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La misericordia de María

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Centro de Estudios Católicos - publicado el 21/05/16
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Reflexión sobre la Salve

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Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, siempre sale a nuestro encuentro. Ella como Dios siempre da el primer paso y nos tiende su mano de ternura. Esta reflexión salió a mi encuentro –y lo digo con toda humildad– por inspiración del Espíritu que por medio de la Virgen María encendió mi corazón. Tenía que dar una meditación el sábado santo previo a la Vigilia Pascual de Resurrección sobre María y la Misericordia. Y se me ocurrió desmenuzar la Salve y esto es lo que les quiero compartir.

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia

María es la madre que nos lleva a la reconciliación y a la misericordia. Ella siempre sale a nuestro encuentro. En la Anunciación-Encarnación María se convierte en Madre de la Misericordia cuando acoge a Dios que se hace hombre. Ella es capaz de aceptar el gran misterio que se presenta ante su corazón. Ya sabemos que misericordia significa volver el corazón hacia la miseria y María comprende que Jesús será el reconciliador de la miseria humana.

El mundo de hoy es inmisericorde en muchos sentidos. María ofrece su vientre para recibir el caudal infinito de misericordia que el mundo clama. El lugar más sagrado de la humanidad es el vientre de la mujer. Sin embargo hoy lastimosamente se ha convertido en el lugar más peligroso de todos.

En la cruz María asume nuevas actitudes de misericordia: acompaña al Hijo al pie de la cruz. Ella vive el sacrificio del corazón porque Ella tiene crucificada su vida con la de su Hijo. En la cruz la Madre de la misericordia hace explícita su maternidad espiritual por cada uno de nosotros. Para acoger y vivir la misericordia entre nosotros hay que invitar a María a nuestra propia casa para que broten de nuestro interior caudales de misericordia y amor a las personas. La acogida a María del apóstol Juan en su casa no se refiere sólo a sus cuatro paredes sino sobre todo a su corazón.

Vida, dulzura y esperanza nuestra

La fe en el Señor Jesús es ante todo vida. Vida en el Espíritu de Jesús. Una fe hecha vida porque nos hemos encontrado con una Persona que se hizo carne en el seno de María y que resucitó. Si no hacemos vida la fe, nuestra fe estará muerta, será mera religión normativa o moralista.

Y no hay nada más vivo que una madre embarazada, una mujer que lleva la vida en su seno, que está cuidando a su hijo, que está cuidando la vida. Por eso es una experiencia tremendamente vivencial en nuestra fe contemplar a María embarazada. La Virgen Santísima por la fe nos toca, nos acaricia y por eso nos transmite vida. La fe en Ella es real, es existencia auténtica, no es ritual ni algo meramente devocional. Ella es vida, no es estatua, no es imagen, no es yeso frío, es VIDA. Ella Madre viva y dulce que porta la mayor esperanza para nosotros. En ese toque mano a mano con la Virgen María Ella me transmite su inmensa dulzura.

No hay nada más dulce que el calor de una madre. Cada vez que desde niño suspiraba cuando me dolía o necesitaba algo recibía de mi madre un aliento de vida dulce y esperanzador. Recibía el mayor consuelo, el consuelo maternal que es aliento de vida. Cuando caemos en pecado –como el hijo pródigo– estamos muertos pero por la misericordia de Dios volvemos a la vida y ese camino lo recorremos de la mano de María quien silenciosamente nos lleva el encuentro con Jesús. Por eso en muchas advocaciones marianas la Virgen tiene la mano extendida. Ella quiere que nos aferremos a su mano. No la dejemos con la mano extendida. En ese toque mano a mano Ella nos transmite dulzura.

Cambiemos nuestra aproximación a la fe, de meramente ritual y solo devocional, a una fe existencial y real, que la pueda palpar y realizar en nuestra vida cotidiana. Ella es vida, la Madre de nuestra vida espiritual. Cuando nos hemos caído, o nos hemos equivocado o hemos recibido un golpe o varios en la vida, busquemos la dulzura de la Madre. Ella es todo lo contrario al regaño. Solamente hay esperanza cuando hay necesidad, cuando nos falta algo. Sin misericordia no hay esperanza. Y el pecador siempre necesita perdón y misericordia. Cuando caemos en pecado mortal (que significa estar muerto a la vida del Espíritu) nuestra única esperanza es la misericordia. La Virgen Madre nos consuela, nos da esperanza, nos anima y alienta a salir de la muerte y regresar al Señor de la Vida.

Dios te salve, a Ti clamamos los desterrados hijos de Eva

Somos hijos de Eva y por ello tenemos la huella del pecado original. Algunos dirán que la oración de la Salve es demasiado dramática. ¿Cuándo uno clama a alguien? El clamor es un grito, es una súplica. A veces caemos en la desesperación. Somos hijos de Eva, llevamos la herida del pecado, del sufrimiento, del dolor y la ruptura. Nuestra condición es la de ser pecadores perdonados.

Estamos desterrados, sí, pero con la posibilidad de que nuestra Madre nos lleve de la mano. A veces como niños no sabemos necesariamente a donde nos llevan, pero confiamos totalmente en nuestra madre. Ella sí lo sabe y es lo mejor para nosotros.

A ti suplicamos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas

“Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mt 5,4). Porque hallarán consuelo de las heridas llevadas con la cruz a cuestas del día a día. Nuestra vida es una mezcla de alegrías y dolores. A veces incluso hemos recibido golpes de muerte que nos han hecho llorar a mares física o espiritualmente. Si se llora en el Señor de la mano de María seremos bienaventurados, tendremos el consuelo.

De la herida puede nacer la vida. Para ello hay que ir al corazón de María. Ella tiene una herida permanente. De su corazón atravesado brota fuego, amor y pureza abundante. Es una herida abierta permanente de amor inacabable. Del corazón de María fluye perennemente sangre de amor. Las flores que rodean su corazón no están en el aire, ellas están trenzadas de espinas y es por eso que de la herida nace la vida.

Ea, pues, Señora y Abogada nuestra

María es intercesora, la que pide clemencia por nosotros. María fue invitada a las bodas de Caná porque tenía una amistad con los novios. Eran sus amigos. Seguramente al acabarse el vino la novia debe haber buscado o mirado a María con ojos de angustia. Si tenemos un problema o una necesidad, buscamos a nuestros amigos para que nos ayuden. Ella intercede como nuestra amiga ante la necesidad.

Vuelve a nosotros, esos tus ojos misericordiosos

María nos mira con unos ojos vivos y tiernos. ¿Quién puede resistir la mirada de María? Este Año de la Misericordia es una invitación a mirarnos con los ojos de Dios. Cuando nos miramos con los ojos de Dios nos miramos con amor. Él siempre nos ve con misericordia.

Y así como Dios Padre nos ve con misericordia, nuestra Madre del cielo nos mira con sus ojos de misericordia siempre. Esto es real no es ficción o mero cliché religioso. Es fe mariana auténtica.

Y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre

María nos lleva a Jesús, nos lleva a la misericordia, nos lleva a la Eucaristía, nos lleva al confesonario y Ella nos muestra el fruto bendito de su vientre. Ella intercede, nos cura la herida, las venda con cariño. Sin embargo, lo más importante es que nos lleva a Jesús, a la misericordia.

En la Visitación a su prima Isabel Ella lleva el fruto bendito de su vientre. ¡Qué experiencia de misericordia debe haber sentido Isabel cuando María la visita, la cuida, la mima y la atiende! Ella nos muestra a su Hijo como lo hace con Isabel en la Visitación.

Oh clemente, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María

María no reclama a los apóstoles cuando estos traicionan a su Hijo. No les dice ¡Desaparezcan de mi vista! Todo lo contrario. María reúne a la comunidad de los apóstoles y les quita el miedo y les da la esperanza de la resurrección. Así mismo en Pentecostés los acompaña y los sostiene en medio de la oración.

Su clemencia dulce nos invita a despojar del corazón todo miedo a la ternura y a la misericordia que queremos brindarle al mundo.

Concluyo con la letra de una canción hermosa. “Sin ti ver no podría lo más profundo de mi Señor”. Lo más profundo del Señor es el amor y la misericordia. Es de la mano de María como vamos a poder conocer la intimidad de Dios, que es amor hasta el extremo por sus amigos.

José Alfredo Cabrera Guerra

Artículo originalmente publicado por Centro de Estudios Católicos

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