Un entrenador muy especial, vestido de blanco…
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En la Jornada Mundial de la Juventud de Cracovia habrá también un Festival Deportivo. Un torneo de fútbol (la “Copa Católica”) con 48 equipos de peregrinos provenientes de todo el mundo, y exhibiciones de streeetball – una especie de básket que se juega en las calles – y de breakdance.
Porque tal como dice en el sitio de la JMJ (krakow2016.com), “los eventos deportivos son una excelente manera de dar testimonio de la fe”.
Esperando al papa Francisco… Él mismo, hace tres años, les pidió a los jóvenes que habían acudido a Río de Janeiro que fueran protagonistas de su propia vida: “Chicos y chicas, por favor, no se metan en la cola de la historia, ¡sean protagonistas! –les había dicho en la vigilia de oración en la costanera de Copacabana -. ¡Jueguen para adelante! ¡Pateen adelante! ¡Construyan un mundo mejor! ¡Un mundo de hermanos, un mundo de justicia, de amor, de paz, de fraternidad, de solidaridad! ¡Jueguen adelante siempre!”.
Son palabras de un entrenador muy especial, vestido de blanco. El “entrenador” Bergoglio no pretende atrapar a nadie en moldes o estructuras, y paciencia si alguno critica su manera de ser, poco amante de las tácticas y más partidario de las relaciones espontáneas.
Sin embargo, cuando habló con los jóvenes les propuso un esquema con algunos puntos en la pizarra, sencillo pero concreto.
1. No se contenten con un empate. ¿Defender un raquítico cero a cero? El “entrenador” Bergoglio y los cerrojos no van de acuerdo, y las enseñanzas de la JMJ de Río están allí para recordarlo.
El mundo está allí afuera, lleno de desafíos, y mucho cuidado con amontonarse delante del arco. La invitación es entrar en el juego, “tanto en la vida como en el deporte”, insiste en el encuentro en el Centro Deportivo Italiano (7 de junio de 2014).
Sobre todo, no hay que “contentarse con un empate mediocre, [sino] dar lo mejor de sí mismo, gastando la vida por lo que de verdad vale y dura para siempre. No contentarse con esas vidas tibias, vidas “mediocremente empatadas”: ¡no, no! ¡Ir adelante, buscando siempre la victoria!”.
2. Mucho cuidado con estar siempre a la defensiva: hay que correr. Y sin hacer protestas inútiles: “No aprendan de nosotros, el deporte que nosotros, los viejos, tenemos a menudo: ¡el deporte de la queja! –afirma en un encuentro con seminaristas, novicios y novicias, el 6 de julio de 2013-. No aprendan de nosotros el culto de la “diosa queja””.
3. Hacer un juego de equipo. El entrenador Jorge Mario es de la escuela argentina, y “de cualquier otra parte del mundo” ha importado también un vocabulario deportivo, y lo usa para decirle “no” al juego para sí mismo.
“En mi tierra, cuando un jugador hace eso, le decimos: “Pero, ¡este quiere comerse la pelota!” -explica en el mismo encuentro del Centro Deportivo Italiano – No, eso es individualismo, no se coman la pelota, desarrollen el juego de equipo, de équipe”.
A uno lo hace pensar en esos centrodelanteros que tratan de imitar a Leo Messi o al Cristiano Ronaldo de turno, y arremeten ciegamente tratando de pasar a todos en jugadas que nunca logran nada.
Pero tanto en el deporte como en la vida, afirma Bergoglio en el video para la apertura de la Campeonato Mundial de fútbol en Brasil (2014), “para ganar, es necesario superar el individualismo, el egoísmo, todas las formas de racismo, intolerancia e instrumentalización de la persona humana.
No es sólo en el fútbol que ser fominha [individualista y egoísta] constituye un obstáculo para el buen resultado del equipo; porque en la vida, cuando somos “individualistas”, ignorando a las personas que nos rodean, se daña a toda la sociedad”.
La pelota ovalada, en este sentido, tiene mucho para enseñarnos, explica Bergoglio a las Selecciones de Rugby de Italia y Argentina, el 22 de noviembre de 2013, el día anterior a jugar un amistoso: “¡Se corre hacia la meta! Esta palabra tan hermosa, tan importante, nos hace pensar en la vida, porque toda nuestra vida tiende hacia una meta; y esta búsqueda, la búsqueda de la meta, es trabajosa, requiere lucha y compromiso, ¡pero lo importante es no correr solos! Para llegar, hay que correr juntos, y la pelota pasa de mano en mano, y se avanza juntos, hasta que se llega a la meta. ¡Y entonces se festeja!”.
Un concepto semejante, pero con otra imagen, es el estadio: “pensemos aquí en Roma en el Olímpico, o en el de San Lorenzo en Buenos Aires—, en una noche oscura, una persona enciende una luz, se vislumbra apenas; pero si los más de setenta mil espectadores encienden cada uno su propia luz, el estadio se ilumina. Hagamos que nuestra vida sea una luz de Cristo; juntos llevaremos la luz del Evangelio a toda la realidad”. Nadie camina solo.
Algo más grande que la copa del mundo
Francisco no es un entrenador salido de la nada: se dejó fascinar por el encuentro con Jesús, y propone una indicación, sencilla pero que requiere compromiso, de san Pablo, quien “invita a entrenarse “en la verdadera fe, porque el ejercicio corporal es útil para poco, mientras que la verdadera fe es útil para todo, porque tiene la promesa de esta vida presente y de la futura” (1 Tm 4,8)”.
Hace esta cita inmediatamente después de haber explicado (a los directivos y a los atletas del Comité Olímpico Nacional Italiano, el 19 de diciembre de 2014), que “hay algunas palabras características del deporte que se pueden aplicar a la vida espiritual”.
“Lo comprendieron también los santos, que supieron interpretar la pasión, el entusiasmo, la constancia, la determinación, el desafío y el límite con la mirada proyectada hacia algo que está más allá, más allá de sí mismos, hacia el horizonte de Dios”.
Concretamente, significa tener presente que también hay que afrontar dificultades: “La vida hay que tomarla como viene, no como queremos que venga. Es un poco como el arquero del equipo, ¿no?, que ataja la pelota desde donde viene. Así es la realidad” (meditación de la mañana en la capilla de la Casa Santa Marta, 13 de abril de 2013).
Pero el lenguaje “deportivo” de san Pablo también lo encontramos en 1Cor 9,24-27, cuando “habla de atletas que se entrenan para la carrera a través de una disciplina severa para una recompensa efímera; el cristiano, en cambio, se entrena para ser un buen discípulo misionero del Señor Jesús, escuchando asiduamente su Palabra, confiando siempre en Él, que nunca defrauda, entreteniéndose con Él en la oración y tratando de ser piedra viva en la comunidad eclesial”.
Entrenarse, entonces, recomienda el “entrenador” Bergoglio, pero con confianza, sabiendo – para retomar las palabras de la JMJ de Río – que “Jesús nos pide que lo sigamos toda la vida, nos pide que seamos sus discípulos, que “juguemos en su equipo”, ¡y nos ofrece algo más grande que la Copa del Mundo!”, algo que se llama felicidad.
Por Lorenzo Galliani
Artículo publicado originalmente por Tierras de América