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“Sutak, nómadas del viento” o cómo cada generación necesita un “Dersú Uzala”

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Antonio Rentero - publicado el 11/07/16
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Una película producida en… ¡Kirguistán!

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Comenzaremos hablando de esta película aportando una confesión personal: nunca he visto una película producida en Kirguistán. Y llevo un par de décadas realizando crónicas, críticas y reseñas de cine en distintos medios de comunicación.

Pero una de las suertes de dedicarse a esta sacrificada labor de estar al tanto de los estrenos cinematográficos de cada semana en ocasiones acarrea estas singulares experiencias de tener que aproximarse a una película como la que nos ocupa, procedente de tan exótico país que no me duelen prendas en reconocer que me costaría ubicar en un mapa, lo que trataría de solventar señalando vagamente algún punto indeterminado entre Rusia y China.

Una vez te adentras como espectador en “Sutak” comienzas a percibir que una vez más la historia, (con hache mayúscula y minúscula) es hija del paisaje y en este caso dado que nos ubicamos en las estribaciones del Himalaya (por lo que he podido saber después es de los escasísimos países fuera del Tíbet que cuenta con un pico de más de 7.000 metros) y en un ambiente rural comenzamos a percibir que las condiciones extremas del entorno ya comienzan a configurar el tipo de conflicto al que pueden enfrentarse los protagonistas, y derivado de su relación con la naturaleza resulta inevitable acudir a uno de los grandes clásicos de este subgénero (término empleado con afán no peyorativo sino clasificatorio) de “el hombre y su entorno”.

En 1975 el director japonés Akira Kurosawa dirigió la producción soviética Dersú Uzala (El Cazador), donde narraba la peculiar historia del personaje homónimo, un guía al que recurría un capitán ruso para efectuar unas prospecciones en la inmensa y hostil taiga siberiana.

El peculiar personaje, que comenzaba presentándose con un devastadoramente humilde “soy gente” permanece constantemente en la mente el espectador de Sutak por la sencilla razón de que las imágenes le enfrentan con algo a lo que la cómoda vida moderna y urbana nos ha hurtado para siempre: la supervivencia y la cohabitación con el medio natural, especialmente cuando este no es una plácida campiña o un apacible bosque con cobertura 4G.

El elemento de supervivencia en Sutak lo representa una familia nómada de pastores cuya madre, a pesar de la muerte del padre, decide permanecer en la montaña, a pesar de la dureza de ese tipo de vida, llevada por el amor que en ella despierta precisamente ese paisaje y la sencillez de las gentes con las que mantiene contacto.

El conflicto (no habría nada interesante en una película sin un mínimo conflicto) nacerá cuando conozca a un científico que vive en una cercana estación meteorológica. Las costumbres locales no son precisamente proclives a que la joven viuda pueda rehacer su vida con el meteorólogo.

Llegados a este punto el espectador reconocerá que más allá de los puntos de contacto (o fricción) entre personajes contrapuestos, el telón de fondo de la Naturaleza (con N mayúscula) del impresionante paisaje y la imposible historia de amor, no importa realmente el escenario, la nacionalidad o los actores, porque volvemos a una historia que desde Shakespeare hasta Disney (La dama y el vagabundo, Clyde Gernomini, Hamilton Luske, Wilfred Jackson,1955) estamos acostumbrados a consumir en una oscura sala con una pared llena de imágenes a 24 fotogramas por segundo.

Reconforta saber que una cinematografía tan poco usual y alejada (ya he mirado en Google dónde está el país, y no estaba lejos de donde yo suponía) es capaz de hacernos rememorar grandes clásicos del cine pero también de contarnos historias que podemos reconocer porque forman parte de nuestra propia cultura fílmica y también humana, por qué no asumirlo.

Y eso reconforta porque permite confirmar una vez más que no somos tan diferentes unos de otros y que los mismos miedos y anhelos son compartidos por todos los que habitamos este planeta, vivamos donde vivamos y vivamos como vivamos.

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