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Encontrar alegría en el desastre matrimonial

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Dwight Longenecker - publicado el 02/05/16

Hay una sencilla solución para nuestra crisis (sencilla, pero no fácil)

Hoy en día el matrimonio es un desastre. Debido a razones complejas y entrecruzadas, el concepto tradicional de matrimonio cristiano ha chocado contra las rocas y apenas se mantiene a flote.

Ya resumí antes algunas de las razones por las que estamos en una disyuntiva así. El incremento de la movilidad, los trastornos socioeconómicos, la revolución sexual, el divorcio exprés y los métodos anticonceptivos artificiales han contribuido en conjunto al desastre.

Sin embargo, en medio de la catástrofe, la Iglesia católica tiene la respuesta.

La respuesta es que el matrimonio es de por vida y entre un hombre y una mujer. Y aunque la respuesta en simple, no es fácil.

La elevada llamada del matrimonio cristiano se ha topado con las duras realidades del mundo moderno, por lo que la reciente exhortación del papa Francisco ofrece una vía de progreso para intentar conciliar la realidad del desastre matrimonial con la gran visión de un matrimonio lleno de amor, auténtico y para toda la vida.

El papa Francisco anima tanto a pastores como a seglares a aceptar nuestro estado de desastre, a echarle valor, arremangarnos las mangas y ayudar a aquellos que han naufragado a reunir los deshechos de sus vidas e intentar construir un bote salvavidas a partir de esos mismos restos.

Para conseguirlo, debemos detenernos a considerar algunos principios básicos de la teología moral para ayudarnos así a comprender cómo avanzar en el camino.

El primer principio es que toda acción puede ser moralmente correcta o incorrecta. Determinamos si una acción es correcta o incorrecta según la ley natural y la ley de Dios.

Si una acción va contra natura o quebranta la ley revelada en las sagradas Escrituras o en la doctrina de la Iglesia, entonces esa acción es objetivamente incorrecta. Nunca puede estar bien.

Sin embargo, la culpa que siente una persona tras cometer un pecado de este tipo puede variar según la gravedad del crimen, las intenciones de la persona, las circunstancias y la orientación de su corazón.

Un ejemplo. La ley dice que el límite de velocidad en la autopista es de 120 kilómetros por hora. Es la ley. Alguien que conduce a 121 km/h quebranta la ley. Ir a 180 km/h también va contra la ley. Tanto la persona que ha ido a 121 como la que ha ido a 180 han quebrantado la ley, pero el sentido común nos dice que en el segundo caso la persona es más culpable que en el primero.

Las intenciones, circunstancias y la orientación del corazón también ayudan a determinar, no si una persona ha quebrantado la ley, sino cuál es su grado de culpabilidad.

Así que, por ejemplo, pongamos que dos personas han conducido a 180 km/h en un tramo con límite de 120.

Bob, un insensato arrogante, ha superado el límite para alardear con su flamante coche deportivo y porque quiere ganar una competición. Sam, un buen padre, ha conducido a esa velocidad para llevar a su pequeña a emergencias porque ha sufrido un terrible accidente.

Tanto Bob como Sam han quebrantado la ley, pero la culpa de Sam es insignificante en comparación con la de Bob.

Aunque ambos hayan ido contra la ley, su culpabilidad es medida por sus intenciones, sus circunstancias y la orientación general de sus corazones.

Sam es un padre bueno, responsable y cariñoso con una vida bien encaminada. Bob es un necio arrogante cuya vida gira en una espiral de perversión.

Un buen pastor ayuda a los miembros de su rebaño que están en mitad de un desastre matrimonial usando estas herramientas de análisis y evaluación.

Como en el caso de los conductores acelerados, una persona divorciada y casada de nuevo puede resultar ser mucho más culpable que otra persona casada tras un divorcio, pero el grado de culpa puede variar.

Esto no quiere decir que una persona divorciada y vuelta a casar que sea sólo ligeramente culpable pueda recibir la comunión automáticamente. Esa persona aún necesita poner en orden la irregularidad de su relación.

Comprender que los matrimonios son difíciles significa sencillamente que un buen pastor pondrá en uso las herramientas de su formación para ayudar a los cónyuges a entender su situación, a ver la sabiduría de las enseñanzas y la disciplina de la Iglesia y luego continuar el proceso hacia una contrición completa, hacia un cierto grado de nulidad (si fuera necesario), hacia una experiencia más profunda de la misericordia de Dios y hacia una reconciliación plena y definitiva con Cristo y su Iglesia.

La exhortación pastoral del Papa es un reconocimiento de que la realidad de ser discípulos de Cristo no es algo fácil. Aprender a amar y ser amado o amada es el trabajo de toda una vida. Tropezamos y caemos. Nos arrepentimos y nos levantamos otra vez.

La enseñanza y la disciplina de la Iglesia son la ayuda que necesitamos en esta larga y ardua odisea, y un buen pastor nos encuentra allá donde estemos y nos conduce a donde debiéramos estar.

Nos ayuda a combinar la realidad de nuestros amores y vidas con ese amor y esa vida mayores a los que estamos llamados.

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