Todas las cuestiones decisivas de nuestra vida en un mensaje claro: Hay que empujar esa furgoneta destartalada, llamada familia
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Pequeña Miss Sunshine es una joya del cine indie (con apoyo de la Fox), que se ganó al público con su ternura y su verdad. En un mundo donde la imaginación (sobre sí, sobre el otro, sobre las cosas) se vuelve pretensión, distancia, y a la postre desengaño, la película de Jonathan Dayton y Valerie Faris es un auténtico viaje catártico hacia la verdad que cambia la vida. Y lo hace a partir de algo no muy común en el cine: una familia; es más: una familia desestructurada que se dirige al fracaso más estrepitoso; es más aun: una familia que acaba unida.
Premios BAFTA y Oscars al mejor guión original y actor de reparto (Alan Arkin), la cinta nos presenta a los Hoover, una aparente familia convencional, aunque no muy tradicional. Toda su imagen formal no es más que disimulo de una profunda escisión entre sus miembros. No hay nada en común. El abuelo esnifa cocaína en una adolescencia regresiva; el padre imparte cursos de éxito personal que son siempre un auténtico fracaso; la mujer pretende disfrazar el drama llegando a todo pero sin dar abasto en nada; su hermano es un homosexual suicida y fracasado que se queja por no ser reconocido como el gran experto en Proust que desearía ser; el hijo del matrimonio es un adolescente autista que ha hecho voto de silencio leyendo Así habló Zaratrusta, y Olive (su hermana) es una fatibomba que quiere convertirse en la nueva belleza de Estados Unidos, la pequeña Miss Sunshine. Salvando las distancias: una familia prototípica.
Los Hoover son una familia paradigmática en un mundo como el nuestro, sin propuesta, en el que cada cual tiene la imagen de cómo deben ser las cosas. Así es imposible crecer en ninguna relación o parentesco. La película parte así de una premisa: la diplomacia no permite crecer en la propia vocación, en el compromiso con el significado de la vida. Como decía el poeta Montale, hablando de los viajes, «el imprevisto es la única esperanza». Y así será.
Impensadamente, llaman a Olive para participar en el concurso Pequeña Miss Sunshine. Y el imprevisto se vuelve esperanza. Y empieza el viaje. La situación familiar no permite dejar a ningún miembro solo en casa. Tendrán que subirse a su ruinosa Volkswagen Combi, y hacer vida en ella. En ese momento, la cinta se convierte en una disparatada road movie, una comedia dramática de carretera, hacia un lugar concreto: el descubrimiento del verdadero yo.
En esta película de formación de personajes, el protagonista principal es la familia entera con sus dramas y dificultades. El genial guión no cae en la comedia fácil, sino que delata el drama y denuncia lo cómico que resulta una imagen de sí basada en el propio éxito. No se eluden ni la muerte, ni el dolor, ni la separación, como peldaños necesarios para descubrir la auténtica condición humana: una impotencia estructural que pide a gritos un afecto inesperado. Es esta, pues, una historia de purificación de las propias metafísicas.
La cinta es clara: hay que viajar, sin ahorros, al fondo de las razones de la propia vocación. Es imposible llegar a ese afecto esperado, a esa unidad vocacional, sin un trabajo educativo: partir de lo que hay y vencer el propio esquema. La esperanza vive en la carne, y no en las imágenes fatuas de lo que no existe. «Me gustas»: te quiero por cómo eres, porque existes. La película es trasparente al mostrar que el amor incondicional hacia el otro supone la auténtica epifanía de lo humano. Las miserias no cambiarán, ni se solucionarán; porque el quid humano no está en el cambio de las circunstancias, sino en el cumplimiento de nuestro yo. La realidad siempre se impone, y gana siempre quien abraza más fuerte.