Ofrecer oraciones de gratitud no es tan fácil como parece
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No sé vosotros, pero yo le he hecho escuchar a Dios una buena cantidad de ruegos con el paso de los años. “Señor, ayúdame con esto y aquello y lo otro…”. De hecho, creo que una vez Dios me dijo, con un tono algo severo: “Eso ya me lo has pedido antes…” y aunque no lo dijera, no le habría culpado de haberlo hecho.
Tras mi restitución en la fe católica, que fue un tanto agitada, pasé por un periodo muy emocionante en el que conocí mejor a este Dios que me ha creado, a mí, a mi familia y a todo el universo.
Integrar la fe en el hogar era una prioridad. Mi esposa y mis hijos, de 5 y 9 años por entonces, estaban encantados de unirse a este proceso de hablar con Dios.
Así que nos decidimos a crear una “agenda de oraciones”, para rezar en familia nada más empezar el día y antes de terminarlo, además de ir añadiendo nuevas metas. Y, bueno, pedíamos cosas.
El resultado fue una lista bastante larga, que iba creciendo a medida que rezábamos prácticamente por todos nuestros conocidos: nuevos amigos, personas con problemas, mascotas,… todo lo que se os ocurra.
En aquel tiempo yo trabajaba en la ciudad de New York, así que todos los días añadíamos, al menos, a una persona sin techo.
La lista creció tanto que, de hecho, tuvimos que empezar a apuntarnos los nombres de la gente, no fuera que olvidáramos a alguno.
Sin embargo, después de unas cuantas semanas, se nos empezó a hacer pesado; el momento de oración se hacía repetitivo y aburrido, lo cual no es precisamente lo que uno trata de alcanzar en la oración, sobre todo cuando hay niños pequeños.
Organizamos una reunión familiar y decidimos elegir un propósito principal para cada día, una especie de orientación de la oración, por así decirlo.
El domingo era para la Iglesia y el clero, el lunes para la familia, el martes para las personas que lo pasaban mal, miércoles para el matrimonio y las relaciones, viernes para los amigos y sábado para los enfermos.
¿Y el jueves? A mi hija le gusta presumir de haber inventado el “Jueves de Gracias”. Den gracias a Dios por todo, porque esto es lo que Él quiere de ustedes como creyentes en Cristo Jesús (1 Tesalonicenses 5:18).
Por tanto, cada una de las oraciones que pronunciáramos durante los jueves, al margen de lo que estuviera sucediendo, incluso si se avecinaba un desastre, tenían que ser oraciones de agradecimiento.
¿Por qué no? ¡Parecía perfecto!
Y no es tan fácil como parece. Estábamos tan acostumbrados a pedir a Dios literalmente por todo, desde curaciones hasta que la secadora dejara de chirriar, que reorientar la oración hacia la gratitud era un esfuerzo épico.
Cualquier otro día podíamos recitar de un tirón nuestros propósitos sin perder el ritmo, pero los jueves todo el mundo se quedaba en blanco y costaba encontrar gratitud. “Gracias por nuestra familia y amigos, por tu amor y misericordia y… Amén”.
En teoría, deberíamos ser capaces de seguir sin parar con una larguísima lista de cosas por las que estamos agradecidos pero, en la práctica, al principio, cuesta.
Así que el “Jueves de Gracias” nos presentaba justamente el reto que necesitábamos; tomarnos el tiempo necesario para considerar, literalmente, las innumerables bendiciones que Dios nos ha concedido.
Ha sido causa de mucha conversación durante los ratos de oración, porque teníamos que ayudarnos mutuamente a identificar las cosas por las que deberíamos dar gracias.
Con el paso de los años, esta práctica nos ha reformado, nos ha puesto más en sintonía con lo que Dios merece de verdad de nosotros: nuestra gratitud.
Los efectos no han sido menos que transformadores, porque hemos descubierto con claridad que la gratitud es el origen de la admiración, de la sorpresa, de la auténtica alegría.
Hemos aprendido que si puedes recuperar la capacidad de sorprenderte, vuelves a ser como un niño pequeño, maravillado por el gran misterio y regalo de la creación, lleno de alegría por el mero hecho de haber sido creado, entregado a la experiencia de este viaje vital junto a nuestros allegados, con una conexión genuina, un vínculo real y vivo con Aquel que fue origen de todo.