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“Los Soprano” 3ª Temporada: La familia

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Antonio Rentero - publicado el 16/05/16
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La tercera temporada de esta popular serie tiene múltiples subtramas que inciden en la importancia de los lazos familiares

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Tras la presentación del universo que a través de la televisión revitalizaría el género “mafia italoamericana” que durante décadas había crecido en el cine y una obligada etapa de refuerzo desde la madre Italia, respectivamente en la temporada primera y segunda de “Los Soprano”, el ecuador de la serie se alcanza en esta tercera temporada que, más que ninguna otra, gravita en torno a la familia.

Familia es la palabra que, en cierta forma explica y edifica el concepto de “mafia italoamericana”, hasta el punto de resultar indisoluble de su pronunciación afectada de acento siciliano mientras al hacerlo se imita al inmortal Marlon Brando en “El Padrino” (Francis Ford Coppola, 1972).

Y es que la tercera temporada de “Los Soprano” tiene múltiples subtramas que inciden en la importancia de los lazos familiares entre los diversos protagonistas, como tejido sobre el que bordar un conjunto de conflictos que en realidad podrían darse en cualquier ambiente, no es necesario que necesariamente sea criminal o incluso televisivo, porque quizá esta sea la temporada en la que el espectador pueda llegar a ver reflejada (siquiera remotamente) alguna vivencia personal propia o de algún conocido (o familiar, por terminar el bucle).

Serán familiares de antiguos capos quienes intenten recuperar el orden perdido en el clan Aprile, con Tony Soprano negándose a ceder ni un ápice de terreno ante el ímpetu de un Ralph Cifaretto dispuesto a ocupar el puesto vacante, aunque sea por vía matrimonial con la viuda del clan.

Al mismo tiempo Tony intenta evitar que Jackie Aprile junior siga los pasos de su padre (quizá llevando la vida que el propio Tony nunca pudo llevar), una constante esta temporada en la que veremos al protagonista insistir repetidamente en no querer para los demás la pesada carga que él asume a modo de expiación… cuando probablemente se trate de simple espíritu de autoconservación.

Adulterio, parricidio, crímenes pasionales… algunos personajes despertarán en el espectador el deseo de ser él mismo quien empuñe el arma que acabe con el tormento que ocasiona ese pariente al que, por otra parte, parte le hemos cogido cariño. Claro, que hay cariños que matan, como descubrirán algunos.

Por último, resulta significativa la “segunda oportunidad” que la tecnología permitió, en esta tercera temporada, al protagonista tener una última conversación con la madre, algo que no siempre está a nuestro alcance cuando perdemos a un familiar.

El inesperado fallecimiento de la actriz Nancy Marchand, que interpretaba a Livia (la manipuladora madre de Tony Soprano) obligó a un alarde tecnológico para insertar su rostro, captado de previas intervenciones en la serie, sobre la grabación de una actriz que la sustituía en el set de grabación en una última confrontación dialéctica con su hijo.

Y es que si la familia es importante en una serie centrada en la mafia italoamericana, no menos importante es el cliché de la madre que confunde protección, manipulación, castración y una peculiar forma de sentir el amor maternofilial en la que seguir considerando como “el pequeñín de la casa” a todo un capo de mafia capaz de despechar de cuatro tiros (o cuatro golpes) a quien se interpone en tu camino.

Quizá no sea del todo buena idea cuando un buen día tu retoño descubre que para volar por sí solo lo único que necesita es salir del nido… aunque ello suponga “eliminar” el estorbo que supone una madre que impide alzar el vuelo… como descubrirá por fin la doctora Melfi, resolviendo el incidente iniciador de la serie: los ataques de ansiedad que llevaron a Tony Soprano a sentarse en el diván de la psiquiatra.

 

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