Intrigas políticas y terroristas en un drama protagonizado por Katherine Heigl
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La cosa fue así: Es octubre de 2014. Paseas por Times Square y en medio de tanta lucecita y cartel una pantalla presenta un tráiler valiente: conflictos, terrorismo islámico, y alguna profecía para Estados Unidos: una presidenta negra. Se trata de State of Affairs, que se estrena en noviembre. Te la apuntas, y empiezas a seguirla. Pero pronto acaba y el último cliffhanger no se resolverá jamás. Una temporada y fuera. Dicen que no es oro todo lo que reluce.
Podríamos afirmar, como todos, que la culpa es de Katherine Heigl, actriz que quiso ser Julia Roberts. Heigl es conocida básicamente por Anatomía de Grey y sus conflictos con la todopoderosa Shonda Rhimes, creadora de Anatomía de Grey y Scandal. A la vez, es conocida por sus humos, y su comportamiento atroz en los sets de producción; no fue menos en el caso de State of Affairs, que produjo para restituirse de sus fracasos cinematográficos. Cierto: la actriz, crecida en una familia mormona, es dura y severa. Pero no todo es culpa suya; es 2014, y estamos en pleno auge de las series de referencia. Lo llaman Era dorada.
Hagamos inventario: En enero se estrenan la esperada tercera temporada de Sherlock y True Detective. En primavera llegan Silicon Valley, Happy Valley, y la increíble Fargo. En verano, la exitosa The Leftovers, y la inquietante The Knick. En septiembre, Gotham, y en octubre The Affair, con Dominic West (¡The Wire!) como protagonista. Ese mismo año acaban en octubre Boardwalk Empire, y en diciembre The Newsroom. Siguen ahí Juego de Tronos, The Americans, Mad Men, la inigualable primera temporada de House of Cards, y la excelente The Good Wife. ¿Parece poco?
NBC está de éxito con The Blacklist, y Hannibal, y tiene que hacer frente al embate de todo ese elenco de series. Hay que hacer algo; es difícil estar en pantalla con una propuesta novedosa que consiga un público amplio. Por eso aprovecha el intermedio de la segunda temporada de The Blacklist, y tira de su director, Joe Carnahan, y de su director de fotografía, Yasu Tanida, para poner en pantalla The State of Affairs, con Heigl reconvertida en jefa de espías. Hay que asegurar el tiro: protagonista mujer, espías e intrigas, terrorismo, y aparente glamur. Estamos en la línea de Homeland, The Blacklist, Scandal, Orange Is the New Black, The Good Wife, Happy Valley y otras son series que en ese 2014 tienen como icono a una mujer.
State of Affairs es un drama político que tiene como personaje principal a Charleston Tucker (Katherine Heigl), una brillante analista de la CIA. Cada mañana, Charlie presenta a la presidenta la síntesis de los asuntos de Estado que pueden hacer peligrar la paz de Estados Unidos. En síntesis: las mujeres gobiernan el mundo civilizado y lo limpian de fantasmas, en una valiente aproximación al problema del islamismo radical.
La historia empieza con un confuso asalto al convoy de la presidenta en tierras islámicas. En este, muere el hijo de la presi, médico voluntario, y noviete de Tucker. Sombras de conspiración se ciernen sobre el asunto. Lástima de la cancelación de la serie, porque después de ver los episodios y de conocer sus tramas nos queda la duda del papel de Maureen James, colaboradora de Charlie, y la fidelidad de Nick Vera, ex agente y amante de Tucker.
La serie tiene un problema: su protagonista omnipresente, y poco verosímil. Tucker es la monda: salva el orbe y la reputación americana; es guapa, inteligente, colega de sus colegas, y a pesar de ser nuestro ángel de la guarda es sexualmente activa. Sin embargo, el madrugón que se pega y sus tensiones internas le provocan frialdad, un exceso de presión y un carácter insoportable (¡qué novedad en Heigl!). Charlie se pasea por la Casa Blanca y los despachos de la CIA con un rostro de desasosiego continuo. ¡Cómo nos hace sufrir la pobre! Pero su caracterización nos suena a déjà vu: su instinto, poder y mal humor está también en las protagonistas de Homeland o Scandal.
En este sentido, el producto de la NBC no se aleja demasiado del personaje de Carrie Mathison, aunque sin pastillas, ni al de Olivia Pope, aunque sin la misma maña. Tucker es un mix entre las protas de Homeland y Scandal, pero Heigl no consigue darle la misma potencia. De allí el problema: Tucker parece que sea Oliva de Scandal haciendo de Mathison en Homeland, pero sin la energía de Liz, en The Blacklist. Es difícil ir a rebufo de estos personajes.
Toda la acción, secretos de Estado y conspiraciones, toda la acción de la CIA velando por todos y lavando la reputación estadounidense, no consiguen restituir a Heigl, ni esta consigue dar credibilidad a tanto embrollo. Pero hay que ser justos: la serie está bien, y todas las críticas negativas suenan más bien a las ganas que le tienen muchos a la pobre actriz.