A partir de la popular franquicia de videojuegos, Duncan Jones ha construido una fantasía heroica vibrante y llena de fuerza
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A pesar de lo mucho que se incide en sus similitudes sintagmáticas, en realidad, la relación narrativa entre cine y videojuegos es profundamente asimétrica. Porque, mientras estos últimos han asimilado muchas herramientas formales procedentes del medio fílmico, enriqueciendo así sus posibilidades expresivas, en cambio a la industria del largometraje, salvando cierto afán experimentador en determinados directores de blockbuster –pienso, a bote pronto, en los Hermanos Wachowski y en Paul W.S. Anderson–, no ha sabido incorporar con eficacia los tropos estilísticos videojueguiles, quizás por el convencimiento de que, con la interactividad fuera de la ecuación, no resultan igual de eficaces.
Siendo, seguramente, muy consciente de ello, a la hora de acercarse al universo Warcraft desde una perspectiva cinematográfica, Duncan Jones no ha pretendido –salvo algunas referencias muy puntuales, que sirven, sobre todo, de guiño para fans– reproducir la experiencia de juego de las creaciones de Blizzard Entertainment, sino que ha optado por utilizar sus mimbres argumentales para generar un relato propio, distintivo.
Lo que el director británico ofrece con Warcraft: El origen es una adaptación en el mejor de los sentidos, pues, en lugar de intentar reiterar en un medio distinto la narrativa de los videojuegos –algo que, como ya he apuntado antes, no suele funcionar–, lo que ha hecho es obviarla, y trabajar sobre ella como con cualquier otra expresión artística: llevándosela a su terreno, releyéndola y moldeándola para ofrecer su propia visión sobre la misma.
Y es que lo que Jones ha construido es una heroic fantasy energética y vibrante –que toma cierta distancia respecto a las adaptaciones de Tolkien firmadas por Peter Jackson, pero no se obceca en negar sus concomitancias–, en constante movimiento desde su primera secuencia, y que, precisamente por ello, define a sus protagonistas a través de sus acciones, sus gestos, sus miradas.
Desde la visión contemporánea del blockbuster, que tiende a ser sobreexplicativo y reiterativo, la economía narrativa de Warcraft: El origen resulta casi un atrevimiento, sobre todo porque continuamente da a entender que, alrededor de los personajes, existe un universo amplísimo del que apenas estamos atisbando una pequeña parte… Algo que, es justo reconocerlo, en determinados momentos del metraje juega en su contra –sobre todo, en sus primeros compases, en los que se plantea el conflicto entre humanos y orcos que se dirime a lo largo de la trama–, ya que, de no conocer previamente la franquicia de Blizzard, es fácil perderse en su densidad y su riqueza conceptual.
Cierto es que, como buen producto comercial, Warcraft: El origen ofrece intensísimas (y multitudinarias) escenas de batalla, en las que, ahí sí, Jones intenta reflejar con la máxima fidelidad posible los estilos distintivos de cada raza y clase –la agilidad y las armas de los humanos, la contundencia y la fuerza física de los orcos, las capacidades de los magos…–, pero no se puede negar que al director se le nota mucho más cómodo cuando puede dejar que la narración respire, y dedicarle tiempo a sus personajes, desarrollando, a través de ellos, ese sentido de la maravilla del que está tan impregnado el largometraje.
De ahí que lo más brillante del trabajo de animación CGI llevado a cabo por Industrial Light & Magic no esté en el detallismo en la piel y en los músculos de los orcos, sino en su expresividad, su capacidad para transmitir sentimientos –sobre todo en el caso de Durotan (Toby Kebbell), cuyo modelado, de hecho, está muy por encima del resto, que sufren por comparación–, porque eso es lo que les permite convertirse en personajes, y no en meros secundarios de lujo de la historia humana.
No obstante, hay que reconocer que, a pesar de su intención de equilibrar ambas líneas argumentales, Jones le dedica más tiempo a los habitantes originales de Azeroth… Claro que, desde una perspectiva narrativa, tiene toda la lógica del mundo, ya que son sobre todo Anduin Lothar (Travis Fimmel) y Khadgar (Ben Schnetzer) los que ejercen, al menos inicialmente, de guías para el espectador, pues nos ayudan a descubrir, a través de sus ojos, el mundo de Warcraft: El origen.