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Tarzán se cae de la liana

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Enrique Anrubia - publicado el 22/07/16
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Una superproducción sin una idea brillante

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Y por poco casi acertamos, pero hemos hecho todo aquello que está en nuestras manos para derribarlo. Algo así es lo que se puede decir de La leyenda de Tarzán.

Es de agradecer que la película no sea un remake más, sino una continucación. Tarzán es ahora John Clayton, conde o vizconde o duque o lo que se quiera de Greystoke, y vive en Londres con su esposa Jane.

Así que la historia comienza donde se quedó el último gran Tarzán que fue el de Chistropher Lambert con Greystoke (¿lo habrán hecho adrede?).

Empieza el asunto prometiendo: se va a ofrecer una nueva historia. Pero uno ya intuye algo raro en el guión con la aparición del secundario que encarna Samuel L. Jackson: un estadounidense que cree que el Congo se está enriqueciendo gracias a la esclavitud y que quiere viajar con Lord Greystoke para ver si es cierto.

Luego están los malos. Los dos malos de la película son muy malos, quiero decir “muy (espacio-suspiro) malos”. Está el malo occidental que no es otro que Christoph Walz y el malo aborigen, que no es otro Djmon Houson.

Yo creo que alguien debería decirles que no deberían repetir sus interpretaciones de otras películas en esta. Si lo quieren ver, comparen a Walz en su fantástico papel de Malditos Bastardos y aquí: casi un calco sólo que malo de los malos.

El actor que encarna a Tarzán no es otro que Alexander Skarsgård, que con rostro hierático y mandíbula de acero intenta gesticular la ceja izquierda de forma agresiva y salvaje.

No es que sea mal actor, más bien al contrario, Skarsgård hizo un grandísimo papel en una serie fantástica de la HBO llamada Generation Kill (muy recomendable, bastante más que Tarzán).

Y no nos engañemos: apunta maneras y sabe actuar pero o le han dirigido mal o se ha equivocado. Intenta emular mal que bien el homimoide rostro de Christopher Lambert, pero el francés lo hizo genial y a este no le recordaremos.

Los guiños, continuaciones, pseudoplagios o tributos a otras películas están presentes. Oiremos el grito de Tarzán que Weismuller tan bien hacía en playback: esas seis desgarradas notas alargadas y roncas que hacen temblar a sus enemigos en la espesura de la selva.

Las lianas darán cuenta del Tarzán de Disney (otra película otra vez mejor que la presente).

La melena y la caracterización razonable del Tarzán de Skarsgård con el de Lambert, además de ese guiño de saber imitar los sonidos, rugidos y lenguas de los animales. En el Greystoke de Lambert está la escena donde imita a un tigre… en esta película es un colibrí, un ornitorrinco o no me acuerdo qué.

Y luego están los animales, a veces un poco exageradamente digitalizados, pero que en varios momentos son increíbles y atrapan (fantásticas las leonas y su escena, regular los gorilas, fatal los antílopes del final).

En una película de este corte no puede faltar lo políticamente correcto, en este caso, el colonialismo y su avaricia, o escenas de la caza de elefantes y la venta de marfil. Y, que sí, que es cierta esa crítica, pero ¿también tenía que aparecer aquí?

Yo quería ver una peli de acción, no una pesudopeli de acción con psuedocríticas. Tal es el asunto que quien les habla cree que casi seguro el equipo de producción ha dado donaciones a parques naturales africanos desde sus móviles hechos con el coltan del Congo.

Pero lo que falla ya completamente es el final. Al grito de “Eywa” de Avatar, todos los animales de la selva oyen la llamada de Tarzán y acuden en su ayuda. Bueno, no es tal cual, pero casi.

Y la verdad es que es un pena, porque la película tiene sus buenos momentos, los actores no son un prodigio pero se nota que son de primera línea, la historia tiene su miga, y hay acción y algún chiste gracioso que levanta sonrisa.

Entonces, ¿qué ha fallado? Se les ha ido de las manos al querer contentar a todos los públicos, mayores y niños, se les ha ido de las manos hacer una historia con mensaje moralista, se les ha ido de las manos querer hacer una superproducción sin una idea brillante.

Podrían haber hecho algo grande pero se han empeñado en no hacerlo. A los niños les gustará algo, a los mayores algo les gustará.

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