A pesar de su ligereza, encarna valores poderosos, como la honestidad, la lealtad, la amistad, la ingenuidad y la bondad sin responder a un cliché
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El 13 de mayo llegaba a las carteleras españolas, de mano de Surtsey Films, Corazón gigante, emocionante y terapéutico drama islandés dirigido por el cineasta parisino de 42 años, Dagur Kári (Un buen corazón), premiado en el Festival de cine de Tribeca (película y actor) y en el de Valladolid (actor).
Corazón gigante sigue los pasos de Fusi, un hombre de cuarenta años que se niega a entrar en el mundo de los adultos. La rutina es clave para él y vive feliz rodeado de miniaturas de la Segunda Guerra Mundial, aunque comparta casa con su madre y su nuevo novio y tenga que soportar las bromas pesadas de sus compañeros de trabajo. Pero un día una mujer extrovertida y una niña de 8 años entran inesperadamente en su vida, y Fusi se ve obligado a dar por fin el salto.
El actor Gunnar Jónsson interpreta de modo fabuloso el amplio registro dramático de su personaje, alto, grande y obeso… que nos deja entrever su porosidad, su inexpresivo sentido del humor, su delicadeza de gestos y actos, y todo el pliegue sórdido que lo acompaña, porque se sugiere como el monstruo de Frankenstein cuando juega con la niña y como Shrek cuando rescata a la princesa.
Con este aspecto físico y estas aficiones no es de extrañar que a pesar de su edad no se le haya conocido novia alguna y sea objeto de (cruel) burla de sus estúpidos compañeros de trabajo en la cinta transportadora de maletas de un aeropuerto. Es entonces cuando tras una atinada presentación de personajes, hábilmente el director introduce el “chico conoce chica” a través de Sjöfn, otro alma solitaria interpretada por Ilmur Kristjánsdóttir y juntos tratarán de dar alivio a la devastadora soledad en la que viven sus días.
El filme se aproxima, con acierto y sin prejuicios, a ese tipo de historias en las que el protagonista es un inadaptado social, pero de buen carácter. Ama a corazón abierto, no juzga ni critica a los que arremeten contra él y tampoco le importa mucho lo que piensen de él o su modo de vida. En su inocencia es feliz, y eso le basta.
Corazón gigante es una película de tono melancólico, pero está salpicada de momentos divertidos y de un tinte amable que convierte su visionado en recomendable incluso para público no acostumbrado al “cine de autor” puro y duro.
Puede que la historia, que combina con acierto el drama y la comedia, resulte algo ligera para quienes no entiendan el modo de realizarse en la vida ayudando a los demás. Pero encarna valores poderosos, exentos hoy día del cine comercial, como la honestidad, la lealtad, la amistad, la ingenuidad y la bondad sin responder a un cliché.
Además, si hacemos un ejercicio de introspección personal, más de uno se habrá podido reconocer en el papel de este hombretón, no tanto en las formas como en el fondo, porque la aventura de vivir pasa por cumplir etapas como la de nuestro protagonista. Y que el cine se atreva, otra vez, de dar a conocer esos rasgos dice mucho a favor de la sensibilidad de su director y de la valentía y riesgo que implica ir a contracorriente.