Una buddy movie de verano que permite (casi promete, ¡ay, madre!) una secuela
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Relájense: esta cinta es lo que es, cine de consumo rápido y palomitero. No hay que exigirle mucho más. Estamos en la era de las series, y el talento se ha trasladado de Hollywood a Nueva York. Si esto ocurre con los géneros más serios, imagínense cómo está la pobre comedia. Y Un espía y medio es un filme de estío, de entreacto, un momento de distensión: poca reflexión, algo de acción (mucha menos de la que promete) y buena química entre sus dos protagonistas.
Es una comedia de espías, pero podría ser de momias, médicos, astronautas o cualquier otra cosa que sirviese para subrayar la desproporción entre los dos personajes principales, y la comunión que se genera en ellos.
La comedia salva el pellejo, sobre todo si tenemos en cuenta que viene protagonizada por Dwayne Johnson, apodado La Roca en la lucha libre profesional.
Johnson se relaja, parodia su aspecto de guerrero serio de El rey Escorpión, y vuelve a asumir el papel de agente, aunque mucho más friki que en Super Agente 86. Si sigue así, bien puede quitarle el puesto a su amigo Arnold Schwarzenegger.
Como típica buddy movie, el guión se basa en el cruce de caminos y la disparidad de los dos protagonistas como claves para la risa.
Calvin, o Jet Dorado, estudiante elegido como el chico con un futuro más prometedor, está en caída (trabajo, matrimonio, físico), no ha visto cumplirse ninguno de sus sueños, y es un mero contable decepcionado y ceniciento.
Bob, patito feo en la secundaria, y carne de cañón del bullying, se ha convertido en un Hércules que busca conexión emocional y con una misión importante: salvar al mundo. Es agente de la CIA y está acusado por asesinato de otro agente.
Calvin ha sido la única persona que ha defendido a Bob de modo gratuito. Una reunión de antiguos alumnos les juntará de nuevo. El reencuentro cuajará en una trama de espías a la caza del ratón que avanza gracias a los equívocos necesarios.
Tiros, refriegas, intrigas, engaños y espionaje que obligarán al pobre contable a tener que decidir sobre su vida y la verdad.
Como toda comedia, tiene su autoparodia, autocrítica y homenajes a otras cintas.
Lástima que la película decaiga poco después de su brillante inicio, y que no remonte hasta el final, aunque suene a pegote la moralina sobre la necesidad de ser uno mismo.
Sin duda, esta es la típica comedia veraniega para pasar el rato o para cuando el cerebro está fundido. Poco más.
Estereotipos y lugares comunes, mínima trama (con un mero conflicto que se estirará como un chicle), chistes groseros y escatológicos, lenguaje soez y referencias sexuales, y un montón de basura típica de las comedias que ya no son comedias.
Sostienen la película el buen intento de los protagonistas y unos secundarios un poco hiperactuados, pero solventes, así como las persecuciones y escenas de acción bien llevadas.
Algo le pasa al género… Está claro que no estamos en la edad dorada de la comedia americana. Estamos más cerca de Borat, Dos policías rebeldes, o de Superdetective en Hollywood.
A pesar de todo, la comedia se sostiene y permite su visionado sin muchas acusaciones en contra. Hay que aceptar lo que es.
Incluso podríamos decir a su favor que, sin mucha pretensión, la película nos abre a una cuestión decisiva: hace falta un amigo para vivir, y amigo es quien te ha mirado bien, no por cómo eres ni por lo que haces.
Solo así con una colaboración imposible a priori que no depende de las capacidades el mundo puede estar seguro.
Una amistad así, tan evidentemente desproporcionada, es mucho más eficaz que toda la inteligencia organizada de las naciones, con sus equipos perfectos y técnicas ensayadas.
Dos héroes de dos tamaños, imposibles y anónimos, que pese a todo, y con todo, se hacen amables en una comedieta intrascendente.