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La teoría sueca del amor también falla

Jorge Martínez Lucena - publicado el 22/11/16

Se pone a Suecia como modelo de "felicidad social", pero ¿qué es lo que la verdad esconde?

Se ha dicho por activa y por pasiva que nuestra crisis económica, esa de la que ahora supuestamente nos estamos recuperando, es también una crisis cultural, de valores, antropológica y demás. Pues bien, tras ver La teoría sueca del amor (2015), hay otra crisis que añadir a la lista, la crisis de los modelos sociales vigentes.

No sólo del neoliberalismo a calzón quitado, culpable de las tarjetas black, de las subprimes y de la quiebra de Lehman Brothers, sino también del modelo de la socialdemocracia liberal, cuyo máximo exponente y ejemplo a seguir hasta el momento presente siempre ha sido Suecia.

Frente al capitalismo salvaje sin embridar, uno tiende a ponerse de lado del Estado, creemos que éste puede salvarnos de todos esos males, lo cual es cierto hasta cierto punto porque son muchos los países europeos con Estados del Bienestar que hasta el momento habían funcionado a la perfección, que ahora empiezan a mostrar síntomas de cansancio, de debilidad y a prever su próxima o inminente bancarrota.

En España, por ejemplo, ya hace tiempo que se escuchan cantos de sirenas mediáticos que dicen que las pensiones se acaban, que los contratos indefinidos se van a extinguir como los dinosaurios, que la asistencia sanitaria pública y gratuita para todos está en sus últimos estertores, etc. Por si fuera poco, la revolución tecnológica parece que va a provocar una eliminación masiva de trabajos en la industria: los robots lo harán mejor y sin gastos en seguridad social.

Pero ante el apocalipsis, siempre le quedaba a uno el paraíso en la tierra, el lugar donde el sueño setentero de Olof Palme, un Estado del Bienestar capaz de permitir unas condiciones sociales y económicas en las que fuese posible realizar el ideal de la independencia individual. Nadie estaría condicionado por el otro en la vida. Todo el mundo podría elegir qué hace y cómo, en cada momento. El Estado asistiría y permitiría que sólo las relaciones auténticas pervivieran.

La riqueza natural de Suecia, su capacidad organizativa y su disciplina, su población poco numerosa y los altos impuestos, permitieron que el milagro se hiciese posible, de modo que Escandinavia en general y Suecia en particular se convirtieron en modelos a seguir por todos los científicos sociales. De hecho, suele repetirse que es el país con más ayudas a la familia (lo cual es cierto solo si entendemos que familia equivale a mujer con descendencia).

Frente a este poderoso estereotipo, Erik Gandini, director italo-sueco, nos muestra en este documental la pesadilla en la que se ha convertido la utopía de la autonomía individual. Los datos y las imágenes conspiran, combinados con un humor muy especial, para dejarnos muy claro que Suecia no es ya una alternativa al fracaso neo-liberal, desvelándonos la necesidad de un cambio de paradigma político que está haciendo ganar votos a las propuestas que ofrecen calor humano frente al aparente frío del inmediato futuro: nacionalismos y populismos.

Según se nos cuenta, en Suecia nadie pasa carestías, pero casi la mitad de la población vive sola; uno de cada cuatro muere y nadie reclama su cadáver; los abuelos están absolutamente desconectados de sus hijos y de sus nietos; el índice de suicidio es uno de los más altos del mundo; las mujeres suecas son las que más se inseminan del mundo, con jeringas enviadas por correo desde el banco de esperma más grande del mundo, en Dinamarca; es bastante común encontrar cadáveres en descomposición que fallecieron hace semanas o meses, que nadie había echado en falta y que al final un vecino denuncia por el hedor; etc.

Al final, la teoría sueca del amor no ha funcionado. Como dice el mismísimo Bauman: “Los suecos han perdido las habilidades de la socialización. Al final de la independencia no está la felicidad, está el vacío y la insignificancia de la vida y un aburrimiento absolutamente inimaginable”.

Aunque sea difícil encontrar una sala donde lo proyecten, uno no debería perderse este provocador documental. Es un trampolín para imaginar nuevos mundos posibles porque uno entiende que ya no vale el comodín Suecia.

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