuerza.

Él vino principalmente a redimir al ser humano enfrentándose a las tinieblas y vencerlas en la cruz.

Por tanto todo aquel que lo siga y guarde su palabra necesariamente se estaría enfrentando también a las tinieblas, y no podría haber paz porque estaríamos en guerra contra las fuerzas satánicas que están operando por un tiempo en esta tierra (Ef 6, 12)

En segundo lugar porque la manera de hablar de Jesús, el divino maestro, es difícil, muchas veces elevada, hecho que algunos entienden y otros no, unos acogen y otros no.

Y claro que su mensaje tenía que ser difícil pues Él no enseñaba cosas de este mundo, enseñaba cosas sobrenaturales.

Se encarnó para revelarnos verdades sublimes que la inteligencia humana por sí sola no lograría entender y que el lenguaje humano nunca podrá expresar.

Así se lo dice a Jesús a Nicodemo:

“En verdad, en verdad te digo: nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto… Si al deciros cosas de la tierra, no creéis, ¿cómo vais a creer si os digo cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre” (Jn 3, 11-13). Estas cosas ‘del cielo’ son las que Jesús da a conocer a los que lo aceptan, a sus amigos: “A vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”.

Jn 15, 15

En tercer lugar porque el lenguaje de Jesús es duro, contundente y tajante; su doctrina es dura:

Jn 6, 60-61

Hecho por el cual muchos lo abandonaron y lo abandonan (Jn 6, 66). Jesús además exige compromiso y fidelidad radical (Mt 5, 37).

En cuarto lugar Jesús al decir que no ha venido a traer la paz sino la espada (Mt 10, 34) está diciendo que ha traído su palabra, la palabra que divide: “Y tomad la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios” (Ef 6, 17).

La palabra de Dios es como una espada de dos filos (Hb 4, 12) que penetra hasta partir el alma y el espíritu y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.

Por esa razón él dijo que no había venido a traer paz sino su Palabra que penetra y deja al descubierto los pensamientos y las intenciones verdaderas.

En quinto lugar, Jesús cuando habla de la división que genera su mensaje en una familia o sociedad, habla con conocimiento de causa pues Él es el primero a experimentar rechazo entre los suyos.

En el evangelio podemos encontrar que Jesucristo pasó situaciones similares con su propia familia. Sus propios parientes no creían en Él (Jn 7, 5), no creían en lo que Jesús era ni en lo que Él enseñaba.

Y esto tuvo que traer dentro del núcleo familiar de Jesucristo disensión y desacuerdos. Jesucristo tuvo que vivir conflictos familiares por sus declaraciones ya que su Palabra enfrentaba al mundo señalando el pecado y la hipocresía del sistema religioso de su tiempo.

En sexto lugar porque Jesús, con su mensaje, exige tomar partido en un sentido o en otro (Mt 12, 30. Mc 9, 40).

Todos aquellos que se confrontan con Jesucristo deben necesariamente tomar una posición, no pueden permanecer indiferentes porque Jesús no es un hombre cualquiera, es el hijo de Dios.

Ni siquiera los nexos familiares, que son tan fuertes, van a resistir la fuerza de división que implica la relación Jesucristo.

Jesús no deja indiferente a nadie porque Él no es una teoría, una idea, una fantasía, un cuento sino que involucra a toda persona en su totalidad.

Seguir a Jesús, que se hace con absoluta libertad, no es cuestión de pasividad o neutralidad; si fuera así no habría conflicto alguno por su causa.

En séptimo lugar lo que hace que Jesús sea causa de división es la verdad. Ante la verdad es necesario tomar posición.

No se puede aceptar la verdad a medias. O se la acepta o se la rechaza, no queda otra posibilidad. Jesús, de manera inevitable, anuncia la verdad, aunque sea incómoda; a Él no le interesa halagar los oídos de sus oyentes sino a hacer la voluntad del Padre del cielo (Jn 6, 38).

Jesús, que es más que un profeta, no anuncia lo que los hombres quieren oír, no busca complacer a la mayoría, su mensaje no coincide con el consenso de los hombres.

Jesucristo anunció la verdad salvífica aunque le costara la vida (Jn 8, 40. Lc 6, 22-26).

La verdad no es negociable. No se puede renunciar a la verdad por el simple mantenimiento de una armonía. No se puede pactar un compromiso a costa de la verdad; y esto divide.

Aceptar a Jesús nos lleva a ir contra corriente, a ser presencia contestataria en medio de la propia familia y de la sociedad.

El seguimiento de Cristo puede suponer en el cristiano sufrimientos, incomodidades, enemistades; “pero el que persevere hasta el final, ese será salvo” (Mt 24, 13).

En octavo lugar, creer en Jesucristo trae divisiones ya que su mensaje confronta el pecado y las leyes puestas por el hombre.

Jesús dice que no había venido para establecer paz en el mundo sino divisiones, pleitos y dificultades porque su predicación descubre el pecado quitando la paz especial de todos aquellos que quieren vivir su vida según sus propias leyes y no las de Dios.

En noveno lugar la paz que Cristo es y que Cristo quiere dar para que reine en este mundo, no es la paz según los esquemas humanos.

Jesús dijo: ·La paz os dejo, mi paz os doy; pero no os la doy como la da el mundo» (Jn 14, 27).

Jesús habla de la paz que Él trae, de una paz que no coincide con el concepto de paz que ofrece el mundo. Jesús trae una paz que va en contra del concepto erróneo que de ésta tiene el mundo.

En décimo lugar tenemos la cruz, la cruz también divide. La cruz siempre trazará una línea que divide a unos hombres de otros.

Esa línea contrapone a dos clases de hombres. Porque la cruz se contrapone abiertamente a los principios del mundo.

El cristiano que quiere actuar en fidelidad real a Cristo se esforzará con valentía a ser auténtico; y esto no lo acepta la mentalidad del mundo que odia lo que no es suyo (Jn 15, 19), como tampoco lo acepta quien se quiera adecuar al mismo aunque se confiese cristiano.

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