Unas 50.000 personas participaron de la celebración en Santiago del Estero (Argentina)Providencialmente, no fue en Buenos Aires, pues la lluvia hubiese opacado una de las grandes fiestas de la historia reciente de la Iglesia Argentina. Santiago del Estero, ciudad natal de María Antonia Paz y Figueroa y la ciudad más antigua fundada por los españoles en territorio argentino que aún sigue de pie, dio el marco ideal para la celebración de beatificación de la laica también conocida como Mama Antula.
En torno a 50.000 personas participaron de la Misa presidida por el cardenal Ángelo Amato, prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, y concelebrada por varios obispos y sacerdotes. Entre los concurrentes se encontraba la vicepresidenta de la Nación, Gabriela Michetti, quien, devota de Mama Antula, estuvo a cargo de la segunda lectura de la Misa.
La musicalización folclórica, con algunos de los artistas que en la década del 80 formaron parte de la “Misa Santiagueña”, sirvió de acompañamiento para una ceremonia que tuvo como momento más emotivo el pasaje en el que tras la lectura de la biografía de la beata, el cardenal Amato leyó la aprobación de la beatificación promulgada por el Papa Francisco, dando pie al descubrimiento de la imagen de la beata Mamá Antula y la presentación de la reliquia.
La “asidua misionera”, como la definió el Papa Francisco en la carta, fue celebrada con centenares de pañuelos blancos al descubrírsele la imagen, y se hizo presente de manera particular con su reliquia, contenida en una imagen que es parte de la historia religiosa argentina: el Manuelito. En este caso, el niño Dios, que ella portaba siempre consigo confiando en su divina providencia y daba para besar incansablemente a todos los que necesitaban, fue esculpido abrazando la cruz.
También se hizo presente a la distancia el Papa Francisco, quien además del debido y necesario mensaje que permitió la beatificación, envió una carta al obispo local Vicente Bokalic para ser leída en la ceremonia, en la que habló de “nuestra querida Mama Antula”, y dio gracias a Dios “por haber bendecido nuestra tierra con esta mujer valiente, plena de amor a Jesucristo”.
Como se había realizado para el Congreso Eucarístico, también se realizó una peregrinación de las más emblemáticas imágenes de la cultura religiosa argentina, y llegaron hasta la capital santiagueña para participar de la ceremonia el Señor de los Milagros de Mailín, la Virgen de Sumampa, entre otras.
María Antonia de San José, nombre que adoptó y por el que también es conocida, además del “Antula” acuñado por los quechuas que ella ayudó en sus primeros años de vida, era “una incansable misionera en la formación de los laicos y de los sacerdotes mediante la práctica de los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola”, resumió el cardenal Amato. Pero más aún, continuó, “era una enamorada de Jescuristo”. Al lado del Cura Brochero, “es otra joya preciosa de la corona de los santos argentinos que han sido misioneros incansables del Evangelio”, expresó el prefecto.
La fiesta de la beata Mama Antula será celebrada el 7 de marzo, día en que nació para el cielo, y dejó esta tierra, en Buenos Aires, en 1799. Había nacido en 1730 en la ciudad que albergó la ceremonia. En Santiago del Estero conoció a los padres jesuitas, a quienes se unió para la difusión de sus Ejercicios Espirituales y su labor apostólica. Como laica entregada a esta labor, no abandonó su misión ante la expulsión de la Compañía de Jesús, y por el contrario, puso en marcha una abnegada misión que la llevó a caminar miles de kilómetros, incluso descalza, promoviendo y organizando Ejercicios.
Ya en Buenos Aires, capital del recientemente creado virreinato del Río de la Plata, y tras un tiempo en Montevideo con idéntico éxito, se convirtió en referente espiritual para todos, ricos y pobres por igual. En simultaneo, otras mujeres por ella inspiradas recorrían el vasto territorio virreinal movilizando las mismas actividades de espiritualidad y caridad.
Por su casa de Ejercicios pasaban miles de personas a las que no se les pedía ni un peso, entre ellos, los seminaristas, que no eran ordenados sacerdotes por el Obispo sin que Mama Antula los conociese. Dejó como legado no solo la Santa Casa de Ejercicios Espirituales, que aún hoy se erige en Buenos Aires como testimonio de los años coloniales, sino también herederas en la caridad las Hijas del Divino Salvador, y algunos trazos ya en el ADN de la religiosidad popular argentina, como la devoción a San Cayetano.