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Es frecuente la acusación, en el ámbito de la religión, de que las imágenes significan “idolatría”. Sin embargo, en la propia Biblia encontramos ejemplos de imágenes que nada tienen que ver con los ídolos y con la anuencia de Dios.
La Biblia manda hacer imágenes
¿Qué son imágenes? Son, en general, representaciones esculturales de personas de cualquier naturaleza, o de conceptos morales. Por ejemplo, las imágenes de los Querubines, de Moisés, de la Libertad etc.
Y las imágenes sagradas son representaciones de santos, de ángeles, de la Virgen María, de Jesús etc.
¿Quién mandó hacer imágenes? Fue el propio Dios, conforme la Biblia nos enseña. Dios mandó hacer imágenes de querubines (ángeles) para la Arca de la Alianza (Ex 25,18).
El Arca de la Alianza con los querubines estaba en el lugar más sagrado del Templo, el “Santo de los Santos”, que, una vez al año, el sacerdote asperjaba con la sangre de las víctimas inmoladas a Dios (Hb 9,1-7). También Salomón llenó de imágenes el Templo (1 Reyes 6, 23-29), y Dios lo aprobó (1 Reyes 8,6-11).

¿Para qué sirven las imágenes?
Para recordar a los ángeles, los santos y al propio Dios. Es lo que también enseña la Biblia. En el Libro de los Números, 21, 8, Dios mandó a Moisés hacer y levantar en un poste de madera una serpiente de bronce y dijo que quien la mirase quedaría curado de las mordeduras de las serpientes.
Y Jesús se refería a ese hecho como siendo una “figura” de su crucifixión (Jn 3,14). Los falsos creyentes, sin embargo, detestan la Cruz, así como Satán también la detesta. Escuchemos a la Biblia: “Nosotros, por nuestra parte, rezamos a Cristo crucificado” (1 Cor 1,23).
Entonces ¿era la serpiente la que curaba? No. Era Dios. Pero la imagen de la serpiente sirvió para recordar la ofensa hecha a Dios; sirvió, en suma, para recordar a Dios.
¿Y la imagen de Cristo en la Cruz? Ella recuerda muchísimo más: recuerda el pecado, la Redención por la Cruz, el amor de Cristo por nosotros. Esta es la cumbre de las imágenes: nos ayuda a pensar en Dios, a ir a Dios.
De ahí la afirmación de San Pablo: “Conviene que nos gloriemos en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo” (Gal 6, 14)
Las imágenes contribuyen a dar a los lugares de culto un aspecto sagrado e invitan al recogimiento y a la oración (Ex 25,22; 1 Reyes 6,23-28). Por eso, los querubines del Arca de la Alianza no eran simples adornos: recordaban la mediación secundaria de los Ángeles (Hb 1,14) e integraban los objetos del culto.
¿Adoramos a las imágenes?
Nosotros, católicos no adoramos a las imágenes. Quien lo afirma no entiende el catolicismo, o miente y actúa contra la Biblia.
Nosotros veneramos las imágenes. ¿Por qué? Porque son representaciones de personas santas y amigas de Dios, o del propio Dios. Y porque inspiran amor a las virtudes y llevan a imitar a las personas santas a las que representan. Por eso, las imágenes sagradas son muy útiles.
Nada hay de idolatría en esto. Es semejante a esa, también, la razón por la cual respetamos y veneramos la bandera nacional: ella simboliza la patria e inspira el patriotismo.

¿Entonces qué condena la Biblia?
La Biblia condena los falsos dioses y sus ídolos, como los “dioses mudos” (Sal 134, 15-17) y las “imágenes y esculturas de cosas del cielo, de la tierra y de las aguas” (Ex 20, 3-5). Se trata de los ídolos que los paganos hacían para representar a sus falsos dioses (Rm 1,23).
De hecho, los gentiles antiguos adoraban como “dioses del cielo” a ciertos astros (Júpiter, Venus etc.); “de la tierra”, ciertas aves y cuadrúpedos; “de las aguas”, ciertos anfibios y reptiles (Ex 32, 1-6; Rom. 1,23). Para los egipcios, por ejemplo, el cocodrilo era un animal sagrado.
Quien confunde las abominaciones de los gentiles con las sagradas imágenes injuria a la Biblia y la vuelve contradictoria, afirmando una cosa en un lugar y negando esa misma cosa en otro.
Y si está contra las imágenes que la Santa Iglesia venera no está solo contra la Biblia. Está también contra el sentido común. No podemos siquiera pensar sin formar imágenes en nuestra mente. El uso de imágenes es connatural a nuestra forma de entender la existencia y de comunicarla; es un modo natural de encender el corazón, preservando la imagen de aquellos a quien amamos, como hacemos con los retratos de los padres, hijos, familiares y amigos.


