Unas cuantas estadísticas a propósito de las profesiones públicas de fe
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Después de toda la polémica a propósito del uso del burkini en las playas del Mediterráneo (que condujo, además, a una discusión acerca del uso del hábito de las monjas católicas en los balnearios públicos) y de una nueva (y muy necesaria) ola de reflexión a propósito de la obligatoria laicidad del Estado y del secularismo contemporáneo, Leah Libresco (un joven escritor de temas religiosos para FiveThirtyEight), decidió lanzar una encuesta.
Tomando en cuenta que, generalmente, la libertad de culto se entiende como un asunto privado, limitado a ciertos espacios y momentos (esto es, suponer que las propias convicciones religiosas son un asunto que va exclusivamente de la casa a la iglesia y que no infieren en cuestiones de, por ejemplo, políticas públicas), Libresco quiso averiguar qué tipo de manifestaciones públicas de las propias convicciones religiosas incomodaban realmente a los demás.
Quizá porque, en más de una manera, la prohibición del burkini en los balnearios franceses tenía poco que ver con un asunto religioso, y más con un problema coyuntural.
En líneas generales, los cristianos sobreestimaron los efectos que una manifestación pública de fe podría tener sobre alguien más: el 57% de los cristianos encuestados respondieron que no creían que alguien que viese algún distintivo religioso (digamos, un crucifijo, o un rosario) se sentiría incómodo por ello, cuando más de las tres cuartas partes de ateos o agnósticos encuestados dijeron que eso no los incomodaba en lo más mínimo.
Además, el 62% de los agnósticos y ateos encuestados dijeron que ver a alguien rezando el Rosario en el metro (o en cualquier lugar público) no les causaba ningún tipo de molestia; en cambio un 58% de cristianos que supusieron que podrían incomodar a alguien si lo hiciesen.
En conclusión: sí; puedes dar las gracias a Dios antes de comer en un restaurant. Sólo un 38% de personas podrían pensar que eso es, de algún modo, “inapropiado”.