Habla el obispo Garfias, uno de los más comprometidos en desarmar la estructura de la delincuencia Hay paraísos que, por la violencia, se vuelven de pronto infiernos. Tal es el caso del puerto mexicano de Acapulco. En los sesenta del siglo XX este puerto en el Pacífico sur de México era el destino privilegiado de las estrellas de Hollywood; del jet-set y de los turistas estadounidenses, así como el sueño vacacional de los mexicanos.
Hoy mismo, Acapulco se ha convertido en la ciudad más peligrosa de México y la tercera ciudad más peligrosa del mundo (con más de 300, 000 habitantes), solamente detrás de San Pedro Sula (Honduras) y Caracas (Venezuela). Acapulco presenta una tasa de violencia de 104.16, equivalente a 883 homicidios por cada 100,000 habitantes.
De hecho, México “aporta” 10 ciudades (Acapulco, Culiacán, Ciudad Juárez, Ciudad Obregón, Nuevo Laredo, Victoria, Chihuahua, Tijuana, Torreón, y Cuernavaca) a ésta lista de 50 ciudades, misma que representa un reto no solo para la seguridad pública, sino para la sociedad en su conjunto, incluyendo a la Iglesia católica.
Raíces múltiples
Por ello es muy importante la reflexión que ha hecho, tras la 101 Asamblea de la Conferencia del Episcopado Mexicano el arzobispo de Acapulco, monseñor Carlos Garfias Merlos, uno de los obispos mexicanos más comprometidos en desarmar la estructura de la delincuencia y de trabajar, desde la Iglesia, por una paz con justicia en el país.
La primera de todas las apreciaciones de monseñor Garfias Merlos es que las raíces de la violencia se hunden en múltiples factores, entre los que destaca que en México –y en buena parte de los países de América Latina— “el modelo de desarrollo vigente no proporciona condiciones de vida equitativa para todos.”
Se trata, para monseñor Garfias Merlos, de un “modelo de desarrollo que no respeta y valora la dignidad de todas las personas por igual, es generador de desigualdad y, por lo mismo, de violencia.”
Obra colectiva
Atendiendo al documento “Que en Cristo Nuestra Paz México tenga una Vida Digna”, donde los obispos mexicanos se preguntaban si la paz podría existir cuando hay hombres, mujeres y niños que no pueden vivir según las exigencias de la plena dignidad humana, el arzobispo de Acapulco recalcó que “la paz tiene que ser obra colectiva, de todos y de todo tiempo.”
Trabajar por la paz no es solamente “querer” hacerlo. Es “trabajar por la dignificación de todos los mexicanos, sobre todo por la dignidad de las víctimas de la violencia, pero también la dignidad de quienes viven en la pobreza extrema, que es otra forma de violencia.”
En su mensaje –que puede llegar a obispos de Brasil, Colombia y Venezuela, los países latinoamericanos, junto con México que más ciudades ponen en el ranking mundial de la violencia—monseñor Garfias Merlos subrayó que “todos estamos convocados a participar y ser corresponsables desde el lugar propio de cada quien y en el metro cuadrado que ocupa nuestra existencia.”