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“Peter y el dragón” (2016): Cuando a Mowgli lo crió un dragón volador

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Antonio Rentero - publicado el 22/08/16
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La factoría Disney continúa su corriente de actualizar clásicos de su catálogo

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A veces los cuentos con los que los padres entretienen a los más pequeños de la casa se convierten en realidad.

Es lo que sucede en el remake de la película con la que la factoría Disney continúa su corriente de actualizar clásicos de su catálogo. Muchos son versiones en imagen real de películas de animación pero en este caso en el original de 1977 lo único que no era real fue el dragón, fruto de los dibujos animados tradicionales superpuestos a la imagen real y del uso de efectos especiales prácticos para simular los efectos de la interacción del dragón.

Ahora, con un plantel de intérpretes de altura, se actualiza la historia de un dragón que ayuda a un niño, aunque en este caso se lleva esa ayuda un poco más allá. Si en el original el dragón era un compañero que aliviaba la dura vida de un niño esclavizado en una granja que escapa hasta llegar a un poblado pescador del norte de la costa atlántica estadounidense ahora la historia se nos antoja un poco más parecida a la de “El libro de la selva” (otro clásico de Disney inspirado en la obra de Rudyard Kipling) puesto que el Peter protagonista de la historia es un pequeño que ha sobrevivido varios años en medio de los bosques de la costa norte del pacífico estadounidense gracias a la ayuda del dragón. Que al menos esta vez no tiene unas ridículas alitas rosas a todas luces insuficientes para permitirle volar.

Cambiando el farero borrachín de la película original (encarnado por el eterno niño Mickey Rooney) por un veterano agente forestal disfrutamos de uno de los “niños bonitos” del cine, un Robert Redford que acaba de cumplir 80 años cuya hija, interpretada por Bryce Dallas Howard, será quien descubra el fondo de verdad que hay en aquello que su padre le contaba de pequeña cuando encuentre a ese pequeño salvaje de 11 años, Peter, empeñado en convencer a todos de que vive solo en el bosque acompañado de Elliot… un dragón.

En línea no solo con la actual corriente Disney sino con la tónica habitual en casi todas las aproximaciones a personajes que ya conocíamos y de los que disfrutamos de versiones menos oscuras, aquí las amenazas que acechan a los protagonistas son incluso más ominosas, pero la tesitura en la que se nos narra todo es más grave y sombría.

Ya no hay extravagantes charlatanes que venden pócimas medicinales de pueblo en pueblo y que quieren descuartizar al dragón para confeccionar con sus órganos ungüentos milagrosos. En su lugar se nos remite a otro clásico estrenado sólo 5 años después de “Pedro y el dragón Elliot” (Don Chaffey, 1977) porque podemos acordarnos de “ET, el extraterrestre” (Steven Spielberg, 1982) no tanto en cuanto a los exuberantes bosques en los que transcurre gran parte de la acción sino en cuanto a la amenaza que acecha a los protagonistas, el aprovechamiento por parte “de los mayores” de ese prodigio inesperado (sea este un extraterrestre o un dragón).

La lección termina siendo clara: se vive mejor en la soledad de los bosques que en la proximidad de los hombres. Y teniendo por compañero a un dragón, a ser posible.

 

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