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¿Qué te marcó de lo que te dijeron? Haz tu lista de palabras sagradas

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 02/05/16

Si tuvieras que decirle palabras importantes a alguien que amas una última noche, ¿qué palabras le dirías?

Quiero retener las palabras importantes en mi vida. Las que me han marcado. Aquellas sobre la que fundo mi existencia. Las que me han dado seguridad y confianza. Esas que me dijeron mis padres cuando me vieron crecer. Las que me han dicho las personas que me han querido. Las que son la roca sobre la que construyo mi vida porque un día me dijeron que creían en mí, en lo que podía hacer, en lo que podía llegar a ser.

Una mujer me confesaba: “Desde hace años guardo escritas las palabras que mi marido me ha dicho a lo largo de mi matrimonio. Las guardo como palabras sagradas. En ellas, por ellas, entró Dios en mí. Abrió como con una llave las entrañas de mi ser. Me dio una vida nueva. Al recordarlas, mi amor se hace más hondo.

Me pareció muy bonito. ¿Qué palabras guardo en mi corazón de las personas que me quieren? ¿Qué palabras que han pronunciado alguna vez al pensar en mí? ¿Tengo mi propia lista de palabras sagradas?

Guardo todas esas palabras que me hablan de amor. Esas palabras que le dan sentido a mi vida.

La palabra de Dios me llega tantas veces a través de las palabras de los hombres. Y yo me quedo tan a menudo sólo con las palabras hirientes, con las palabras que me hicieron daño, con las que fueron críticas dolorosas. Y sufro por esas palabras que no brotaron del amor. Y siento que esas palabras me han quitado parte de mi felicidad. Y no las olvido.

Hay palabras que me abruman e inquietan. Palabras que me quitan la paz y la sonrisa. Que son causa de mi dolor y desazón. A veces las escucho. Y no las olvido. Las guardo sabiendo que me envenenan. ¡Ojalá las olvidase para siempre!

A veces soy yo el que pronuncio palabras sin amor, hirientes. Y hago daño a otros con mis palabras. Los inquieto, los desconcierto, los hiero en lo más profundo. Mi palabra destruye en lugar de dar vida.

A veces no tengo la palabra oportuna, la palabra amable. Más me valdría callar entonces. Guardar silencio. Pero hablo, hiero, dejo heridos a mi paso. Y la palabra se queda guardada en algún corazón. Hace falta entonces perdonar la ofensa. Y el olvido ya no es posible.

Siempre he escuchado: “Uno es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios”. Lo sé muy bien. Mis palabras me atan. Cuando doy mi palabra y prometo lo que no puedo cumplir. Cuando mi palabra genera expectativas en el que me escucha. Cuando simplemente digo lo que no siento, para salir del paso, para quedar bien.

Me cuesta ser sincero en mis palabras. Y quizás es lo más importante. Soy esclavo de lo que digo. El poder de la palabra es inmenso. Enaltece o humilla. Levanta o hunde. Salva o condena. Hace surgir promesas que no cumplen mis obras.

Porque lo que digo es más de lo que quiero, más de lo que deseo, más de lo que sueño. Y mi palabra entonces está vacía. ¡Qué poco valen a veces las palabras! Una promesa infundada. Una declaración de amor incumplida. Una palabra que no germina y no da vida.

Pienso en las palabras que yo pronuncio. Y me pregunto: Si yo tuviera que decirle palabras importantes a alguien que amo una última noche, ¿qué palabras le diría? ¿Qué le diría para que nunca lo olvidara cuando yo ya no estuviera a su lado?

Seguro que a cada uno le diría algo diferente. Seguro que pensaría en lo que ha significado en mi vida, en lo importante que ha sido su presencia, su amor, su vida, para que yo sacara lo mejor de mi alma.

Las palabras que yo pronuncio sobre otros les tendrían que ayudar a ser mejores. Las palabras que han pronunciado sobre mí han sacado lo mejor de mí o a veces lo peor. ¿Qué logran sacar mis palabras de las personas que Dios me confía?

Hay un poema de Salinas que me gusta: “Perdóname por ir así buscándote tan torpemente, dentro de ti. Perdóname el dolor, alguna vez. Es que quiero sacar de ti tu mejor tú. Ese que no te viste y que yo veo, nadador por tu fondo, preciosísimo. Y cogerlo y tenerlo yo en lo alto como tiene el árbol la luz última que le ha encontrado al sol. Y entonces tú en su busca vendrías, a lo alto. Para llegar a él subida sobre ti, como te quiero, tocando ya tan sólo a tu pasado con las puntas rosadas de tus pies, en tensión todo el cuerpo, ya ascendiendo de ti a ti misma. Y que a mi amor entonces le conteste la nueva criatura que tú eras”.

Pueden mis palabras hacer mejor a los hombres. Pueden mis palabras dar vida o quitarla, hacer que ascienda el alma al cielo o que descienda a la noche.

¡Cuánto poder tiene todo lo que digo! Lo sé y le pido a Dios cuidar más mis palabras. Pensarlas antes de lanzarlas al aire.

Jesús me dice siempre palabras para sacar mi yo más profundo, más verdadero. Igual yo quiero sacar el yo más auténtico de aquellos a los que amo. Su verdad más honda. Su belleza más oculta. Con palabras amables, bellas, humildes. Con amor, a golpe de palabra, para que brote la vida.

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