El gobernador de Morelos la emprende contra el obispo de Cuernavaca
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Monseñor Ramón Castro y Castro es obispo titular de Cuernavaca, diócesis que abarca el Estado de Morelos en el centro sur de la república mexicana, colindante con la ciudad de México. A su arribo hace tres años, encontró una diócesis desmantelada y una población sumida en el temor y el pesimismo ante la situación generalizada de violencia y corrupción provocada por el crimen organizado y los políticos que dicen gobernar. Don Ramón es un pastor con olor a oveja bajo el asedio del Gobernador Graco Ramírez del Partido de la Revolución Mexicana, que dice ser de izquierda progresista.
El obispo Castro se ha caracterizado por su enorme cercanía a la gente del pueblo entre quienes pasa la mayor parte de su tiempo. Ha escuchó y compartido las penas de su feligresía, como de cualquier persona que quisiera compartir su palabra. Su sensibilidad pastoral y valentía le han convertido en la voz de la esperanza de los que no tienen voz. Su estrategia ha seguido los pasos del Santo Cura de Ars: reconstruir la Iglesia desde el sagrario a la calle, con pasión misionera, para ponerla al servicio de la gente.
La voz y la pastoral del obispo Ramón Castro han provocado la furia del gobernador Graco Ramírez, un hombre acostumbrado a tropezar con sus propios errores. El gobernador ha emprendido una campaña de difamación en contra del obispo, sin faltar acciones de hostigamiento e intimidación. Al rencor del gobernador de Morelos se ha sumado la dirigencia nacional del Partido de la Revolución Democrática, su partido, al grado de exigir al Gobierno Federal que tome acciones punitivas en su contra.
Los adalides de la autoproclamada izquierda progresista mexicana nunca me han defraudado. Son previsibles hasta en sus obsesiones. Cuando el Papa pide a los obispos que sean misioneros, que sean la voz que clama por justicia y los invita a ser pastores con olor a oveja; entonces los corifeos de esta izquierda y sus líderes festinan las palabras del Papa y se ensañan contra los católicos, como si entre nosotros solamente hubiese pastores desentendidos. Sin embargo, cuando en los hechos de la vida diaria se topan de frente con un pastor con olor a oveja quien, en medio de realidades lacerantes, alza su voz profética, entonces emprenden campañas de difamación, acoso y persecución. Elogian las palabras del Papa, mientras persiguen a sus pastores.
De igual suerte, cuando algún obispo o sacerdote emite opiniones favorables a sus intereses políticos, entonces los celebran, les dedican las primeras planas de sus periódicos y citan sus palabras en la palestra pública; pero cuando los critican por sus malos gobiernos y fechorías, entonces buscan por todos los medios callarlos, al grado de exigir la criminalización de sus opiniones. San Juan Bautista reservó palabras muy duras para esos gobernantes quienes, como Herodes, creen que cortando cabezas ocultan realidades.
Los políticos e intelectuales de esa izquierda deberían refrenar sus primitivos instintos autoritarios. Bien podrían hacer el esfuerzo de entender el verdadero significado de un Estado laico con aspiraciones democráticas, pues sólo así comprenderían que las iglesias, fieles y pastores, somos parte integral de la sociedad civil. Cuando los católicos nos expresamos, lo hacemos en pleno ejercicio de nuestros derechos ciudadanos a la libre manifestación de las ideas, a la libertad de asociación, de manifestación y, sobre todo, al ejercicio de nuestro derecho humano a la libertad de religión.
Ya es tiempo de que esos políticos entiendan que, al atacar a las iglesias, se confrontan con la sociedad civil y que la sociedad civil es el único fundamento de la democracia. Sí, la ciudadanía, no la partidocracia. Lo cierto es que, a estas personas no solamente les molesta la libertad con la cual los católicos actuamos y expresamos nuestras opiniones, también les enfurece que la sociedad civil ejerza sus libertades de manera crítica, propositiva e independiente. No es casualidad que, junto al obispo Ramón Castro, otros ciudadanos hayan sido también atacados, como Alejandro Vera, rector de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos; o el poeta y activista católico por los derechos humanos Javier Sicilia, entre muchos más.
Quienes ahora, dentro del PRD, escriben con su añeja intolerancia los prolegómenos de una persecución religiosa, harían bien en leer con calma las palabras del obispo Ramón Castro aparecidas en el periódico Sur Digital (14 de agosto). Con su acostumbrada sencillez, afirmó: “Yo soy pastor y he escuchado a mis ovejas. No creo que eso vaya a ser un delito y, si lo fuera, evangelizaría con los presos”.