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Ciencia ficción. ¿Quiénes somos y a dónde vamos?

Ramón Monedero - publicado el 22/11/16

Preguntarnos quiénes somos y de dónde venimos nos ha llevado con frecuencia a mirar hacia el cielo, unos han encontrado a Dios y otros un universo infinito en el que rastrear un sentido que lo domine todo

La Ciencia Ficción llegó al cine como una forma de sublimación de su carácter de entretenimiento de barraca de feria. En sus orígenes, nadie pensaba en el cine como una gran industria y mucho menos como un modo de expresión artística incluyendo sus propios inventores, los hermanos Lumiere, que veían en el cinematógrafo un elemento más propio de una carpa de circo que cualquier otra cosa. La Ciencia Ficción, de hecho, fue como llevar al invento a su máxima expresión con toscos trucos ópticos y astutos juegos de magia.

El estreno de La llegada pone sobre la mesa cómo el género ha evolucionado desde que el hombre llegara a la luna en 1902 con la película de George Méliè, Viaje a la Luna. Hasta que Stanley Kubrick no removiera los muebles del género con la imprescindible 2001. Una odisea en el espacio la Ciencia Ficción no había pasado de metáfora armamentística en la Guerra Fría cuando América temía cada mañana que le invadieran los ovnis o los comunistas, tanto daba una cosa que otra.

2001 nos enseñó que si queríamos saber quiénes éramos lo mejor que podíamos hacer era zambullirnos en el espacio profundo. La respuesta a los que somos está ahí fuera seguramente porque cuando entendamos cómo funciona el cosmos seguramente comprendamos qué hacemos aquí. Como en La llegada, bajo las ampulosas y tecnificadas formas del género se esconde en realidad un discurso íntimo e insustituible.

Interstellar, que quizá esté a medio camino entre 2001 y La llegada ahondaba también en esta cuestión en donde la confusa ciencia de los agujeros negros se convertía en un drama íntimo entre un padre y su hija.

La Ciencia Ficción nos puede ayudar a comprender qué significamos cuando nos miramos desde el espacio exterior y comprendemos que no somos ni una miserable mota de polvo en mitad del cosmos. Mirar al infinito espacio para saber qué somos y entender las complejas leyes que lo rigen, o decidir encontrarse con Dios. Unos dirán que lo segundo simplifica el discurso, pero tal vez no sea así. Stephen Hawking, el célebre astrofísico, ateo convencido y fan del género dijo una vez que en ocasiones no le quedaba más remedio que reconocer que debía de haber un dios detrás de todo esto. Puede que no sea tan descabellado, ni una cosa ni otra.

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