Ante una discusión, un cambio de trabajo, una decisión familiar… ante algo trascendental en mi vida…“Hola papá, mamá, ¿Qué hacéis? Mira tengo un dilema…no sé que hacer. Por un lado…, por otro… claro, es que…porque mira.. y es que sino…”. Cuántas veces no habré empezado así una conversación telefónica con mi casa…
En ese momento recibía casi siempre la misma respuesta: “Bueno hijo… tú sabrás, tú verás… piénsalo. Lo que hagas estará bien hecho. Nosotros estamos contigo”.
Se me helaba la sangre. Me enojaba profundamente y normalmente terminaba con una sensación extraña: “¿Para eso he llamado?”, pensaba… “Si lo sé no llamo…”.
Con el paso del tiempo uno comienza a darse cuenta de que recibía la respuesta correcta. Más de una vez lo he hablado a posteriori con mis padres.
Mi llamada era para que otros decidieran por mí; quería que otro tomara la responsabilidad, en este caso mis padres. Así tenía la posibilidad de echarles la culpa si algo iba mal, si algo fallaba.
Yo pedía una respuesta inmediata y ellos me ofrecían algo más importante: acompañamiento, comprensión, cariño, cercanía…
A veces tengo la sensación de que los católicos somos un poco adolescentes y que miramos a la Iglesia con la mirada del que tiene un dilema y quiere que otro tome las decisiones por él.
Tenemos una duda y miramos los documentos magisteriales para encontrar directamente la respuesta; no sabemos cómo actuar y miramos declaraciones del Papa para que él tome la decisión por nosotros…
Buscamos una manual de instrucciones, una hoja de ruta, buscamos que la norma y la ley nos saquen de nuestro dilema moral y olvidamos el discernimiento, la meditación, la oración, el pensar… en favor de lo que otros hayan dicho o escrito.
Es verdad que el Magisterio de la Iglesia, las opiniones de los obispos, el consejo de los sacerdotes nos pueden ayudar en nuestra vida de fe, en nuestro caminar por la vida… pero al final las decisiones son nuestras.
¿Se imaginan justificándole a san Pedro nuestras acciones por la opinión de este u otro obispo? ¿Se imaginan intentando defendernos en nuestro juicio final, el importante, el de verdad, con lo que nos dijo uno u otro sacerdote?
En la vida, cada uno tiene sus propios problemas y sus propios dilemas. No hay manual para vivir, no existe un compendio para cada una de nuestras acciones. Dios no nos dio la libertad para que otros nos dijeran qué es lo que debíamos hacer en cada momento.
Vivir es esto… discernir en todo momento, elegir caminos, saber por dónde andar, ir hacia adelante o retroceder si no vamos por la senda correcta… A veces acertaremos y otras veces no.
Ante los verdaderos dilemas y cuestionamientos morales, ante los verdaderos problemas de la vida todas las herramientas que la Iglesia pone a nuestro alcance son buenas (experiencia, catecismo, compendios, doctrina, documentos, magisterio).
Los ejemplos de nuestros amigos, la experiencia compartida de muchos hermanos en la fe, el caminar juntos, el consejo, el compartir la Eucaristía y otros sacramentos ayuda… pero, al final, las decisiones son personales y basadas en oración y discernimiento.
En ese momento lo mejor que uno puede hacer es pensar en qué es lo que nos diría un padre o una madre. Yo pienso en la frase que ellos siempre me dijeron. Así es como me imagino que me respondería el papa Francisco, Dios y la Iglesia si les llamara todos los días para mis dilemas éticos y morales, para mis problemas cotidianos: “Bueno hijo… Piénsalo. Nosotros estamos contigo”.