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Capilla Redemptoris Mater, la “Sixtina Moderna”

AFP

Maria Paola Daud - publicado el 02/06/16

Una obra maravillosa del jesuita Marko Ivan Rupnik

La capilla Redemptoris Mater es considerada por su singular belleza la “Sixtina moderna”. Se encuentra en los palacios vaticanos, por lo que son pocos los que tienen el privilegio de poder admirarla.

Existe gracias a Juan Pablo II que, en el 1996, destinó un regalo económico presentado por el Colegio Cardenalicio, con motivo de su 50 aniversario de sacerdocio, a la reestructuración de la capilla.

“Agradezco de corazón la suma que habéis querido ofrecerme, a través del Cardenal Decano, como regalo vuestro en esta circunstancia. Creo que es oportuno al destinarla a una obra que permanezca en el Vaticano. Pensaría por eso en las obras de reestructuración y decoración de la Capilla “Redemptoris Mater” en el Palacio Apostólico”, dijo entonces.

En las intenciones del Pontífice, la Capilla debía tener también un particular significado y ser adornada de modo que fuera visible el encuentro entre Oriente y Occidente.

El Papa formulaba este deseo: “Se convertirá en un signo de la unión de todas las Iglesias, a las que vosotros representáis, con la Sede de Pedro. Además revestirá un particular valor ecuménico y constituirá una presencia significativa de la tradición oriental en el Vaticano”.

La Capilla restaurada está dedicada a la Madre de Dios, aquella que es Alma Redemptoris Mater.

Por eso, María está sentada en el trono como la Madre del Señor y Sede de la Sabiduría, en una espléndida figura de la pared central, como reflejo de la economía trinitaria y rodeada de santos y santas de Oriente y de Occidente, de todas las épocas y de todas las naciones.

En 1997 comienza el trabajo un artista ortodoxo ruso, Alexander Kornooukohv, que completa la pared de la Jerusalén celestial.

El equipo del centro Aletti con la obra incansable del padre Marko Ivan Rupnik (encargado del logo del año de la Misericordia), bajo la mirada y la competencia autorizada del Padre Tomáš Špidlík, trabaja desde el 5 de noviembre de 1997 al 30 de agosto de 1999 y completa la pared de la Kénosis, de la Anábasis con la Ascensión-Pentecostés y la más original, la de la Parusía.

Otro grupo realiza con diseño de Marko Ivan Rupnik la bóveda con el Pantocrátor y el 14 de noviembre de 1999 se inaugura solemnemente la Capilla, que Juan Pablo II bendice en una liturgia eucarística solemne con la presencia de los cardenales.

Los mosaicos de la Capilla Redemptoris Mater son una verdadera teología visible, como los medievales lo llamaron, una Biblia pauperum (Biblia de los pobres), y gira alrededor del mismo tema; el hombre, mediante la encarnación de Cristo en la Santísima Trinidad.

La Capilla muestra una antropología trinitaria. La historia de la salvación, en su dinámica del descenso de Dios y de la subida del hombre, subraya la presencia y la obra del Espíritu Santo, que hace siempre actual la obra de la redención y la despliega en las mujeres y hombres de cada época histórica.

Millones de piedrecillas de los más variados tipos adornan esta magnifica obra. Piedras que vienen de lugares diversos: montañas donde fueron martirizados algunos testigos de la fe del siglo XX, cuevas con pinturas prehistóricas, playas de mares, orillas de los ríos.

Hay trozos de mármol travertino, de granito, de madreperla, fósiles de la Valcamonica, guijarros de playas de mar y de orillas de los ríos.

Son expresivos los colores azules de los mares, los lagos y los ríos, el verde de la tierra, la variedad de la policromía de las flores.

Pero todo tiene como una fuente de luz que es el color del oro. Oro de gran intensidad y que significa el mundo divino, que desde la bóveda, en el círculo en que se inscribe la imagen del Pantocrátor, se va difuminando por toda la capilla.

Cuando se entra en la capilla y todavía queda en la penumbra, brilla toda ella con el color del oro.

En la capilla podemos ver cinco grandes escenarios de la historia de la salvación cubiertos totalmente de mosaico.

Entrando en la capilla, de frente, está la pared de la Jerusalén celestial, a la izquierda la de la Encarnación o kénosis (anonadamiento), a la derecha la de la Iglesia o Anábasis (ascensión), en la parte posterior la pared de la Parusía (venida), y en lo alto la bóveda con el Pantocrátor (Todopoderoso)

La bóveda del Pantocrátor

Desde esta visión, que es como el Alfa y Omega de la Capilla, y presenta al Cristo de la primera encíclica de Juan Pablo II, “centro del cosmos y de la historia”, se puede contemplar todo el esplendor de la capilla, como una manifestación de la obra salvadora de Cristo.

Él está en el centro siempre, como revelación del amor del Padre y transmisor del Espíritu, en todas y en cada una de las paredes, como icono central que atrae la atención y la mirada.

La pared de la kénosis

Son como nueve misterios de kénosis y de misericordia. Tres en vertical (nacimiento, bautismo, descenso a los abismos) cuatro en horizontal: anunciación, presentación en el templo, episodio de la cananea, crucifixión; dos en la base: el perdón de la pecadora y el lavatorio de los pies con la Eucaristía.

El misterio de la anábasis

También aquí nueve escenas con una lógica distribución y una armonía, la pared de la anábasis, de la Ascensión del Señor y de la constante venida del Espíritu en la Iglesia.

A los extremos de la pared las dos escenas de la presencia de Cristo después de la resurrección: el sepulcro vacío, con las mujeres que van a embalsamar con sus aromas el cuerpo del Señor y el envío misionero de los discípulos-apóstoles junto al mar de Tiberíades.

Hay un eje central que contiene a la vez el misterio de la Ascensión del Señor y la venida del Espíritu en Pentecostés, con el icono en su parte alta de la Dormición de la Virgen, que es el cúlmen anticipado de la futura vida gloriosa de la Iglesia, realizada en su prototipo que es la Virgen María.

Y en torno a la escena de Pentecostés, con la mano del Padre, las llamas del Espíritu y la figura del Cristo glorioso, los doce apóstoles en un círculo ascendente de comunión, con María en el centro.

Y a ambos lados, cuatro representaciones de grandes carismas de la Iglesia: el del martirio con Pablo, el de la caridad con el buen samaritano, el de la vida conyugal con Joaquín y Ana, el de la vida consagrada con Edith Stein.

La compleja escena de la Parusía

El tercer muro, que queda a nuestras espaldas entrando y es más difícil de descifrar a primera vista, representa la Parusía, la segunda venida de Cristo.

El Cristo Pantocrátor viene a nosotros con las llagas gloriosas en su costado, en sus manos y en sus pies. Es el que viene siempre a su Iglesia desde la gloria. En torno a Él se concentra, como Alfa y Omega de la historia, el pasado, el presente y el futuro.

A ambos lados laterales en los ángulos superiores, está María, la Esposa Madre, vestida de un manto rojo, y Juan el Bautista, el amigo del Esposo, con gesto de intercesión orante.

Ellos piden que se cumplan misericordiosamente los designios de Dios, mientras detrás de ellos interceden los mártires de todos los tiempos y de todas las Iglesias, representados por dos mártires de los primeros siglos, Esteban y Práxedes y cuatro de nuestro tiempo, hijos de diversas Iglesias.

Tras la Virgen María y Esteban tenemos a María Sveda, una joven ucraniana asesinada en Leópolis 1984 por guiar a un sacerdote clandestino a celebrar la eucaristía en una casa, y Pavel Florenskij sacerdote ortodoxo ruso, padre de familia, gran científico, filosofo y teólogo, muerto en un gulag de Rusia en 1937.

Detrás del Bautista y la mártir Práxedes, vemos a Christian de Chergé, trapense francés, asesinado por extremistas del Islam en Argel en 1996 y a Elisabeth Von Tadden una noble luterana alemana muerta en los campos de concentración nazis.

Sus nombres están escritos en la lengua original de sus respectivas naciones, porque también las culturas entrarán en el Reino.

En la cima de la escena de la Parusía, contemplamos la Transfiguración del Señor, con Moisés y Elías, al final del brazo de la cruz que parte del Pantocrátor de la bóveda.

Es como el icono profético de la participación de todo y de todos en el misterio de la glorificación de Cristo anticipada en la luz y en la “metamorfosis” del Monte Tabor.

En la parte inferior, junto al trono del Papa, se destaca la imagen sacerdotal de Pedro, con su vestido blanco y su estola. Es el que abre con la llave del Reino la puerta del paraíso en la que se destacan tres círculos entrelazados que simbolizan la Trinidad.

La Jerusalén celestial

En la Jerusalén celestial vemos la imagen de Pedro que abre la puerta del paraíso.

También la imagen central de la Virgen, Madre del Redentor, que en su majestuosa y tierna presencia es la sede de la sabiduría y nos ofrece a su Hijo sentado sobre sus rodillas. A sus pies dos ríos de agua viva que brotan de la fuente celestial del cordero.

En torno a ella doce murallas y doce puertas, con cuatro columnas en las que están representados los símbolos de los cuatro evangelistas, dispuestos en grupos de tres, como un reflejo de la Trinidad, doce grupos de tres santos y santas cada uno, que hacen un total de 36 santos de Oriente y de Occidente, en representación de todos los santos del cielo.

Son de diversas épocas y naciones. Se reconocen por su iconografía clásica o por algún detalle ornamental.

Están como sentados en las mesas del banquete. A veces por la afinidad de vocación carismática como Francisco, Clara y Serafín de Sarov, a veces por el contraste de las doctrinas reconciliadas como en el caso de Tomás de Aquino y Gregorio Palamás.

Aquí nombramos a algunos santos presentes en la escena: Domingo de Guzmán, Pacomio y Juan de Rila (Bulgaria), Vladimir (Rus de Kiev) Edwige (Polonia), Wenceslao (Rep. Checa), Isabel de Rusia, Tomás Moro, Catalina del Sinaí, Gregorio Magno, Nicolás de Mira, Juan Crisóstomo, Cirilo apóstol de los eslavos, Agustín de Hipona, Ambrosio de Milán, Juan Damasceno, Tomás de Aquino, Gregorio Palamás, Francisco y Clara de Asís, Serafín de Sarov, Basilio el Grande, Benito, Sergio de Radonez, Antonio el Grande, Juan Clímaco, Jerónimo, Juan de la Cruz, Dionisio Areopagita, Teresa de Lisieux, Melania, José Moscati (médico napolitano) Catalina de Siena, Gregorio Iluminador (Armenia) Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola.

Podemos afirmar que Juan Pablo II ha transformado sabiamente el regalo que le hizo el Colegio Cardenalicio con ocasión de su 50° aniversario de sacerdocio en un regalo hecho a Dios, a su gloria y a todo el pueblo de Dios.

Nos ha regalado esta maravillosa obra, templo del diálogo entre las Iglesias orientales y occidentales.

En el siguiente enlace podemos dar un paseo virtual por esta grandiosa obra: http://www.vatican.va/redemptoris_mater/flash/index.html#lingua=sp

Tags:
arteJuan Pablo IIturismo religiosovaticano
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