Cuando las estructuras educativas del imperio romano terminaron de ceder, las escuelas monacales se convirtieron en el refugio del arte y la ciencia La caricatura que describe a la Edad Media como una era “oscura” no es originalmente sino una campaña de los humanistas renacentistas, quienes se entendían a sí mismos como herederos directos de las glorias clásicas del pasado grecolatino.
De hecho, cuando las estructuras educativas del imperio romano colapsaron –evidentemente, tras la caída del propio imperio-, las escuelas monacales estuvieron a cargo de reconstruir el conocimiento perdido –principalmente por la caída en desuso del griego, la lengua en la que la mayoría de los tratados y grandes obras de la Antigüedad habían sido escritos- con grandes esfuerzos y las pocas fuentes originales que habían podido conservar.
Durante la reforma carolingia, que dio luego origen –entre los siglos XI y XII- a las universidades, se dio un impulso a los estudios de teología y filosofía, derecho y medicina.
Entre los objetos de estudio de la filosofía se encontraba la llamada “filosofía natural” –lo que hoy entendemos por física- impulsando así la ciencia empírica y experimental, tal y como la desarrollase, por ejemplo, Roger Bacon en el siglo XIII, y que heredarían luego Copérnico y Kepler.
José Ramón Giménez Cuesta, de la Universidad de Granada, explica además cómo la ciencia aristotélica, extendida en Europa, facilitaba el intercambio de conocimiento entre universidades tan distantes como la de Oxford y la de París, y cómo algunos dominicos españoles (entre los que destaca la figura de Domingo De Soto) desarrollaron teorías de las caídas de los cuerpos y de movimiento uniforme acelerado que con mucho adelantaban las del propio Galileo.
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