Originalmente se les llamaba “pretiolas” o “bracellae”.
De acuerdo a la tradición, los pretzels fueron inventados por monjes italianos –de modo que no, no parecen ser tan alemanes como suponemos- a inicios del siglo VII. Los monjes profesos le regalaban a los novicios y a los niños pequeños estos curiosos lazos de masa horneada con sal que recuerdan de algún modo unos brazos cruzados, una clásica postura de oración monástica.
Estos bocados eran llamados “pretiolas”, en latín, que traduce “pequeños premios”, “pequeñas recompensas” para los niños que habían logrado memorizar correctamente sus oraciones. Otros apuntan que el nombre en latín era “bracellae” (“bracitos”, “pequeños brazos”), que sería entonces el origen del alemán “brezel”, según se lee en uCatholic.
Considerados por muchos como un clásico de Cuaresma –al estar hechos sólo de harina, agua y sal, sin huevos ni leche añadidos- la tradición también le dio a los pretzels un significado espiritual adicional: los tres espacios vacíos de los pretzels pasarían a representar a la Santísima Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo- mientras la costumbre se arraigaba en el resto de Europa, donde además los pretzels comenzarían también a usarse como símbolo de una vida larga y próspera, al ser una fácil, económica y sabrosa manera de mantener un estómago lleno.