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Los Soprano 6ª Temporada: y al final la vida sigue igual

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Antonio Rentero - publicado el 10/06/16
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Somos nosotros los que hemos aprendido a mirar la vida como la ve Tony Soprano

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Empezaremos por anunciar un spoiler que a estas alturas no debería serlo: “Los Soprano” termina pero no hay un “desenlace”.

Es decir, no muere ninguno de los principales protagonistas del núcleo familiar más central cuyo apellido ha dado título a la serie. No se produce una gran revolución en sus condiciones de vida. En cierto modo, y como mandan los cánones de la ciencia-arte de la escritura de guión, en el largo viaje de esta serie el protagonista regresa al lugar donde empezó habiendo evolucionado, habiendo cambiado, pero quedándose donde mismo estaba. Aparentemente todo sigue igual pero sabemos que en el interior todo ha cambiado.

De ahí que los últimos minutos del último capítulo, un acto final que fue polémico en el momento de su estreno televisivo precisamente porque “no pasa nada”, se juegue con la tensión en la que durante seis temporadas se ha educado al espectador, que, sabedor de que está contemplando el último episodio, sospecha de cualquier mirada cruzada, de cualquier viandante que se cruza por detrás, de ese cliente del restaurante que se levanta para ir al aseo… un momento…¿dijimos que el protagonista había cambiado? ¿y el espectador, no ha cambiado él?

Una película, o especialmente una serie de varias temporadas en la que el espectador termina considerando a los protagonistas casi como si fuesen de la familia, es en cierto modo un viaje que se emprende y que puede cambiar al pasajero, y con “Los Soprano” nos hemos embarcado en un viaje por la cotidianeidad de la vida y las costumbres “profesionales” de una familia italoamericana relacionada con el crimen en el entorno suburbano de New Jersey. Con todas sus consecuencias.

El desenlace de “Los Soprano” tal vez nos ofrezca, como sublimación en los últimos compases del último capítulo de la serie, la demostración palpable de que somos nosotros los que más hemos cambiado al habernos vuelto susceptibles, desconfiados, sospechosos ante miradas, movimientos, sombras que aparentemente son inocentes… y que en el fondo son realmente inocentes. Somos nosotros los que hemos desarrollado una mirada culpable, los que hemos aprendido a mirar la vida como la ve Tony Soprano. 

En esta última tanda de episodios hemos visto como Tony aprende a afrontar lo que entiende como una segunda oportunidad que le ha dado la vida (empezamos la última temporada con el protagonista debatiéndose entre la vida y la muerte). Se reconcilia con Carmela, ambos asumen que sus hijos ya son adultos… y como en la vida real, en cualquier vida real a la que nos hubiésemos asomado durante un periodo de tiempo, en algún momento hay que despedirse. Fundido a negro en un momento que no tiene que ser especialmente intenso ni dramático ni cargado de significado, una música que sigue sonando… y un fin que no es un final. Porque la vida de Tony Soprano continúa y la nuestra también, pero ya ni él ni nosotros somos el mismo que cuando empezamos a conocernos.

Quizá era ese el mensaje. O no. Porque como parecen gritarnos los compases finales del último episodio a veces las cosas son simplemente lo que parecen y lo que debemos hacer es disfrutar realmente de la vida.

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