El difícil nacimiento de un bebé el sábado santo nos recuerda la paradoja de la Cruz
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Tu muerte, Señor Jesús, es nuestra vida. Tu sepulcro matriz de radiante luz. — Himno para la noche del Sábado Santo, Vigilia de Resurrección.
Ojalá hubiera capturado aquel momento a tiempo. Para siempre. Fue como un sacramental silencioso, sagrado.
Me encontraba al lado de mi hija, Gaby, en la mañana del Sábado Santo, mientras se preparaba para dar a luz. La habitación era fresca y tenuemente iluminada, rebosante de la expectación ante una nueva vida.
Cuando cerré los ojos para rezar por un parto seguro, entre las esforzadas respiraciones aprendidas de Gaby, me adentré en el silencio sacrosanto de la habitación, la tranquila quietud de asombro y reverencia que acompaña a la espera del nacimiento de un bebé.
Sólo un sonido perforaba aquel silencio: el constante pitido del monitor registrando el pulso del bebé de forma rítmica, tut, tut, tut…
Allí con mis ojos fuertemente cerrados, escuchando atentamente los latidos del bebé, sentí el pulso de amor por el mundo del corazón de Jesús. Tut, tut, tut, sonaba el corazón del Dios-hombre.
Me detuve a pensar sobre el significado del Sábado Santo, un día de expectación, un periodo de inminente renacimiento, de espera al afloramiento completo y enérgico el amor del corazón de Dios, el mismo corazón que había sido silenciado el Viernes Santo.
Era un día apropiado para que naciera Rose Grayson.
La anunciación de Rose llegó la semana anterior a que su padre descubriera que tenía cáncer, dando comienzo a lo que sería un “Triduo” de año.
Una joven familia que, en una única y radical exhalación, descubrieron que esperaban una niña al tiempo que se enfrentaban a la realidad de la mortalidad humana, saltando del feliz entusiasmo al miedo y el dolor, recibiendo en el mismo abrazo los misterios de la vida y la muerte.
La expectación esperanzadora de un nuevo bebé se hizo manifiesta junto a la agonía de no saber el resultado de un diagnóstico de cáncer.
Acompañando a la preparación del bebé, la tarea de las pruebas, las cirugías y la espera de los resultados del cáncer. La paradoja de la cruz presente con una claridad penetrante.
Luego llegó el pronóstico final: ¡libre de cáncer! Y las noticias de los ultrasonidos: ¡una chica, la primera de cuatro hermanos!
Vi cómo la pequeña familia salía del Viernes Santo, como de entre luces sanadoras, para retomar el curso de su vida con vigor y resolución renovados. Y ahora era Sábado Santo, el día del nacimiento de Rose Grayson.
El útero no es diferente del sepulcro de Jesús, reflexionaba yo mientras esperaba a ver la diminuta cara de Rose.
En un lugar de oscuro silencio, una barrera establece un claro límite con el mundo, entonces la vida hace cumplir secretamente su voluntad hasta que la oscuridad es derrotada por un estallido de brillante luz.
El sufrimiento ofrecido y los dolores del alumbramiento se convierten en llantos de alegría: ¡Ha resucitado! ¡Es una niña!
En el recinto silencioso de una sala de parto, di gracias a Dios. La gracia ha dado paso a la resurrección. Dios nos ha dado a Rosie en gracia.