Mira lo que dice el arzobispo de Poitiers, monseñor Pascal Wintzer, sobre “Julieta” de Pedro Almodovar
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Es una verdadera alegría reencontrar el Pedro Almodóvar de Todo sobre mi madre y Hable con ella. Después de unas últimas películas bastante decepcionantes, aquí encontramos de nuevo la atmósfera novelesca e incluso melodramática que tan bellamente maneja el gran cineasta español.
Como es costumbre, las mujeres son el centro del retrato, un retrato que surge de un arte delicado y de un gran trabajo de investigación; la calidad de la forma no perjudica en absoluto a la intención, sino todo lo contrario; como ya hemos escrito, lo esencial es el estilo, y de eso precisamente no le falta a Almodóvar.
Regreso a los tormentos de la vida privada
Julieta, que ronda los cincuenta, está a punto de dejar Madrid para instalarse en Portugal con su novio. En la calle, se encuentra con una conocida que le da noticias de su hija. Para Julieta, igual que para el espectador, la aparición de esta chica, desconocida u olvidada, causa un trastorno en sus planes de decidir olvidar, para sobrevivir, que era madre. La película procede en base a agudos y fluidos ires y venires entre el pasado y el presente que revelan los dolores que han marcado la vida de Julieta. Y entonces el rostro de esta hermosa mujer se convierte en la pantalla, en el delator de un corazón y de un alma experimentada en pesares, remordimientos y la incomprensión de aquellos y aquellas que comparten su vida o se cruzan con ella.
No debe quedar sin mención el arte de las magníficas actrices que encarnan las figuras femeninas de las películas de Almodóvar. Aquí, además de una Rossy de Palma en un papel inusual para ella y que no permite reconocerla de inmediato, el cineasta muestra unas actrices iberas desconocidas para al espectador extranjero, en especial la hermosa Adriana Ugarte y Emma Suárez, que encarnan a Julieta en diferentes etapas de su vida.
Claro está, se podría reprochar la artificialidad de las intrigas, los acentuados colores, los trucos melodramáticos y algunos giros; que los hay en demasía, pensarán algunos… Sin embargo, en estos difíciles momentos sociales e internacionales, tiene sus ventajas regresar a los tormentos de la vida privada, dejarse llevar por una película cuyo autor sabe acompañar y honrar a su espectador. ¿Por qué ignorar este placer?
El hombre y la masculinidad, grandes ausentes
Aunque las mujeres llenan todas las escenas, como en la mayoría de las películas de Pedro Almodóvar, aquí hay una ausencia aún más manifiesta, aunque siempre con delicadeza. Entre estas mujeres que se esfuerzan tanto por entenderse, por hablarse, y que desaprovechan aquello que les habría permitido comprenderse, hay siempre un espacio, a menudo vacío u ocupado por una figura cuya expresión destaca una ausencia: la del hombre, la de la masculinidad. El espacio es sólo mental, con una puesta en escena que repite varias veces la misma forma de crear imágenes: dos mujeres que se hablan y se miran, la distancia que las separa está más acentuada que en lo meramente natural, una distancia entre ellas que marca el centro de la imagen, a veces vacío, a veces ocupado por una figura que delinea la particular ausencia del hombre.
Recuerdo dos de estas imágenes, particularmente expresivas a este respecto; imágenes y no palabras, pues hablamos de cine y no de literatura, aunque Pedro Almodóvar se inspirara en las novelas de Alice Munro para escribir su guion.
La “escena inicial” se desarrolla en un tren. Invierno, noche, nieve. De repente, un ciervo (imagen de una gran belleza) parece correr detrás del tren. Comentario de Julieta: “Busca una hembra”. Un macho vagabundo corriendo hasta perder el aliento detrás de un fantasma.
Durante otro encuentro entre Julieta y la que fuera una “amante pasajera” de su marido, una artista escultora, encontramos entre ellas una estatuilla (la que vemos de nuevo en la imagen siguiente). La estatuilla representa una imagen masculina, pero con el sexo mutilado. Además, ¡la estatua está envuelta en celofán!
Seres de paso en la vida de las mujeres
El simbolismo quizás sea reiterativo, autorreferencial… Expresa, no obstante, esta realidad de que los hombres son sólo seres de paso en la vida de unas mujeres que se mantienen en un mismo camino, a veces desunido, a veces herido por la gran historia la humanidad.
Por último, con la misma alegría que provoca que un texto pontifical haga por fin referencia al cine (Amoris Laetitia menciona, en efecto, La fiesta de Babette, de Gabriel Axel), después de algunas reflexiones Julieta, me resulta lícito citar la misma reciente exhortación apostólica. Recuerdo dos pasajes en los que el papa Francisco hace hincapié en la importancia de un diálogo real en la pareja (pero es algo que podría extenderse a todos los ámbitos de las relaciones en la sociedad y en la Iglesia). El soberano pontífice destaca, con realismo, que el diálogo, como el amor, es fruto de una “artesanía” humilde y exigente.
Finalmente, reconozcamos que para que el diálogo valga la pena hay que tener algo que decir, y eso requiere una riqueza interior que se alimenta en la lectura, la reflexión personal, la oración y la apertura a la sociedad. De otro modo, las conversaciones se vuelven aburridas e inconsistentes. Cuando ninguno de los cónyuges se cultiva y no existe una variedad de relaciones con otras personas, la vida familiar se vuelve endogámica y el diálogo se empobrece.
Amoris Laetitia, n° 141
El amor necesita tiempo disponible y gratuito, que coloque otras cosas en un segundo lugar. Hace falta tiempo para dialogar, para abrazarse sin prisa, para compartir proyectos, para escucharse, para mirarse, para valorarse, para fortalecer la relación.
Amoris laetitia, n°224
El papa Francisco y Pedro Almodóvar estarían quizás de acuerdo en reconocer que, para construir el amor, es necesario adentrarnos en derroteros laboriosos y exigentes.